Para empezar, no es raro que alguien que se declara lector (de literatura) en los tiempos que corren guarde en su agenda más nombres que un jefe de compras de Carrefour. Porque en los tiempos que corren no caben las medias tintas: o se lee literatura o no se lee; y en este segundo conjunto caben las divisiones que se quiera: lectores de cualquier cosa, lectores a tiempo parcial, lectores subempleados, lectores ocasionales, lectores subdesarrollados, infralectores, por supuesto la brutal masa de no-lectores… Pero nos interesan aquellos lectores literarios declarados porque con ellos tenemos algo raro en común. Sí: eso que estás pensando. Gente rara que lee cosas raras y excepcionales. Cosas que poca gente sabe siquiera que existen. A saber cómo nos enteramos de que circulan esas rarezas. “Tengo un contacto en…”, dice uno.
Yo tengo dos. Uno es Juan Francisco Ferré, a.k.a. Jean-François a secas. Sin él sospecharlo, llevaba años ejerciendo de camello literario al por mayor. Primero en Barcelona Review, esquina Postmodernism Avenue, donde traficaba material de primera sin adulterar. Y después, ya establecido garito propio, desde una ubicación nómada que, no obstante, le ha permitido mantener al día una corriente lisérgica que por sí sola basta para que sus clientes no sientan la necesidad de acudir a otro proveedor, ya sea individual o corporativo. Os daré un consejo para leer las recomendaciones de Jean-Françoise: primero, y de una pasada rápida, id anotando todo nombre propio y título que aparezca entremetido en las líneas (o rayas) que prepara y corta con singular maestría; segundo, pulsad Pause en la lectura y corred a la librería, biblioteca o servicio de venta por internet que más os plazca (no voy a descubriros ahora cuál es el primer placer de todo lector que se precie) para obtener, cuanto antes, la posesión de los títulos anotados; tercero, volved a aquellas líneas (o rayas) y proceded a esnifarlas con los ojos; y cuarto, leed, malditos ignorantes, leed antes de que se os acabe el tiempo… Si aún no conocéis su establecimiento, dejad ahora mismo de copiar mis chorradas y acercaos rápidamente por allí, pues además de que casi todo lo que podáis encontrar por aquí lo hallaréis amplificado allá, más puro y documentado y, no debería hacer falta decirlo, exponencialmente mejor expuesto, en anaqueles donde, también huelga recordarlo, toda la mercancía es gratuita, de libre acceso y limpia de la acostumbrada suciedad literaria; además, digo, el monto de referencias adicional es apabullante pero diría que casi de obligado consumo. Yo aún estoy intentando asimilarlo todo, cual boa constrictor en plena digestión. Vosotros tomáoslo con calma, y disfrutad.
Mi otro contacto/camello/oráculo es Rodrigo Fresán. Su caso, en mi caso, es diferente. Andaba buscando confirmación de algunas referencias norteamericanas para obrar en consecuencia, cuando me di de bruces con un hiperartículo suyo en Letras Libres sobre, precisamente, la narrativa (estadounidense) del “aquí y ahora en veinticinco libros cardinales” en el que, oh sorpresa, no sólo se decían cosas que hicieron desvanecerse mis reticencias sino que además, en aquel momento, fue como si hubiera visto el Aleph. Él fue el causante de que durante varios meses fuera a varias librerías de Málaga, Valencia y Barcelona con una lista manuscrita en caracteres diminutos en la que iba tachando líneas (haciendo rayas). Y desde entonces, siempre que se me suscita el deseo de una mercancía no avalada directamente por el primero de mis proveedores, acudo a este segundo. Cosa que, todo sea dicho, también hago a la inversa: Fresán y luego Ferré; o Ferré y después Fresán.
A Ferré le descubrí casualmente en su labor evangelista y a partir de ahí derivé hacia su literatura. Y a Fresán me lo descubrieron como autor unos antiguos proveedores, y de forma imprevista di con la mencionada epístola a los no estadounidenses. De sendos escritores podría jactarme de haberles leído todo. Pero no puedo. De la colección Ferré me falta alguno que en breve tendré entre mis manos, mientras que del intento de conseguir la última pieza de la de Fresán llegué a hastiarme y hasta a olvidarme. Hablo de la primera Esperanto, sobre la que escribiré a continuación.
¿Por qué cuento todo esto? Por dos retorcidas razones. La primera es porque después de buscar y no encontrar y acabar olvidando, a Mondadori se le ocurrió reeditar algunos títulos mal distribuidos del escritor argentino, entre ellas el cromo que me faltaba, Esperanto. Lo compré, y hace un par de meses lo leí. Y la segunda razón es que comencé este texto con la sana intención de comentar Esperanto (el primer título del post era el de la novela, que luego he cambiado a Material) y se me disparó la digresión. Comencé a escribir sobre gente que, como yo, no se ocupa de la literatura ni se ocupa con ella: lectores puros. Pero lectores especiales, diferentes, lectores borgianos en el sentido empírico, y no filosófico, del término: lectores literarios, con contrato indefinido y a tiempo completo. Gente que ha permitido que la literatura se ocupe de ellos —aunque en algunos casos hayan terminado contaminándose del bacilo de la escritura—, que literalmente han dejado que los tome. No son letraheridos, no; a esa especie insectil y parásita la excluyo de esta dicotomía porque han demostrado con creces su condición de vividores de la literatura, y no como sucede con los otros, que la literatura vive en ellos, ni se pierde ni se transforma, se conserva y, todo lo más, fermenta y crece, esponjándose y empapándose de sus propias vidas. Se trata de un tipo de gente cuya fidelidad está fuera de duda. Gente como Fresán y como Ferré, antes lectores que escritores pues con sus obras demuestran que han hecho los deberes y ejemplifican, de una forma no por excluyente menos elegante, el flaco favor que se le hace a la literatura cuando se la evacua (de ahí la célebre expresión “escribir con el culo”: dícese de las cagadas escritas bajo denominación de origen literaria) en lugar de crearla.
Y se me añade una tercera razón que acabo de conocer. Resulta que, en Francia, a ambos los edita la misma editorial, Passage du Nord-Ouest. Una independiente que sale reforzada en el próximo número de Les Inrockuptibles (donde escribía Houellebecq, otra vez de moda en España a raíz de la traducción publicada de su última novela), al haber sido elegida Providence entre las 18 novelas destacables —todos sus autores franceses excepto Murakami, Franzen, Frey y el propio Ferré— de la rentrée literaria entre nada menos que 645. Ahí es nada.
Haceos un favor y consultad sus respectivos espacios (los de Fresán algo más diseminados) antes de tomar decisiones. Encontraréis opiniones puras y no prestadas. Ya sabéis que el tráfico de criterios falsos está a la orden del día, y que la célebre agencia Estándar & Pobres ha rebajado la calidad de la crítica literaria española a CB: Crítica Basura.
Yo tengo dos. Uno es Juan Francisco Ferré, a.k.a. Jean-François a secas. Sin él sospecharlo, llevaba años ejerciendo de camello literario al por mayor. Primero en Barcelona Review, esquina Postmodernism Avenue, donde traficaba material de primera sin adulterar. Y después, ya establecido garito propio, desde una ubicación nómada que, no obstante, le ha permitido mantener al día una corriente lisérgica que por sí sola basta para que sus clientes no sientan la necesidad de acudir a otro proveedor, ya sea individual o corporativo. Os daré un consejo para leer las recomendaciones de Jean-Françoise: primero, y de una pasada rápida, id anotando todo nombre propio y título que aparezca entremetido en las líneas (o rayas) que prepara y corta con singular maestría; segundo, pulsad Pause en la lectura y corred a la librería, biblioteca o servicio de venta por internet que más os plazca (no voy a descubriros ahora cuál es el primer placer de todo lector que se precie) para obtener, cuanto antes, la posesión de los títulos anotados; tercero, volved a aquellas líneas (o rayas) y proceded a esnifarlas con los ojos; y cuarto, leed, malditos ignorantes, leed antes de que se os acabe el tiempo… Si aún no conocéis su establecimiento, dejad ahora mismo de copiar mis chorradas y acercaos rápidamente por allí, pues además de que casi todo lo que podáis encontrar por aquí lo hallaréis amplificado allá, más puro y documentado y, no debería hacer falta decirlo, exponencialmente mejor expuesto, en anaqueles donde, también huelga recordarlo, toda la mercancía es gratuita, de libre acceso y limpia de la acostumbrada suciedad literaria; además, digo, el monto de referencias adicional es apabullante pero diría que casi de obligado consumo. Yo aún estoy intentando asimilarlo todo, cual boa constrictor en plena digestión. Vosotros tomáoslo con calma, y disfrutad.
Mi otro contacto/camello/oráculo es Rodrigo Fresán. Su caso, en mi caso, es diferente. Andaba buscando confirmación de algunas referencias norteamericanas para obrar en consecuencia, cuando me di de bruces con un hiperartículo suyo en Letras Libres sobre, precisamente, la narrativa (estadounidense) del “aquí y ahora en veinticinco libros cardinales” en el que, oh sorpresa, no sólo se decían cosas que hicieron desvanecerse mis reticencias sino que además, en aquel momento, fue como si hubiera visto el Aleph. Él fue el causante de que durante varios meses fuera a varias librerías de Málaga, Valencia y Barcelona con una lista manuscrita en caracteres diminutos en la que iba tachando líneas (haciendo rayas). Y desde entonces, siempre que se me suscita el deseo de una mercancía no avalada directamente por el primero de mis proveedores, acudo a este segundo. Cosa que, todo sea dicho, también hago a la inversa: Fresán y luego Ferré; o Ferré y después Fresán.
A Ferré le descubrí casualmente en su labor evangelista y a partir de ahí derivé hacia su literatura. Y a Fresán me lo descubrieron como autor unos antiguos proveedores, y de forma imprevista di con la mencionada epístola a los no estadounidenses. De sendos escritores podría jactarme de haberles leído todo. Pero no puedo. De la colección Ferré me falta alguno que en breve tendré entre mis manos, mientras que del intento de conseguir la última pieza de la de Fresán llegué a hastiarme y hasta a olvidarme. Hablo de la primera Esperanto, sobre la que escribiré a continuación.
¿Por qué cuento todo esto? Por dos retorcidas razones. La primera es porque después de buscar y no encontrar y acabar olvidando, a Mondadori se le ocurrió reeditar algunos títulos mal distribuidos del escritor argentino, entre ellas el cromo que me faltaba, Esperanto. Lo compré, y hace un par de meses lo leí. Y la segunda razón es que comencé este texto con la sana intención de comentar Esperanto (el primer título del post era el de la novela, que luego he cambiado a Material) y se me disparó la digresión. Comencé a escribir sobre gente que, como yo, no se ocupa de la literatura ni se ocupa con ella: lectores puros. Pero lectores especiales, diferentes, lectores borgianos en el sentido empírico, y no filosófico, del término: lectores literarios, con contrato indefinido y a tiempo completo. Gente que ha permitido que la literatura se ocupe de ellos —aunque en algunos casos hayan terminado contaminándose del bacilo de la escritura—, que literalmente han dejado que los tome. No son letraheridos, no; a esa especie insectil y parásita la excluyo de esta dicotomía porque han demostrado con creces su condición de vividores de la literatura, y no como sucede con los otros, que la literatura vive en ellos, ni se pierde ni se transforma, se conserva y, todo lo más, fermenta y crece, esponjándose y empapándose de sus propias vidas. Se trata de un tipo de gente cuya fidelidad está fuera de duda. Gente como Fresán y como Ferré, antes lectores que escritores pues con sus obras demuestran que han hecho los deberes y ejemplifican, de una forma no por excluyente menos elegante, el flaco favor que se le hace a la literatura cuando se la evacua (de ahí la célebre expresión “escribir con el culo”: dícese de las cagadas escritas bajo denominación de origen literaria) en lugar de crearla.
Y se me añade una tercera razón que acabo de conocer. Resulta que, en Francia, a ambos los edita la misma editorial, Passage du Nord-Ouest. Una independiente que sale reforzada en el próximo número de Les Inrockuptibles (donde escribía Houellebecq, otra vez de moda en España a raíz de la traducción publicada de su última novela), al haber sido elegida Providence entre las 18 novelas destacables —todos sus autores franceses excepto Murakami, Franzen, Frey y el propio Ferré— de la rentrée literaria entre nada menos que 645. Ahí es nada.
Haceos un favor y consultad sus respectivos espacios (los de Fresán algo más diseminados) antes de tomar decisiones. Encontraréis opiniones puras y no prestadas. Ya sabéis que el tráfico de criterios falsos está a la orden del día, y que la célebre agencia Estándar & Pobres ha rebajado la calidad de la crítica literaria española a CB: Crítica Basura.
2 comentarios:
Señor Amores: ¿Es usted consciente de que puede convertirse también en "contacto/camello/oráculo" de otros muchos lectores?
Gracias.
Nada me gustaría más, Pilar. Pero no querría hacerlo sin reconocer las deudas a traficantes insignes.
Vayamos con calma.
Gracias por el comentario.
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