19 dic 2011

¡Despidan a esos desgraciados!

Los reconocimientos de William Gaddis no es una novela muy leída en español por la sencilla razón de que es casi ilocalizable en español. La publicó Alfaguara en 1987, treinta y dos años después de que Harcourt, Brace & Company consiguiera vender 500 ejemplares de su versión original en inglés. Hoy día es artículo de coleccionista y materia frecuente de intercambio bibliotecario, y también objeto de especulación creciente porque parece que será publicada de nuevo en español por la editorial Sexto Piso, propietaria de los derechos de difusión en nuestro idioma, algo (esto último) de lo que puedo dar fe.

Pero no nos hagamos ilusiones: la principal razón de que no sea una novela muy leída en español radica en que se trata de una obra con un objetivo de tal magnitud y unas pretensiones tan elevadas que los guías habituales del lector en el descubrimiento de este tipo de libros pasan de puntillas sobre ellos; los motivos a continuación.

Gaddis publicó Los reconocimientos —que tiene 1.096 páginas en la, hasta ahora, única edición en castellano, y 956 páginas en la original en inglés— en 1955, época en la que el marketing editorial se regía por unas reglas no muy diferentes, en esencia, a las que lo presiden hoy día. La editorial enviaba unos cuantos ejemplares a críticos literarios de medios impresos, y estos decidían cuándo leerla, a qué velocidad, con cuánta concentración, etc. O decidían no leerla. En la Norteamérica de 1955 la novela de Gaddis consiguió obtener precisamente 55 reseñas, lo que no está nada mal si se tiene en cuenta que hace 57 años no existían los medios online de ahora, estando el mercado de la opinión literaria en manos de un oligopolio de facto contra el que era casi imposible luchar.

Y con 55 reseñas en los principales medios, ¿por qué vendió Los reconocimientos tan pocos ejemplares si, como no cesa de murmurarse, es una novela tan buena? Por si sirve de algo, diré que conozco de primera mano —y no a través de comentarios ajenos— la calidad de Los reconocimientos, algo que los lectores norteamericanos de aquella época no podrían corroborar puesto que se dejaron guiar por la opinión mayoritaria de los críticos que escribieron esas 55 reseñas: no valía la pena leer Los reconocimientos por, según ellos, una serie de razones que convencerían al menos incauto de los lectores: es gorda, es cara, es difícil, es irreverente, la ha escrito un tipo demasiado joven, además es su primera novela, etcétera, etcétera.

En la novela hay un personaje que se dedica a la crítica literaria y que va con otro a una sastrería a que les arreglen unas cremalleras —una escena un tanto pre-bernhardiana—. El “crítico” lleva una novela voluminosa consigo, y se desarrolla la siguiente escena:

—¿Estás leyendo eso? — ...
—No. Sólo lo estoy reseñando —dijo el más alto, volviéndose a encorvar en su camisa de lana verde—. Por veinticinco asquerosos dólares. Me llevará hoy la noche entera.
—No lo habrás comprado, ¿verdad?
—Cristo, ¿a ese precio? ¿Quién demonios creen que va a pagar tanto por una novela. Cristo, podría habértela dado, lo único que necesito para escribir la reseña es la nota de la solapa.
Era ciertamente un libro grueso. Un modelo de atrevida elegancia, las letras de la sobrecubierta se erguían en rígidas configuraciones de rojo y negro para dar a entender el origen del diseño. (Por alguna excéntrica razón no había ninguna foto del autor chupando una pipa con aire pensativo, sans gêne con un cigarrillo, sang-froid sin corbata, reproducida en la contraportada.)

De alguna manera, Gaddis anticipó cuál iba a ser el comportamiento general de la crítica con su novela: no iban a leerla; aunque sí iban a permitirse la licencia de opinar sobre ella… de manera desastrosa.

Todo esto nos suena bastante, ¿verdad? Y nos indigna. Si no fuera por que William Gaddis se recuperó del impacto que le supuso la recepción “oficial” de su primera novela y mantuvo los índices de calidad de su literatura al mismo nivel en obras posteriores, Los reconocimientos no se hubiera reeditado años después y hoy, ahora mismo, no estaríamos hablando de ella con la esperanza de verla de nuevo en librerías.

Así debió pensar Christopher Carlisle Reid, alias Jack Green, cuando años después de su publicación descubrió la novela, la leyó, quedó subyugado por ella y se dedicó a comprobar, en retrospectiva, el pésimo trabajo que había realizado la crítica con aquella obra capital, condenándola a las mesas de saldos. Si esto hubiera sucedido medio siglo después, Green hubiera abierto un blog aunque su único objetivo fuera poner de manifiesto aquella injusticia. Pero hace medio siglo Green utilizó los medios de la época, en concreto un fanzine que editaba personalmente con periodicidad irregular con el título simple de newspaper. En 1962, y durante tres números consecutivos de newspaper, Green analizó y desmontó, con una calidad endiablada, cada uno de los argumentos utilizados por los diversos reseñistas —basta ya de llamarlos críticos— en sus respectivos medios impresos, lo que a la postre resultó ser también un trabajo excepcional sobre la mendacidad de la crítica literaria: la crítica gratuita, seria y fundamentada —pero también divertida y amena, ya sabéis…— de la crítica remunerada, falsa y sin el más mínimo fundamento. Un supuesto amateur rebatiendo a supuestos entendidos, poniéndolos contra las cuerdas con pruebas sustantivas, destrozando sus doctos comentarios mediante su reducción sistemática a meros clichés capaces de arrancar la carcajada aun a quienes no hayan tenido la fortuna de poder apreciar el objeto de su defensa: Los reconocimientos.

Los tres números de newspaper dedicados por Green a la crítica de Los reconocimientos fueron publicados en 1992 en forma de libro por la editorial Dalkey Archive Press (y sólo el nombre de esta casa —Dalkey Archive es una magnífica novela de Flann O’Brien— debería dar una idea de los criterios editoriales por los que se rige). La tarea recayó en Steven Moore, un reputado crítico literario estadounidense experto en la obra del propio Gaddis, pero también en las de James Joyce, Thomas Pynchon, Djuna Barnes, Chandler Brossard (de quien hablaremos en un próximo artículo), Richard Brautigan y David Foster Wallace, entre otros. En pocas palabras, montañas de calidad sobre calidad sobre calidad.

El título de esa recopilación, Fire the bastards!, ha sido traducido al español por el menos agresivo ¡Despidan a esos desgraciados!, dadas las connotaciones excesivamente peyorativas del término “bastardo” en castellano —y quizá hubiera sido más gráfico deslizar la pronunciación popular en su ortografía dejándolo en desgraciaos, aunque seguro que el lector sabrá perfectamente cómo pronunciarlo sin tal ayuda—. Y yo he tenido el honor de prologarla. ¿Por qué? Quizá porque sin ser experto en la obra de Gaddis —en realidad no soy experto en nada, me gustan demasiadas cosas para dedicar demasiado tiempo a una sola de ellas—, he releído hace poco con la tranquilidad y concentración necesarias Los reconocimientos y soy un apasionado de la crítica de la crítica, o de la contracrítica, y creo que todo esfuerzo en poner de manifiesto los engaños y la manipulación en cualquier orden vital merece un apoyo explícito e incondicional.

Nadie le pidió a Gaddis que viniera a “molestar” a los integrantes de un medio, el literario, que en las décadas siguientes a la publicación de su primera obra no ha hecho otra cosa que seguir degenerando, contraviniendo las leyes darwinianas de la selección natural. Nadie le pidió a Green que entablara una lucha numantina contra el establishment literario. Nadie empujó a Moore a rescatar este valioso documento que ahora se publica en castellano, como nadie le indicó a la editorial barcelonesa que afrontara la publicación de lo que viene a ser un bofetón indirecto a las prácticas literarias complacientes con la mediocridad y el mal gusto. Y nadie me pidió a mí que me metiera en camisa de once varas añadiendo un sencillo comentario a una obra que no lo necesita porque se basta a sí misma junto con el objeto último de su defensa. Desde el primer artista hasta el último mono no hay sino compromiso, primero, en la construcción de un edificio artístico basado en criterios rigurosos y, por último —el mono—, en la conservación de algo amenazado de extinción a causa de intereses comerciales contaminados.

Lo único que puedo desear a los críticos es la crucifixión
Cartas, Saul Bellow

15 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Sabe usted cuando publicarán "Los reconocimientos"? Llevan ya unos meses de retraso.

José Luis Amores dijo...

No, no lo sé. Creo que encargaron una nueva traducción a Martínez-Lage, que murió repentinamente en Abril.

Lo que sí sé es que Sexto Piso tiene la firme intención de publicar toda la obra de Gaddis, y para ello adquirieron los derechos de edición en español de todos sus libros. Este dato me lo confirmaron los de The Wylie Agency, quienes se encargan de gestionar el patrimonio literario de Gaddis.

Anónimo dijo...

A mí me comentaron en Octubre que el primero que iban a publicar era "Gótico americano" y que lo habían retrasado de Noviembre a Enero. Por otra parte, me gusta su blog y nunca se lo había escrito. Un saludo.

José Luis Amores dijo...

Buena noticia entonces.

Saludos y gracias.

Pilar dijo...

¿Sabes, José Luis, que has dado la clave para leer esta novela? Tranquilidad y concentración. Algo que precisamente falta hoy entre los lectores. Leemos mucho, rápido y mal. No quiero echar la culpa de ello a nadie, pero el ritmo editorial, la presión publicitaria y la poca vida que tienen los libros en las librerías marcan el camino para que se dé esta circunstancia.
Temo que ocurrirán dos cosas: Habrá pocas reseñas de esta novela, de quien realmente la haya leído o, si hay muchas, la habrán leído a medias.
Por cierto, este libro que prologas no estará en las librerías hasta finales de enero ¿no? Qué ganas de poner los dientes largos, jeje. Por otro lado así tendré tiempo de terminar de leer "Los reconocimientos", porque concentración no me falta, pero tranquilidad sí.
Saludos.

José Luis Amores dijo...

Hay que leerla concentrado, sí. La primera vez que lo hice, en 2002, fue una mala tentativa, viajando y trabajando en exceso. Este verano he podido apreciarla mucho mejor, pero mediante préstamo, y si quiero releerla, o la pido de nuevo, o espero a que se reedite.

Para leer este tipo de cosas hay que hacer oídos sordos del ruido publicitario, que en su mayoría lo es de cosas que, al fin y al cabo, no interesan a quienes leen este tipo de cosas. Hay por ahí novelas buenísimas que no se editan en español precisamente por miedo a que el follón que se arma a cuenta de cosas menores e intrascendentales las oscurezcan, y un trabajo y una inversión grandes no sirvan en realidad para nada. Sólo hay que echar un vistazo a los grandes premios británicos y americanos para darse uno cuenta de cuánto pasa desapercibido para el lector español, frente a supuestas maravillas hispánicas o jaleadas excelencias comerciales extranjeras que no añaden pero sí quitan espacio para lo importante. Las novelas de Gaddis, por ejemplo; o también aquella que leíste de Barth; y así un montón.

En fin.

Sí, este librito sale a finales de enero.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Palabras textuales de Gaddis (autor al que desconocía hasta hoy): "it’s not reader-friendly. Though I think it is, and I think the reader gets satisfaction out of participating in, collaborating, if you will, with the writer, so that it ends up being between the reader and the page" (wiki inglesa).

He leído el argumento de la novela y parece interesante. Además, tengo alguna biblioteca a mano con una edición en inglés. Pero... pido primero grado de definición de dificultad: es decir, comparándolo con el "Ulises" de Joyce, del 1 al 10, siendo Ulises el 1.

Por cierto, felicidades por el prólogo. ¿Es una introducción a Gaddis para los no-gaddianos?

(con tanta lista de libros postmodernos nuevos no sé de dónde voy a sacar tiempo para los clásicos....)

Arte

José Luis Amores dijo...

Te respondo con citas del libro de Green:

«Una novela valiosa, exuberante, siempre será “difícil”. A no ser que uno apoye decididamente el empobrecimiento de la literatura, ¿qué tiene eso de preocupante?

Los reconocimientos es un libro pensado para el placer de ser releído, pero también puede disfrutarse en la primera lectura si no tratamos cada párrafo como un libro de estudio del que hemos de dominar cada segmento antes de pasar al siguiente.

Lo que llevará al lector a descubrir los cada vez mejor escondidos tesoros en la narración no es tanto la concentración minuciosa ni el “intenso análisis académico” (Newsweek) como una vigorosa curiosidad; si no a la primera lectura, en las próximas. No hay de qué preocuparse si algo no queda claro a medida que se lee, ¡sigan leyendo, levantando por completo un pie para plantarlo en la siguiente porción de suelo!»

«Ulises y Los reconocimientos son ambas muy “siglo XX”, y puedo aportar un cierto número de parecidos técnicos: las dos novelas son largas y están sólidamente organizadas; hay un contraste definido entre los pasajes humorísticos y los no humorísticos, gran cantidad de blasfemias, parodia e imitación de clásicos, así como extensas referencias cruzadas (Ulises toma referentes de la Antigüedad, sobre todo, y Los reconocimientos lo hace de épocas más cercanas a la nuestra); “desarrollo en el tiempo” a la hora de la relectura; gran cantidad de referencias no ficticias (mal interpretadas como “erudición”) con el objeto de darle el tono deseado a la ficción; pasión por otros libros; importancia de las ideas de los personajes principales (Dedalus, Wyatt); gusto por llevar las situaciones humorísticas hasta el extremo; contención como técnica básica de estilo… Pero ni los mundos ni los personajes de estos dos libros se parecen. En lo esencial, en el sentido artístico, coinciden poco.»


A mi juicio, que he leído ambas obras dos veces (como recomendaba Schopenhauer respecto a la música), ninguna es más difícil que la otra ni, en realidad, ninguna de las dos son obras realmente difíciles. Por difícil entiendo El innombrable de Beckett, por ejemplo, o determinadas partes de El arcoíris de gravedad de Thomas Pynchon. Sin embargo, si vas a leerla en inglés, debes tener en cuenta el vocabulario brutal de Gaddis, que en castellano no supone gran dificultad a una persona culta, pero que exige un elevado conocimiento del inglés.

Y permíteme que te recomiende que en este caso dejes a un lado el adjetivo posmoderno: tanto en Gaddis como en John Barth el atributo posmoderno proviene de la parodia deliberada implícita en sus textos, no del desorden de situaciones que pudiera dificultar la lectura.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Me la apunto, definitivamente. Gracias por la aclaración (Beckett sólo lo he visto en teatro y ese hombre sí que es difícil, estoy de acuerdo).

Por cierto, gran biografía la de Bakewell, me ha encantado.

Arte

José Luis Amores dijo...

Me alegro de que te haya gustado el libro sobre Montaigne. Gaddis tampoco te defraudará.

Francisco Javier Torres dijo...

Gaddis es una de esas cimas escarpadas que hay que abordar con un esfuerzo considerable, así es. Pero como ocurre siempre con ellas, una vez conquistada, el placer que procura es casi sobrenatural. En la novela, no sólo los críticos salen mal parados, también todo el establishment cultural, de punta a cabo, los artistas, los agentes, los lectores, los coleccionistas y, más, la gente de la ciudad y la de los pueblos, etc., etc. Todos son embaucadores y falsarios. Todo es risible y absurdo y trágico a la vez. De veras que es una gozada absoluta haber podido leer esta obra inconmensurable. Yo me quedo también con las escenas de las varias fiestas que se celebran a lo largo de la novela. Un prodigio de ritmo y control de la situación. Y desde luego con la última escena, la de Anselm en el templo estrenando por fin su obra magna. Me parece definitiva para entender lo que significa la creación artística.
Yo llegué a Gaddis por Bernhard, precisamente, pues su obra Ágape, Ágape, como sabes, es un homenaje al austriaco a quien descubrió Gaddis tardíamente. No se puede desear más, esa conección entre dos monstruos me dejó turulato. Luego leí Los reconocimientos gracias a nuestro amigo Hugo que me la prestó. Nunca se lo podré agradecer bastante. Buscaré este libro, José Luis. Enhorabuena, en cualquier caso, por tu participación en él. Me regocija tu participación en él. Abrazos.

José Luis Amores dijo...

Gracias, Paco. Probablemente yo decidiera molestar a las bibliotecarias andaluzas este verano para poder releer Los reconocimientos por causa tuya, cuando te escuche decir que la estabas leyendo un día (una noche) que nos vimos Juan, tú y yo, y comprobé lo poco que me acordaba de la novela y lo poco que la había valorado la primera vez, 9 años antes.

El libro ya te lo regalo yo.

Un abrazo.

Alberto Secades dijo...

Hola:

Ya me he terminado de leer el librito y me he divertido muchísimo.

Supone un gran estímulo conocer de la existencia de personas que reconocen el mérito de las cosas que ven y que se esfuerzan en transmitirlo a otros. Esa debe ser la labor de la crítica: emplear, con pasión, el razonamiento personal para discernir entre lo meritorio y lo banal, entre lo profundo y lo superficial, entre lo duradero y lo efímero.

Gracias por cumplir (con honestidad) tu labor.

José Luis Amores dijo...

Gracias, Alberto, pero yo aquí no hice nada, sólo una introducción sencilla y, creo, divertida. El mérito es de Green, Moore, Alpha Decay y aquellos críticos que proporcionaron "materia", jeje.

Me alegro mucho de que te haya gustado. La verdad es que el librito está recolectando un mazo de magníficas opiniones.

Alberto Secades dijo...

Lo interesante es la actitud.

Me gustó cuando los demás no entendían que no estuviera sobornado, que le costara dinero de su bolsillo pagar un anuncio y pelearse (sin inetereses encubiertos) para que el libro pudiera alcanzar el reconocimiento que, a su juicio, merecía.

Ya sabes que es fácil caer en la tentación de (pre)juzgar a los demás según los criterios que guían mi propio comportamiento y, para algunos, es díficil comprender el profundo significado de la honestidad.

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