Tyrone Slothrop es el
(uno de los) protagonista(s) de la novela de Thomas Pynchon El
arco iris de gravedad. Slothrop, militar norteamericano que
trabaja para la inteligencia aliada en Londres durante la Segunda
Guerra Mundial, experimenta una erección cada vez que una V-2
alemana se cierne sobre la castigada capital británica(1). De niño
fue sometido a experimentos pavlovianos, condicionándose cierta
respuesta de sus partes blandas, pudendas, gónadas, pene a la
cercanía del Imipolex G, plástico usado en el aislamiento interno
de cohetes.
Recuerdo una Feria del
Libro Usado y de Ocasión de hace nueve o diez años, aquí abajo, al
principio o final del Continente. Iba yo buscando libros a buen o
irrisorio precio. Pero la suerte no me sonreía, pues lo que la gente
suele revender al peso no vale ni el esfuerzo de acarrearlo de un
lugar a otro; casi sólo la muerte o la mala fortuna propician la
salida al mercado ambulante de según qué títulos. Me topé con uno
sugerente, Lecturas compulsivas, de Félix de Azúa.
Compulsivamente lo adquirí y leí. Después busqué, adquirí, robé
y leí varios de los títulos analizados en aquel libro seminal, de
fácil y amena lectura. Como la de Slothrop, la sangre del auténtico
interesado aumenta su ritmo circulatorio ante objetos susceptibles de
deseo, en este caso libros y, también, libros sobre libros.
La de Azúa no era una
obra de crítica literaria, al menos así lo veo yo. Tampoco lo era
aquella de Bolaño, Entre paréntesis;
en la de Javier Marías, Literatura y fantasma,
hay un poco de todo. Más críticas son las de Sebald, Pútrida
patria, o Coetzee, Mecanismos
internos, por citar sólo unas
pocas conocidas y de calidad indudable, cada una de ellas por motivos
diferentes y diversos. Al lector no avisado puede resultarle difícil
distinguir entre mera didáctica y pura crítica, sobre todo cuando
se editan libros dedicados a libros como compendios de artículos
publicados en prensa generalista e incluso como entradas de blogs,
inicialmente, gratuitos. En todo caso, es evidente que ahí ha habido
siempre y aún hay una no del todo explorada y explotada área de
interés, tanto para expertos como principiantes. Que la dialéctica
utilizada en tales ensayos sea más o menos asequible al lector
formaría parte, en algunos casos,
de una loable estrategia de ablandamiento estético. Nada que objetar
a esta práctica que, en definitiva, sólo debe (parece) buscar la
diseminación de la literatura utilizando sus mismos medios, más
literatura, aunque se la descafeíne por mor de un objetivo situado
por encima del propio texto. Pues es raro toparse con ensayos que
desmenucen obras ajenas y que, además, consigan contagiar al lector
(ese Slothrop) el deseo de búsqueda y profundización, de
verticalización, en los autores, obras, corrientes y temáticas en
ellos abordadas sin, por otra parte, renunciar a un estilo propio y
característico, al uso de todos los recursos, habilidades y
pirotecnia de que dispone el ensayista y que, quizá temeroso de un
posible rechazo por parte de sus lectores habituales en el terreno de
la ficción, sólo despliega en ocasiones como éstas, reservadas a
una hipotética grey académica o academicista (es de suponer que
entendida y no lerda).
Dicho
esto, digamos además que uno, que ha frecuentado garitos literarios
de casi toda índole y condición, se sorprende todavía de la
candidez genérica y generalizada del lector, que consume, deglute y
asume un torbellino de obras inmerso en una espiral de eclecticismo
sin parangón en esferas artísticas menos demediadas que la
literatura. Se sorprende de la proliferación de saltos mortales
tales como, pongamos por caso, de Federico Moccia a David Foster
Wallace, de John Connolly a Thomas Pynchon o de Muriel Barbery a Don
DeLillo(2). O hay lectores brutalmente listos que sufren epifanías
como irlandeses tragando cerveza, o poco alimento de lo consumido es
retenido por la mente y, por tanto, no evacuado hacia el olvido.
Dicho de otro modo, hay literatura —afortunadamente— cuyo pleno
uso y disfrute sólo se alcanza mediante la inmersión en sus raíces,
antecedentes, precedentes y motivaciones; que al margen de su
preceptivo disfrute estético es susceptible de interpretación más
allá del mero revestimiento lúdico con que el autor decidió
camuflarla; que el necesario acercamiento a que, como lectores,
sometemos sus páginas impide una visión de conjunto que (de)muestre
el paisaje total cuya representación pretende; y que persigue un fin
superior a sí misma, siendo su evidencia más característica ese
extraño desbordamiento de intenciones proporcional a su dificultad
de aprehensión. Para seguir vivo hay que acercarse a este tipo de
literatura, pero mejor si antes de subir a alguno de sus ochomiles, o
durante la ascensión, o después, en la también dura tarea
descendente, se va de la mano de algún raro sherpa de tales altas
cumbres de las letras. De otra forma, el lector andará más
preocupado de sus propios tropiezos y pasará frío, un frío
inconcebible, perdiéndose así el magnífico espectáculo que, en
otras circunstancias, tal tipo de páginas con total seguridad le
depararía.
Admito
que a muchos lectores no les guste e incluso les repugne la crítica
literaria. Ésta, como genuino subproducto de las obras a que dedica
sus atenciones, puede comportarse de dos modos: parasitaria o
simbióticamente, cabiendo desviaciones tributarias, panegíricas e
incluso deudoras. Nos interesa la segunda de sus manifestaciones,
aquella que retroalimenta la obra y lo hace de esa manera singular
que aúna conocimiento, análisis y una didáctica no plegada a los
habituales cánones discursivos comerciales. Ésta sí sería
susceptible de generar interés en el lector puro e irredento a la
sintaxis bobalicona mayormente consumida, y aun no viciado por
desviaciones académicas, institucionales ni por cuestiones
personales/profesionales. Una crítica veraz cuyo fin último fuese
desenredar la maraña estética y, posiblemente, argumental en que
los autores cuyas obras son diseccionadas decidieron enterrar sus
intenciones, para finalmente mostrar su núcleo vital, aquello que
siempre estuvo ahí y que no fuimos capaces de apreciar por nosotros
mismos. Esta crítica es rara, difícil de encontrar porque su
escritura es ardua y complicada. Para el crítico es además
peligrosa, ingrata, deficientemente remunerada tanto en términos
económicos como de reconocimiento(3). Por eso hay tan pocas, casi
ninguna.
Quizá
sea ésta una de las causas por las que Juan Francisco Ferré decidió
no acudir a una editorial mayor para publicar su Mímesis y
simulacro. Las imposiciones comerciales les afectan demasiado,
les resulta imposible sustraerse a los dictados cuantitativos del
profit and loos. Ésta es la realidad, o al menos es lo que
continuamente nos cuentan los medios, con la televisión a la cabeza
de todos ellos. Una realidad que para la literatura ha ido mutando
con las manifestaciones sociales y el paso de los lustros. Realidad
que devino concepto ontológico, abstraída de sí misma y sujeta a
experimentación en sus variados modos (y formatos) de
representación, por ejemplo el literario.
No
otra cosa que el tratamiento de la realidad en la literatura analiza
Ferré en este libro de ensayos, de ahí el título; de ahí esa
sobrecubierta que en “realidad” es una magnífica simulación de
sobrecubierta que esconde, cómo no, una portada a modo de gélido
reflejo de aquélla. Ferré se encarga de enfriar la realidad ya
desde el principio, en la presentación (La realidad bajo cero.
Una introducción realista) y en las citas (“En lugar de
disfrutar de un breve oscurecimiento y luego de una pérdida de
favor, como le sucedió en el siglo XVIII a la novela epistolar, la
novela realista se convirtió en la norma de la ficción, en lugar de
lo que en realidad es: tan sólo una de las muchas mutaciones en la
evolución de la novela, y desde luego una menos preocupada en la
exploración de nuevas técnicas y formas que en agradar al público
y enriquecer a autores y editores. Más que arte, entretenimiento”,
Steven Moore; “[la filosofía] debe ser rara porque la realidad
es rara”, Graham Harman; “Todo texto que pretenda enunciar
la verdad es, también, sobre todo, un producto del lenguaje, un
relato, un conjunto de trucos y artificios”, Guy Scarpetta),
mientras que ya en el propio texto introductorio lidia con conceptos
que comienzan a caldear el ambiente de lo que vendrá a continuación:
“La batalla de la realidad” (p. 9): no otra cosa se
discute y dilucida en sus páginas; en sentido figurado, simulado,
se libra.
Pregunta
para nota: ¿Qué tienen en común, aparte de su evidente condición
de escritores, Sade, Galdós, Estébanez Calderón, Gómez de
Avellaneda, Pardo Bazán, Ortega, Joyce, Kafka, García Márquez,
Goytisolo, Gopegui, Cercas, Rosa, Coover, DeLillo, Wallace y Pynchon?
(El índice onomástico al final del libro es mucho más generoso que
yo en la relación de citados y citadas.) Todos estos escritores
arriesgaron, cada uno en su momento, en la búsqueda de nuevas
representaciones de la realidad en literatura. Y puede decirse que
del relativo fracaso de los primeros —y sus antecedentes y
coetáneos— en mostrar una verdad no ya universal sino siquiera
parcialmente aceptable, se obtiene la terrible y fantástica mutación
iniciada con Joyce y Kafka y continuada en nuestros días y los
todavía por venir.
De
una obra de las características de Mímesis y simulacro es
difícil ofrecer un conjunto de muestras que consiga caracterizar con
fidelidad lo que el lector interesado (recuérdese: Slothrop)
encontrará en su interior. Pues además de estar ante uno de los
mejores y concienzudos análisis del devenir de lo real en
literatura, el autor ha entretejido entre los diferentes ensayos una
imagen cabal de su penetrante pensamiento, ya sea mediante la
inserción estratégica de citas (p.e.: “El verdadero
españolismo consiste en importar los elementos dignos de aclimatarse
en nuestro propio suelo y en estudiar cuidadosamente para asimilarlo
cuanto fuera se produce que merezca la pena de verlo y aprenderlo”,
Clarín en 1879 sobre la ascendencia de Zola en Pardo Bazán,
p. 120; o “Una tendence á nouvelles perceptions me hace
exigir de todo hombre y de todo libro que sea algo nuevo para mí y
muy otro que yo”, José Ortega y Gasset en Ideas sobre Pío
Baroja, p. 143; o “Una terminación no conclusiva conviene a
una obra que plantea intencionadamente un problema que el autor
considera insoluble”, Paul Ricoeur, p. 204; o “La más
profunda vocación de la obra de arte en la sociedad de consumo: 'no
ser una mercancía, no ser consumible, ser desagradable como
mercancía'”, Jameson, p. 249), sea mediante conclusiones de
una lucidez asombrosa (“El designio de representar lo 'real' se
realizaría en ellas [determinada narrativa de vanguardia] no
desde el atenazado sostén de la verosimilitud, sino desde la vena
bufonesca y caricatural, la truculencia grotesca y el
desparramamiento satírico, cómico, anti-convencional y
anti-académico, más propias de la tradición y la literatura
carnavalescas”, p. 199, a propósito de la novela La saga de
los Marx, de Juan Goytisolo; o “La novelística de DeLillo
[muestra] la posibilidad de una narrativa […] que señale
con ironía el modo en que el capitalismo requiere la implantación
instantánea de la utopía en los espacios cotidianos, privados o
públicos, como mitología de su perfecto funcionamiento y
cumplimiento de su promesa de felicidad material […] la
máquina capitalista necesita construir entornos afectivos y
cognitivos acogedores con objeto de poder extraer de los sujetos una
plusvalía de emociones, sentimientos, o deseos […] esta
máquina en apariencia puramente abstracta se abastece, sin embargo,
de la energía indefinible liberada por la fricción humana diaria
con los diversos instrumentos tecnológicos del sistema”, p.
248), sea diciendo a las claras lo que muchos piensan y todos callan
(“Todavía hoy, a pesar del esfuerzo que el aparato mediático y
cultural está haciendo para que el escritor escriba para hacerse
famoso, millonario o sólo popular, aunque sea en su provincia o en
su barrio, tres formas de refrendo de su actividad a las que sin duda
le resulta muy difícil renunciar, cabe imaginar que algún que otro
escritor, que quizá tenga el defecto de haber leído en exceso a
Kafka para conocerse mejor, se decida a enfrentarse, sin creerse un
héroe cívico por ello, a la esfinge antipática y sibilina del
mundo y hablarle de tú a tú en su dialecto jeroglífico, obtuso e
inhumano”, p. 230(4))... Basta, o corro el riesgo de ser
acusado de revelación de material sujeto a derecho de autor.
Pienso
que, aun siendo insuficientes, los extractos anteriores ofrecen una
faceta más, quizá no la definitiva pero sí, desde luego,
imperdible, de una exclusiva y brutalmente lúcida forma de ver,
comprender y analizar el mundo y su “realidad” que ya conocíamos
en parte de la lectura y relectura de Providence, La fiesta
del asno, Metamorfosis®
y por supuesto del blog La vuelta al mundo. En Mímesis y
simulacro hay toneladas de trabajo, erudición, cuidado, amor por
la literatura y, at last but not the least, honestidad:
porque, como decía más arriba, enfrentar una temática crucial como
ésta, arrancando de un punto de partida tan anterior y
desprejuiciado para ir desmontando, mediante el puro uso de hechos
constatados (escritos) y la inteligencia, los decrépitos arquetipos
culturales dominantes en favor de una narrativa abierta a la mutación
y no cerrada al mercado; todo ello, digo, pienso, afirmo no es sino
un gran ejercicio de honestidad para consigo mismo y, al haber sido
hecho público, para con los lectores, al fin y al cabo últimos
destinatarios de la, así llamada, literatura.
Termino
este texto tan largo con una advertencia, aviso, declaración de
intenciones o todo ello al mismo tiempo. Como este libro tan raro de
escribir en una época como la actual merece una reflexión más
profunda y sus contenidos una divulgación más morosa y detenida que esta tan endeble que acabo de escribir, voy a ir
regular, aperiódica y esporádicamente refiriéndome a sus múltiples
líneas de trabajo y aspectos concluyentes. ¿Cómo? Con la lectura y
referencia sistemática en todo espacio viviente de la obra en ella
analizada y diseccionada, en tanto que entroncada en la única vía
de investigación inagotable y permanentemente en marcha: la
realidad, esa realidad de la calle y la televisión que no son sino
imitación y simulación la una de la otra y, ambas, reflejo
imperfecto de lo que puede encontrarse en la, así llamada,
literatura.
(1)
Como Mímesis y simulacro se cierne, siendo española y no
alemana, llevando buenas intenciones y no malas, sobre la literatura
de nuestros días. (arriba)
(2)
Saltos en los que además cabe una alta probabilidad de que el lector
no repita experiencia y retorne a sus humildes y cerrados orígenes,
desechando toda un abanico de posibilidades, estas sí, abiertas. (arriba)
(3)
De algo parecido hablaron Enrique Vila-Matas y Eduardo Lago el
viernes 25 de marzo de 2011 en el festival Kosmopolis. Venían
a decir, sobre todo Lago, que el autor, si quiere lectores, debe
simplificar las intenciones, el discurso, la estética. De otro modo,
corre el riesgo de perder seguidores, de no ganar dinero. (arriba)
(4)
Y no me resisto a incluir aquí otra conclusión de Ferré: “Kafka
es quizá el primer escritor en experimentar el sentimiento más
moderno ante la escritura: el sentimiento de la vergüenza
y la humillación. La vergüenza ante lo que uno
escribe y ante el hecho mismo de escribir. Vergüenza que no es sino
la sentencia que el cerebro del escritor dicta contra sí mismo
atendiendo las demandas del severo tribunal de la sociedad burguesa,
industrial o comercial, el orden patriarcal de la familia, para quien
la práctica de escribir y la existencia misma de la literatura son
no sólo una inutilidad sino una dedicación
ridícula. Sólo la riqueza
y el éxito alcanzado con productos editoriales
legitimarían para la ideología o mentalidad burguesa la vocación
de escribir, consagrándole todo el tiempo del mundo (el tiempo
perdido y el “tiempo recobrado” de Proust, hermano de sangre de
Kafka en tantas cosas, cobran aquí, precisamente, una significación
nueva, gracias a la equivalencia tiempo=dinero establecida por la
ideología capitalista)”, p.163-164, las negritas son mías. (arriba)
7 comentarios:
Qué poco me gusta que me hagas cambiar de opinión! Sobre todo cuando las consecuencias me van directamente al bolsillo. Porque entiendo que no me lo vas a enviar escaneado.... Da igual, será mi aportación a la cultura y una forma de que Ferré esté más cerca de hacerse multimillonario.
Lo que me ha convencido ha sido este párrafo: "“Todavía hoy, a pesar del esfuerzo que el aparato mediático y cultural está haciendo para que el escritor escriba para hacerse famoso, millonario o sólo popular, aunque sea en su provincia o en su barrio, tres formas de refrendo de su actividad a las que sin duda le resulta muy difícil renunciar, cabe imaginar que algún que otro escritor, que quizá tenga el defecto de haber leído en exceso a Kafka para conocerse mejor, se decida a enfrentarse, sin creerse un héroe cívico por ello, a la esfinge antipática y sibilina del mundo y hablarle de tú a tú en su dialecto jeroglífico, obtuso e inhumano”. Por ninguna razón especial. Simplemente me ha gustado. Y si hay más como ese daré por bien gastado el dinero (ahora bien, como sea el único me vas a oir).
P.D. La portada es absolutamente genial.
Este libro es un pozo de sabiduría, no te decepcionará sino muy al contrario: te hará detestar el resto.
Hombre, pues tampoco es plan. A ver luego que hago con tanto tiempo libre...
Esto está una maravilla, gracias. Eso dela realidad ya es chocante: ¿qué es eso? ¿Acaso existe algo así? ¿Quién lo dice: los medios, los políticos? La realidad, bah.
.
Esto, y de alguna manera el último de Hawking, van unidos, van por lo mismo.
Gracias por el comentario, malvisto (genial nick).
Es un libro peligroso, querido amigo José Luis, pues te hace cambiar de opinión, jeje.
Es sugerente e incisivo, imprescinbidle,
un abrazo fuerte,
Antonio
No otra cosa buscamos, Antonio, que hacerte cambiar de opinión. Queremos que veas la luz, al menos esta otra luz incontaminada por lo espurio y la enfermedad.
Un abrazo.
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