Ayer escuché en la tele que un satélite va a caer a la Tierra de un momento a otro. Que aunque pesa unas cuantas toneladas, la fricción con la atmósfera reducirá el fragmento principal a quinientos kilos. La NASA no tiene ni idea de dónde se estrellará el artefacto, pero hacen cálculos. El planeta está cubierto en su mayor parte de agua, y la tierra firme está casi deshabitada, por lo que la posibilidad de que le caiga a uno en la cabeza es de 1 entre 3.200. Estas cosas, cómo no, ya están previstas por la literatura, y el importe de la indemnización en caso de desastre, tasado y publicado.
Porque inmediatamente me vino a la cabeza una novela que leí hace tres años: Residuos, de Tom McCarthy, publicada en España por Lengua de Trapo. La recomendó Fresán y, como es habitual, dio en el clavo.
En la novela al protagonista le cae un artefacto del cielo que lo deja KO. Pasa una temporada en el hospital, recuperándose, y le queda una amnesia como secuela. La empresa propietaria de lo que fuera que cayó de las alturas (nunca es nombrado) le propone un arreglo extrajudicial consistente en aceptar ocho millones y medio de libras, y pelillos a la mar. El tipo coge el dinero y se inicia el relato en sí. Decide invertir parte del dinero en Bolsa, con tan buena fortuna que en poco tiempo duplica la inversión. Y es entonces cuando comienza el relato en sí. Sufre una especie de déjà vu cuyo origen no consigue concretar, no se olvide que sufre amnesia y su obsesión es recordar cosas. Habla con gente a la que cuenta su problema y da con un tipo llamado Naz que contrata a su servicio para llevar a cabo tareas logísticas. Ahora es cuando, verdaderamente, McCarthy comienza a narrar de verdad. El protagonista encarga a Naz —que no se extraña, no hace preguntas, actúa con una diligencia mezcla de mayordomo inglés y consultor con experiencias multidisciplinares— la compra de un edificio de características vagas, por lo que éste se ve obligado a presentar decenas de propuestas de lo que va viendo por la calle y fotografía cuando cree se aproxima a la idea de inmueble que su nuevo jefe tiene en la cabeza. Hasta que da con el edificio ideal y lo compran. No recuerdo qué hacen con los inquilinos, cómo los echan, sobornan o conforman. Pero da lo mismo, Naz se ocupa de todo y el protagonista se dedica ahora, con su inestimable colaboración, a intentar recrear aquel déjà vu. Para ello contratan albañiles, pintores y electricistas que fijan la estética del inmueble en forma idéntica a la que recuerda de su sensación fugazmente experimentada. También contratan actores y una guionista e incluso un director o directora para que unos hagan las veces de vecinos y vecinas del inmueble y ejecuten una especie de movimientos y acciones coordinadas por el director o directora que la guionista y el protagonista escriben conjuntamente. Por ejemplo, una vecina debe abrir la puerta de su vivienda y sacar la basura al rellano. En ese momento el protagonista sube o baja las escaleras y un rayo que penetra por el tragaluz le da en la cara. Más o menos, escribo de memoria. Las performances, porque no son otra cosa, se suceden en diferentes momentos del día con cambios mínimos entre una y otra para intentar afinar detalles. La vecina, la bolsa de basura, el ascensor, el rayo de luz. A iniciar esta coreografía se le denomina “poner el edificio en ON”. Lo que hacen en innumerables ocasiones, llegando un punto en el que el intento de recreación deviene creación con sus respectivas alteraciones de esa supuesta realidad efímera apenas entrevista. Al final el edificio pierde peso e importancia en la narración y encontramos al protagonista en un bar con el inseparable Naz bolígrafo en ristre para apuntar los deseos de su jefe. La novela recomienza. Se gestan nuevas performances con nuevos elementos, entre ellos un avión de pasajeros en pleno vuelo.
Magnífica literatura dentro de Residuos. El ambiente, la deriva, la impresión de performance no sólo física sino también mental, la batalla del protagonista por librarse de su necesidad de memoria y centrarse en una cada vez más compleja experimentación de sensaciones. Fresán confiesa que esta es la novela que querría haber escrito. Yo me conformo con mucho menos: esta es la novela que releería ahora si no estuviera tan liado con otras cosas.
Porque inmediatamente me vino a la cabeza una novela que leí hace tres años: Residuos, de Tom McCarthy, publicada en España por Lengua de Trapo. La recomendó Fresán y, como es habitual, dio en el clavo.
En la novela al protagonista le cae un artefacto del cielo que lo deja KO. Pasa una temporada en el hospital, recuperándose, y le queda una amnesia como secuela. La empresa propietaria de lo que fuera que cayó de las alturas (nunca es nombrado) le propone un arreglo extrajudicial consistente en aceptar ocho millones y medio de libras, y pelillos a la mar. El tipo coge el dinero y se inicia el relato en sí. Decide invertir parte del dinero en Bolsa, con tan buena fortuna que en poco tiempo duplica la inversión. Y es entonces cuando comienza el relato en sí. Sufre una especie de déjà vu cuyo origen no consigue concretar, no se olvide que sufre amnesia y su obsesión es recordar cosas. Habla con gente a la que cuenta su problema y da con un tipo llamado Naz que contrata a su servicio para llevar a cabo tareas logísticas. Ahora es cuando, verdaderamente, McCarthy comienza a narrar de verdad. El protagonista encarga a Naz —que no se extraña, no hace preguntas, actúa con una diligencia mezcla de mayordomo inglés y consultor con experiencias multidisciplinares— la compra de un edificio de características vagas, por lo que éste se ve obligado a presentar decenas de propuestas de lo que va viendo por la calle y fotografía cuando cree se aproxima a la idea de inmueble que su nuevo jefe tiene en la cabeza. Hasta que da con el edificio ideal y lo compran. No recuerdo qué hacen con los inquilinos, cómo los echan, sobornan o conforman. Pero da lo mismo, Naz se ocupa de todo y el protagonista se dedica ahora, con su inestimable colaboración, a intentar recrear aquel déjà vu. Para ello contratan albañiles, pintores y electricistas que fijan la estética del inmueble en forma idéntica a la que recuerda de su sensación fugazmente experimentada. También contratan actores y una guionista e incluso un director o directora para que unos hagan las veces de vecinos y vecinas del inmueble y ejecuten una especie de movimientos y acciones coordinadas por el director o directora que la guionista y el protagonista escriben conjuntamente. Por ejemplo, una vecina debe abrir la puerta de su vivienda y sacar la basura al rellano. En ese momento el protagonista sube o baja las escaleras y un rayo que penetra por el tragaluz le da en la cara. Más o menos, escribo de memoria. Las performances, porque no son otra cosa, se suceden en diferentes momentos del día con cambios mínimos entre una y otra para intentar afinar detalles. La vecina, la bolsa de basura, el ascensor, el rayo de luz. A iniciar esta coreografía se le denomina “poner el edificio en ON”. Lo que hacen en innumerables ocasiones, llegando un punto en el que el intento de recreación deviene creación con sus respectivas alteraciones de esa supuesta realidad efímera apenas entrevista. Al final el edificio pierde peso e importancia en la narración y encontramos al protagonista en un bar con el inseparable Naz bolígrafo en ristre para apuntar los deseos de su jefe. La novela recomienza. Se gestan nuevas performances con nuevos elementos, entre ellos un avión de pasajeros en pleno vuelo.
Magnífica literatura dentro de Residuos. El ambiente, la deriva, la impresión de performance no sólo física sino también mental, la batalla del protagonista por librarse de su necesidad de memoria y centrarse en una cada vez más compleja experimentación de sensaciones. Fresán confiesa que esta es la novela que querría haber escrito. Yo me conformo con mucho menos: esta es la novela que releería ahora si no estuviera tan liado con otras cosas.
6 comentarios:
Interesante novela. La leí hace poco y lo único que no me acabó de convencer fue la motivación que lleva al personaje a hacer lo que hace al final. Me resultó poco creíble. Tampoco el comienzo me emocionó quizá por la misma razón. Me refiero a la premisa tan surrealista que no era necesaria para el desarrollo del resto de la historia. Esta ya sí, bastante buena.
No recuerdo ahora sí leíste el último de Mercedes Cebrian. La primera parte es más o menos igual: la recreación de una mujer de un escenario concreto, olores incluidos, tratando de recuperar un momento exacto. Creo recordar que la leí por una recomendación que le robé a Ferré.
P.D.: A los vecinos se les desaloja como se desaloja siempre: poniendo pasta. Si no recuerdo mal es un pasaje al que no se le dedica mucho tiempo.
Abrazo,
No, hay cosas que no leo. Toda recomendación conlleva su interpretación, en todo caso libre.
Los detalles de la novela que nos ocupa no los recuerdo bien, son tres años ya y, por fortuna, nunca tuve buena memoria. Lo que sí recuerdo, e insisto en ello, es su brillantez, reconozco que complicada de captar.
Abrazo.
Ja, esta vez no me pillas. Tengo la reedición que ha hecho Lengua de Trapo este año. Paseando por la librería, cogí esta novela, leí la sinopsis, y algo hizo que me la llevase. No seguí ninguna recomendación. Figura entre mis pendientes. Ahora sí tengo una recomendación para leerla. Gracias.
Abrazo.
Entonces Fresán no se equivocó!! Lengua de Trapo reeditando libros!! Asombroso.
Disfruta, pues, de la lectura.
Abrazo.
Ea, me liaste. Ya la tengo en casa...
Sirvió entonces para algo, mira. A ver si te gusta, que me da que sí. Un abrazo.
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