Ya lo sabréis todos: María Kodama, viuda beneficiaria de los derechos sobre la obra de Jorge Luis Borges, ha conseguido la retirada del mercado de El hacedor (de Borges), remake, de Agustín Fernández Mallo. No ha conseguido, sin embargo, que al teclear las dos primeras palabras de ese título tan deliberadamente explícito, el propio Google proponga terminar la secuencia con los términos pdf, descargar, etc. No podrá impedir, por otra parte, que su nombre, María Kodama, sea recordado sin ser inmediatamente asociado a los adjetivos inculta, soberbia y codiciosa.
Señora María, hace años tuve que soportar la monserga que me endilgara un escritor sin nombre ni éxito de ningún tipo según la cual usted le habría leído a Jorge Luis, en una noche interminable, una parodia fantástico-marxista sobre la pelliza de un filósofo ya muerto. Ocurrió durante un cóctel que celebraba el tongo manifiesto en la elección de nuevo presidente de una Asociación de Escritores financiada con fondos públicos; es decir, proporcionados por lectores y no lectores. Borges hasta en la sopa, en este caso de las bobas. Ni mi pareja ni yo fuimos por motivos electorales puesto que no nos dedicamos a escribir, pero sí teníamos, por aquel entonces, simpatías con cierto grupo corrupto de dinamizadores de las letras. El apellido de su esposo salió a relucir, cómo no, en numerosos intentos de aforismo y paráfrasis fallidas, y por lo tanto fue mal aprovechado en beneficio de los pocos que allí estábamos invitados. Señora María, sepa usted que aquella tarde treinta o cuarenta personas bebieron y comieron gratis a cuenta del erario público y de la figura de su difunto y que a usted, celadora de su legado, no se le guardaron ni las sobras. Multiplique usted tal número por las semanas que tiene un año y el resultado por las provincias de un pequeño país como España; después siga multiplicando: por países, por años pasados desde que su marido dejó de respirar, por libros sobre su figura y obra publicados…: señora, luchar contra la floreciente industria alrededor del apellido Borges le va a parecer como darse de bruces contra campos sembrados de molinos de tiempo (a Borges le hubiera gustado este (ex)sampler): tarea imposible, y loca.
Pero no se preocupe, o no en exceso, pues las obras de su marido las tenemos en casa por duplicado. Le hicimos llegar nuestra subvención particular mediante la compra sucesiva de todos los títulos editados por Alianza en bolsillo, y después, aprovechando un viaje de mi hermano a Buenos Aires, a través de su adquisición vicaria de las Obras Completas en cuatro tomos editadas por Emecé. Sí, ya sé que me faltan uno o dos, pero ésos no los compré sino que preferí descargarlos de fuentes públicas, sin pagar ni un dólar. A ello me autorizaban la buena conciencia de haber más que contribuido a su ya largo y regalado retiro en el Olimpo de los aprovechados.
Señora María, ya puede ir usted preparando un batallón de abogados para defenderse de las demandas que vamos a poner contra la obra de su fallecido consorte en nombre de, por citar sólo algunos, Cervantes, Swedenborg, Shakespeare y Thomas Browne. Pues, aunque seguramente sus voraces consejeros le dirán que no se preocupe ya que la producción de tales muertos está libre de derechos, lo cierto es que precisamente por ello —y aprovechándonos de las arteras artes que usted ha puesto en juego; fíjese que incluso a usted vamos a plagiarle aunque sean los métodos, señora— no puede venir cualquiera y apropiársela del modo en que lo hizo Mr. Borges, so pena de tener que responder ante la eterna fiduciaria de esa herencia: la Humanidad. ¿O sí?
Porque sepa usted, señora Kodama, ya que pocas personas se lo han dicho así, en público, que de Literatura no tiene usted ni pajolera idea; que si puede permitirse el esfuerzo y la batalla de eliminar la obra de un discípulo declarado de la de su ex marido, es por la fortuna que nosotros, lectores y admiradores de quien por sus labios —pobrecito, sólo usted sabrá cómo le leía— supo de la literatura que se hacía en sus últimos años, le hemos regalado.
Intuyo, señora, dado su comportamiento, que conoce usted pocos refranes en castellano (esa lengua de la que usted ha comido tan bien y tanto), por lo que me permito recordarle uno fácil, aquel de “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. El muerto ya sabemos quién fue, pero vivos quedamos aquí unos cuantos que, aun no negándole a usted el derecho al bollo, no vamos a permitirle que se lo coma entero, o al menos no a palo seco. Pues sepa usted, Señora, que el bollo que le quedó tiene el tamaño que tiene por el trabajo y esfuerzo de su añorado pero también por el de su público, sus lectores: no ha sido usted con su interés, ni con su manía persecutoria, y sí ellos quienes han dado en practicar una suerte de resurrección constante, si no del cuerpo, de su espíritu, de tal forma que Borges disfruta de tantas vidas como lecturas, y cada día deja tantas viudas como enamorados y tributarios hay de su obra. A ellos les debe usted, María, no precisamente unas migas. Ellos, con sus continuos homenajes, se lo mezclan, amasan y hornean a diario para que se lo coma fresco y no duro como una piedra. ¿Cómo? Muy fácil, doña María, y muy obvio: leyendo, recomendando, comentando, criticando, apuntando, enseñando, reuniendo, comparando, enarbolando, orgulleciéndose, apostolando e incluso me atrevo a imaginar a algunos rezando. Ellos y no usted son los verdaderos legatarios de la obra de Bo®ges. Nosotros, y no usted, somos quienes debemos detentar el derecho a decidir cómo disfrutar de ella. No consentimos que sólo se nos permita admirarla de manera estática, sin tocarle ni una letra o insertarla en medio de homenajes dedicados a ella, sin infundirle, en definitiva, nuevas vidas bajo nuevos formatos. Borges, sin ®, maestro del sampler, compositor de collages, escultor de cyborgs literarios, es precisamente quien menos motivos tendría para prohibir que con su obra se hiciera lo que él hizo con la de otros, por muy antiguos que fueran sus admirados muertos y algo más reciente este, el de usted, señora, que también es el nuestro.
A su marido le gustaba horrores la eternidad, imagino que se acuerda (y si no, le recomiendo que haga como Fernández Mallo y lea su obra más a menudo). Sobre ella pensó, escribió y disertó, como suele decirse, ad nauseam. Y en su soberbia, acaso piense usted tener todos los derechos sobre los indudables réditos económicos que quizá, por tanto oír de eternidades, se le antojen infinitos, así en cantidad como en alcance. Una eternidad que, insisto, no nace de su celo o recelo sino de esfuerzos ajenos a cualesquiera esferas normativas.
El amor al arte no se reparte, María Kodama. Y no otra cosa que amor es lo que hay en El hacedor (de Borges), remake, de AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO.
Señora María, hace años tuve que soportar la monserga que me endilgara un escritor sin nombre ni éxito de ningún tipo según la cual usted le habría leído a Jorge Luis, en una noche interminable, una parodia fantástico-marxista sobre la pelliza de un filósofo ya muerto. Ocurrió durante un cóctel que celebraba el tongo manifiesto en la elección de nuevo presidente de una Asociación de Escritores financiada con fondos públicos; es decir, proporcionados por lectores y no lectores. Borges hasta en la sopa, en este caso de las bobas. Ni mi pareja ni yo fuimos por motivos electorales puesto que no nos dedicamos a escribir, pero sí teníamos, por aquel entonces, simpatías con cierto grupo corrupto de dinamizadores de las letras. El apellido de su esposo salió a relucir, cómo no, en numerosos intentos de aforismo y paráfrasis fallidas, y por lo tanto fue mal aprovechado en beneficio de los pocos que allí estábamos invitados. Señora María, sepa usted que aquella tarde treinta o cuarenta personas bebieron y comieron gratis a cuenta del erario público y de la figura de su difunto y que a usted, celadora de su legado, no se le guardaron ni las sobras. Multiplique usted tal número por las semanas que tiene un año y el resultado por las provincias de un pequeño país como España; después siga multiplicando: por países, por años pasados desde que su marido dejó de respirar, por libros sobre su figura y obra publicados…: señora, luchar contra la floreciente industria alrededor del apellido Borges le va a parecer como darse de bruces contra campos sembrados de molinos de tiempo (a Borges le hubiera gustado este (ex)sampler): tarea imposible, y loca.
Pero no se preocupe, o no en exceso, pues las obras de su marido las tenemos en casa por duplicado. Le hicimos llegar nuestra subvención particular mediante la compra sucesiva de todos los títulos editados por Alianza en bolsillo, y después, aprovechando un viaje de mi hermano a Buenos Aires, a través de su adquisición vicaria de las Obras Completas en cuatro tomos editadas por Emecé. Sí, ya sé que me faltan uno o dos, pero ésos no los compré sino que preferí descargarlos de fuentes públicas, sin pagar ni un dólar. A ello me autorizaban la buena conciencia de haber más que contribuido a su ya largo y regalado retiro en el Olimpo de los aprovechados.
Señora María, ya puede ir usted preparando un batallón de abogados para defenderse de las demandas que vamos a poner contra la obra de su fallecido consorte en nombre de, por citar sólo algunos, Cervantes, Swedenborg, Shakespeare y Thomas Browne. Pues, aunque seguramente sus voraces consejeros le dirán que no se preocupe ya que la producción de tales muertos está libre de derechos, lo cierto es que precisamente por ello —y aprovechándonos de las arteras artes que usted ha puesto en juego; fíjese que incluso a usted vamos a plagiarle aunque sean los métodos, señora— no puede venir cualquiera y apropiársela del modo en que lo hizo Mr. Borges, so pena de tener que responder ante la eterna fiduciaria de esa herencia: la Humanidad. ¿O sí?
Porque sepa usted, señora Kodama, ya que pocas personas se lo han dicho así, en público, que de Literatura no tiene usted ni pajolera idea; que si puede permitirse el esfuerzo y la batalla de eliminar la obra de un discípulo declarado de la de su ex marido, es por la fortuna que nosotros, lectores y admiradores de quien por sus labios —pobrecito, sólo usted sabrá cómo le leía— supo de la literatura que se hacía en sus últimos años, le hemos regalado.
Intuyo, señora, dado su comportamiento, que conoce usted pocos refranes en castellano (esa lengua de la que usted ha comido tan bien y tanto), por lo que me permito recordarle uno fácil, aquel de “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. El muerto ya sabemos quién fue, pero vivos quedamos aquí unos cuantos que, aun no negándole a usted el derecho al bollo, no vamos a permitirle que se lo coma entero, o al menos no a palo seco. Pues sepa usted, Señora, que el bollo que le quedó tiene el tamaño que tiene por el trabajo y esfuerzo de su añorado pero también por el de su público, sus lectores: no ha sido usted con su interés, ni con su manía persecutoria, y sí ellos quienes han dado en practicar una suerte de resurrección constante, si no del cuerpo, de su espíritu, de tal forma que Borges disfruta de tantas vidas como lecturas, y cada día deja tantas viudas como enamorados y tributarios hay de su obra. A ellos les debe usted, María, no precisamente unas migas. Ellos, con sus continuos homenajes, se lo mezclan, amasan y hornean a diario para que se lo coma fresco y no duro como una piedra. ¿Cómo? Muy fácil, doña María, y muy obvio: leyendo, recomendando, comentando, criticando, apuntando, enseñando, reuniendo, comparando, enarbolando, orgulleciéndose, apostolando e incluso me atrevo a imaginar a algunos rezando. Ellos y no usted son los verdaderos legatarios de la obra de Bo®ges. Nosotros, y no usted, somos quienes debemos detentar el derecho a decidir cómo disfrutar de ella. No consentimos que sólo se nos permita admirarla de manera estática, sin tocarle ni una letra o insertarla en medio de homenajes dedicados a ella, sin infundirle, en definitiva, nuevas vidas bajo nuevos formatos. Borges, sin ®, maestro del sampler, compositor de collages, escultor de cyborgs literarios, es precisamente quien menos motivos tendría para prohibir que con su obra se hiciera lo que él hizo con la de otros, por muy antiguos que fueran sus admirados muertos y algo más reciente este, el de usted, señora, que también es el nuestro.
A su marido le gustaba horrores la eternidad, imagino que se acuerda (y si no, le recomiendo que haga como Fernández Mallo y lea su obra más a menudo). Sobre ella pensó, escribió y disertó, como suele decirse, ad nauseam. Y en su soberbia, acaso piense usted tener todos los derechos sobre los indudables réditos económicos que quizá, por tanto oír de eternidades, se le antojen infinitos, así en cantidad como en alcance. Una eternidad que, insisto, no nace de su celo o recelo sino de esfuerzos ajenos a cualesquiera esferas normativas.
El amor al arte no se reparte, María Kodama. Y no otra cosa que amor es lo que hay en El hacedor (de Borges), remake, de AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO.
6 comentarios:
Olé.
No he leído el libro. No sé qué ha podido ofender a María Kodama. Así, a simple vista, alguien que pone un corazón en la portada de un libro que homenajea a otro autor, no puede mostrar más que admiración.
Pobres escritores. Cuando desaparecen, sus obras no sólo permanecen en manos de los lectores, sino que también se ven rodeadas de caníbales.
Chapeau, José Luis.
Guau. Vale, ya me teníais, pero me habéis ganado del todo.
Al parecer, Pilar y Cartaphilus, el autor no pidió permiso para publicar el homenaje. Y aunque la señora dice no haberlo leído, se ha dejado aconsejar por abogados, que por lo que se ve de letras entienden un huevo. Querrán que Agustín se humille, pida perdón públicamente por festejar de esta manera una marca registrada y/o pase por caja antes de seguir con su party literaria.
Otra cosa, como el mundo literario está tan poblado de bellacos como cualquier otro orden humano, sabed que Agustín es un tipo odiado como pocos por entender quienes de poderes entienden la hostia que con su primer título vino a fundar un movimiento literario cuyos integrantes sólo pretendían hacerse notar, llamar la atención, zarandear el mercado en su propio beneficio y, de paso, desplazar a quienes en él estaban tan a gustito antes de que viniesen el "gafapasta" a removerles los asientos. No es algo novedoso, dar caña a alguien o algo por el mero hecho de existir y ocupar hueco (pero antes, ojo, creándolo), aunque sea pequeño. La literatura de Agustín podrá gustar o no, de acuerdo. Pero de ahí a iniciar guerras santas contra su figura, obra y "generación" media un abismo que ha sido hasta ahora colmado de envidias y de mala leche. Esto de la Kodama (no, no es buscar tres pies al gato, ni armar teorías conspiratorias, pero tampoco es menos cierto la mucha casualidad) ha sido la puntilla.
Veo que has echado hasta las vísceras, pero no menos se merecen Borges y Fdez. Mallo. Lo de la Kodama, otro bochorno que se suma a la Historia Universal de la Infamia de las herederas avispadas.
Y me pregunto, ¿me podrá denunciar por lo de Historia Universal...? Bah, mejor ni lo planteo.
Un abrazo, boss
Abrazo, Santiago.
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