14 feb 2011

The elusive Wow Factor

Llevar a cabo los diversos proyectos que me propuse hace algunas semanas me está costando más esfuerzo del que, ingenuamente, creí. A sus dificultades intrínsecas se le unió un repunte de actividad profesional que tiende a alejarme de la literatura y su campo de batalla, por lo que las horas y los días se volatilizan sin avances significativos que poder mostrar aquí. Lo que no quiere decir que no los haya. Respecto del anunciado en primer lugar, claramente contrario a las directrices de la Ley Sinde, una muestra de cómo hasta las cosas más reacias al cambio son doblegadas por nuestra voluntad es el rediseño estético y funcional de este blog, en el que he invertido una indecente cantidad de tiempo y esfuerzo, sin estar aún finalizado. Tampoco está varado el proyecto de difusión de una colección de estrategias para sobrevivir literariamente en el mundo digital, sino que este empeño avanza con lentitud sorteando los múltiples obstáculos que encuentra en su camino hacia la luz. Me consuela pensar que tal carrera acabará formando parte del texto, enriqueciéndolo.

De todas formas, casi dejé de consumir literatura. Así no hay manera, pues, de escribir sobre libro alguno, a no ser lanzando el discurso por otros derroteros que tengan poco o nada que ver con la crítica del título en cuestión. En su lugar, he dedicado los habituales momentos de lectura al estudio de otras disciplinas más prosaicas. Llegué incluso a fantasear con el abandono total de las lecturas literarias, que demandan gran cantidad de economía y tiempo sin tener uno demasiado claro adónde conduce su consumo desenfrenado.

Pero no he podido. Un libro que me regalaron, Gigolá, de Laure Charpentier, miraba con cara de pocos amigos desde una esquina. Y otro, que conseguí de la misma forma, hacía mal las veces de alfombrilla para el ratón. El francés lo leí la semana pasada en dos golpes de avión, ida y vuelta con sus respectivas esperas, y volví a pasármelo en grande. La alfombrilla, titulada Todas las tardes café, de Santiago García Tirado, la empalmé para acabar su lectura en los ratos libres de los siguientes dos días. Dentro de nada os hablaré de ellos, respetando el orden mencionado. El resultado es que ahora tengo el mono.

Sin embargo no quería hablar de libros sino del nuevo diseño de este espacio. He dicho haber gastado mucho tiempo en él porque no tenía conocimientos informáticos para ello. Si decidí adquirir los necesarios fue porque estaba cansado de ver aquellos monos dando palos al suelo al lado de un par de monolitos extraterrestres. Porque también estaba harto de comprobar que la longitud de lo que escribía se multiplicaba por dos al trasladarlo al canuto de texto que era el alma del anterior formato. Porque tenía la sensación de que quienes me visitaban veían tantos colores como yo, lo que acababa resultando bastante molesto. Quería hacer algo diferente pero, a la vez, sencillo. Por eso, y porque mi creatividad estética ha estado y está en horas bajas, he plagiado la estructura elemental de la mundialmente conocida London Review of Books, que descubrí hace tiempo gracias a un link marginal en Revista de Libros. Cuando la visité, me dije Wow! Es decir, no dije Guau sino Wow, que viene a ser lo mismo pero en inglés. Después, mientras me iba estrellando contra los obstáculos técnicos de las plantillas de Blogger, releía nocturnamente código Javascript escrito por Bear Bibeault y, en medio del mar de variables y funciones, encontré una expresión que me pareció genial: The elusive Wow Factor. Se refiere el ingeniero escritor a aquellos detalles técnico-estéticos que, hallados al visitar por primera vez una web, nos hacen exclamar ¡Guau!, o Wow! O a esos detalles que, a fuerza de verlos a diario en los mejores sitios web, nos son tan familiares que ni reparamos en ellos y, por tanto, el anhelado Wow Factor adquiere la condición de elusive.

Mientras, también con nocturnidad, trabajaba en este diseño, mi aversión por los productos que no cumplen los estándares ha ido creciendo. No hay nada más plano y anodino que un estándar, un conjunto de reglas que uniforman los productos y servicios con el único objetivo de, nos dicen, facilitarnos la vida a los consumidores. Sin embargo este pequeño periplo me ha convencido de que, excepción hecha del arte, no hay estrategia más dañina para el ciudadano que el que otros se salten las reglas. Imaginemos así un restaurante en el que los cocineros no se lavaran las manos, o un vehículo que gastara sangre como combustible. En tanto que usuarios de dicha cocina correríamos un elevado riesgo de infección gástrica, puesto que nuestro hardware corporal no está lo suficientemente acostumbrado a ingerir bacterias en masa. Y en caso de poseer el bloody-car, nos veríamos en la obligación de convertirnos en vampiros para poder desplazarnos en él. Malos símiles, desde luego, pero adecuados para expresar el asco que todo aquel que se dispone a crear con destino a Internet acaba sintiendo por los productos fabricados por quienes se creen más listos que el común de los mortales. Me refiero, claro está, a los navegadores de la familia Internet Explorer. La empresa de Bill Gates ha estado pasándose por el forro las normas de interpretación del organismo público encargado de otorgar un mínimo de cordura al caos que durante años fue la Red. Y como su software es, gracias a las prácticas coercitivas ejercidas sobre los fabricantes de hardware, el más extendido del planeta, los diseñadores web no han tenido otra opción que acostumbrarse al encaje de bolillos que supone crear para dos plataformas distintas: la estándar y la de Microsoft. Yo uso indistintamente los navegadores Firefox y Chrome, y también conozco las bondades de Safari y Opera. La velocidad de interpretación y renderizado de cualquiera de ellos es muy superior a la de Internet Explorer, además de que en ellos todas las webs se ven correctamente, al contrario de lo que sucede con el puñetero producto de Microsoft. Me sumo, pues, a la secular campaña de voceo para que usuarios rezagados asuman de una vez por todas la necesidad del cambio, y elijan cualquiera de los otros productos, también gratuitos, disponibles en el mercado.

No obstante, además de en Chrome y Firefox, el nuevo diseño lo he probado en Internet Explorer 8, la versión más antigua que he podido encontrar del innombrable, y su visualización, dentro de esa cosa, es aceptable. Renuncio a comprobar los resultados en versiones anteriores, puesto que el porcentaje de usuarios que aún las utilizan es muy bajo; allá ellos con sus gustos (o con las imposiciones de sus centros de trabajo).

Caso distinto lo constituyen aquellos usuarios que tienen el interpretador de javascript deshabilitado. Es algo así como comprar un televisor de última generación y elegir ver la pantalla en blanco y negro y con abundantes interferencias. Un sinsentido. Aunque todavía no he incluido características de factura propia que hagan uso de esta funcionalidad, no descarto hacerlo en un futuro próximo, renunciando nuevamente a facilitar un camino alternativo para este grupo de recalcitrantes.

Dicho todo esto, contaré que, también en las últimas semanas, he ganado un nuevo amigo que asegura estar en contra de la literatura. Me dice, textualmente: “No estoy a favor de la literatura”. Yo le pido explicaciones sobre tan chusca afirmación, pero él se va por las ramas. Tiene tendencia a la digresión, y dada la gran calidad de su discurso me cuesta creer que no sea más leído que cualquiera de los que poblamos estas pequeñas islas literaturizadas. Para dar prueba de ello me invitó a su casa, en la que, efectivamente, no hay un solo libro, ni siquiera de recetas de cocina. Como no tiene hijos, se libra pues de verse rodeado de libros de texto, aunque asegura que, de encontrarse en dicha tesitura (“los niños me gustan”, dice, “y no descarto tener unos cuantos en el futuro”), preferiría enviarlos a un internado y verlos sólo los fines de semana, tal es su aversión a la letra impresa. “No leo periódicos. Prefiero escuchar la radio o entontecerme delante de la televisión. De Internet paso: todas esas letras juntas...” Aclaro que lo conocí en la biblioteca, de cuya sección cinematográfica es asiduo. Tras tomarnos unas cervezas (“Odio el café, tío”), nos contamos algo de nuestras vidas, salió el tema del blog y, tras un par de bromas, me propuso participar en él. “Pero si dices odiar la lectura, también te repateará escribir, ¿no?”, pregunté. “Podría dictarte los textos por teléfono, como los antiguos corresponsales... Serían en todo caso breves, y versarían sobre cómo es vista la literatura desde el otro lado, donde no hay más palabra que la dicha y oída. Lógicamente, ofreceré puntos de vista alternativos sobre lo que tú me cuentes, pues yo de literatura no tengo ni idea, ni falta que me hace.” Acabo de decirle que sí, por teléfono, y hemos quedado en vernos mañana por la tarde para hablar sobre cualquier libro, autor o tema literario, a ver qué se le ocurre. Lo cierto es que este tipo me tiene intrigado.

6 comentarios:

La Medicina de Tongoy dijo...

Sí, a mi ese tipo también me tiene intrigado. Y la idea muy buena: hablar mal de la literatura. Veremos que sale.

Enhorabuena por el blog. Ya te lo he dicho pero no aquí: un diseño magnífico. Ahora mi blog me pone triste. Voy a tener que empezar a diseminar por los márgenes mujeres desnudas y música techno para llamar la atención.

Gissel Escudero dijo...

A mí también me gusta el diseño nuevo. Simple y efectivo. No necesitas muchos adornos, porque el contenido ya es de calidad.

Aparte de eso... ¡viva Firefox!

Pola dijo...

hey hola... me habias escrito algo en fb no? me parece interesante tu idea, puedes sumarme, beijao

(me diverti con tu amiguita becaria, merci... :D)

José Luis Amores dijo...

Gracias Carlos, gracias Gissel, gracias Pola, te sumo (gracias tb por esto).

Unknown dijo...

¡Hala! Si es que no se puede una ausentar ni de lo virtual.

Pues soy partidaria. Como cuando mueves muebles en la casa, que ya es sano, dicen. Pero si además pintas las paredes, mejor. Te ha quedado mucho más amplio, dónde va a parar.

Sí, sí. Yo también (líos de esos otros mundos que nos dan de comer). Escribiré o algo. Leer. Uf.

Salud.

Rubén Martín Giráldez dijo...

Ya estaba preocupado por estos días de silencio, José Luis.
Después de ver los cambios, llevo todo el día sin querer entrar en mi blog.
Epifanía, oye.

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