Oye, que me ha parecido
que debía intentar, si no cerrar, sí al menos poner algo de orden
en esta alcantarilla —por
poco tiempo— de la literatura que es la
blogosfera. Pensé en escribir un ensayo titulado “Literatura y
odio” o viceversa, u otro que se llamara “Políticas literarias”,
pero es de ley reconocer que los odios de que hubiera hablado no lo
son estrictamente ni tampoco la forma de actuar que describiría o
analizaría en ese segundo texto por ahora fallido puede, ni debe,
tildarse de política sin incurrir en la exageración. Digamos que un
escritor, una editorial, una corriente, un género, un movimiento
tienen sus partidarios y sus detractores, sin que en estos últimos
las consecuencias del verbo odiar sean generalmente palpables —o
legibles— fuera del ámbito de la palabra. No me gusta la escritura
de, pongo por caso, Juan Manuel de Prada, pero no por ello siento
hacia él algo tan absurdo como el odio. Primero porque no le conozco
—y el medio escrito es tan imperfecto y tan favorecedor del disfraz
y la impostura que por sus letras es realmente imposible conocer a
nadie—, y segundo porque si por ese tipo de circunstancias tan
nimias se definen y establecen los sentimientos de uno hacia los
demás, acabaríamos enfrentados y a tortas todos con todos.
El
orden a que me refiero en esta ocasión es particular y tiene su
causa nombre y apellidos, de hecho un par de ellos: Tao Lin y Richard
Yates; no sé cuál de los dos merecería mejor la cursiva. Ambos son
autores, uno ya muerto y el otro en la flor de la vida. Del primero
acaba de publicarse en España la traducción al castellano de su
novela Richard
Yates;
mucho menos mereció la obra del escritor fallecido, que hubo de
esperar 47 años y una película protagonizada por actores
titanizados
para darse a conocer por escrito en este país tan ingrato.
El
contubernio, si así puede llamársele, surge de la disparidad de
opiniones, digamos, críticas sobre la obra del joven Lin. No
demasiado lejana en el tiempo queda aquella famosa escena en la que
el escritor y editor de La
Fiera Literaria,
Manuel García Viñó, la emprendía a insultos y empujones con
Vicente Molina Foix. Antes, cuando la literatura recibía cierta
atención en algunos espacios televisivos, era posible extraer algo
de diversión de la feria de odios blandos que suelen implosionar
desde el interior de los ambientes supuestamente artísticos en que
se mueven y expresan los actores de la literatura. Hoy, concentrado
el aspecto mediático del hecho literario casi exclusivamente en la
blogosfera —puesto que con su gratuidad y mayor calidad y
diversidad ha conseguido asfixiar a los últimos reductos de
espectacularidad no dialogada que eran sus equivalentes impresos:
diarios, revistas y suplementos—, la leña se reparte en un plató
más amplio, sin fronteras que (de)limiten ni moderadores que
introduzcan cortes publicitarios, sin patronos que impongan criterios
críticos ni lectores callados que asuman, sin más, lo que pasando
por crítica solía en realidad ser mera propaganda sobre mercancía
en stock. Y es en este medio salvajemente libre donde denuncian
algunos que la libertad de expresión puede verse amenazada e incluso
intimidada ante el diálogo en contra suscitado por determinadas
opiniones en él vertidas. ¿En qué quedamos? ¿Para qué sirve
entonces esa libertad: para opinar solamente, o cabe también el
derecho de réplica? Que conste que al no haber ejercido nunca de
dictador siempre quedará un oculto resto de anhelo coercitivo en el
fondo de mi cerebro: que la gente haga caso de lo que digo —sea
tanto en sentido positivo como negativo— porque lo digo yo y punto.
Supongo que escritores como Thomas Pynchon y los herederos de David
Foster Wallace se harían fabulosamente ricos...
Hay
pelea, pues, por fortuna dialogada, aunque es fácil entrever entre
los comentarios, las réplicas y las contrarréplicas trazas de
bilis, espumarajos y destellos de cuchillo. Quiero pensar que la veda
la abrió Fresán al libremente decir lo que opinaba del Richard
de Tao en, paradójicamente, un medio esclavo y refractario al
diálogo, titulando su crítica “El Tao de la Nada”, y que no fue
hasta que dicho texto fue difundido en la Red cuando verdaderamente
fue leído, asumido y mal digerido o celebrado (de lo que cabe
alegrarse, puesto que se demuestra una vez más que el grueso de
lectores de crítica literaria ha abandonado en masa el latifundio
del papel). Y posteriormente ha habido un cierto tsunami de
refutaciones y apologías que han conseguido polarizar parte de un
diálogo que fue plural —en cuanto a las obras, nunca (faltaría
más, hablamos de literatura) en cuanto a su ecuanimidad— hasta
aquel epifánico momento en que el autor de La
velocidad de las cosas
pisó a fondo el acelerador y soltó el embrague que al parecer
mordía su lengua.
Lo
cierto es que no se me ha ocurrido (miento, se me han ocurrido
decenas de shows diferentes) otro medio de hacer sonar la campana que
establecer algo así como un canon crítico sobre la obra del
inefable neoyorquino Lin. Para ello he salido a la calle —a la
puerta de mi blog— y, echando mano de una tiza y del infantil
recurso de pseudoescritura que es delimitar la rayuela, he recopilado
once textos críticos sobre el Yates
de Lin. Leerlos es tan fácil como pasear el ratón por cada una de
las casillas de la rayuela de aquí abajo (desde la tierra al cielo)
e ir haciendo clic (el orden se me antoja fundamental pero no seré
yo quien imponga
un itinerario) en ellos. Como en alguna ocasión anterior, es
conditio
sine qua non
tener javascript activado para que el ingenio cosmético funcione
correctamente.
9
– Ciclo “Antes Molaba”
AM
Editores
twitpapers
- septiembre 2019
AM
Editores te ofrece una selección única de la literatura juvenil de
principios de la década. He aquí los cuatro primeros títulos:
- Indignez vous – Stephan Hessel
- Tengo ganas de ti – Federico Moccia
- Marcos Montes – David Monteagudo
- Tao Lin – Richard Yates
Hash,
ed2k y torrent disponibles en los habituales kioscos p2p de Trípoli,
Pyongyang y Castelldefels.
8
– Catálogo de recomendaciones
librerías con
huella
junio de 2011
Y
con esta propuesta de la barcelonesa Alpha Decay terminamos nuestro
apartado de recomendaciones veraniegas de no-ficción. Tao Lin, poeta
y ensayista del presente menos oculto, publica en España un análisis
descarnado de la generación ná-ná estadounidense. En la línea del
mejor Camus y con toppings
vintage
de Bret Easton Ellis, Lin muestra a quien quiera leerlo otro estadio
más de la evolución humana
hacia la estupidez absoluta.
La
historia de Haley Joel Osment y Dakota Fanning, nombres repetidos
hasta el hartazgo, puedes consumirla en tu nuevo iPhone 4, desde el
que tienes la posibilidad de compartir tus pasajes preferidos, aunque
no todo el libro, en las principales redes sociales; es decir,
Facebook. Además, si eres de los 100.000 primeros en adquirir la
versión digital, te regalaremos la remasterización en cómic,
resumida e ilustrada, de Visión
de paralaje,
de Slavoj Žižek,
el denominado Elvis de la teoría cultural.
7
– Contra la censura
Henri
Pichon
L'Avant-Garde
- 5 de mayo de 2011
Ciertamente
pareciera que, a cuenta de esta novela escrita por un chaval
americano, se hubiera librado una reyerta jamaicana entre aparato
crítico y aparato editorial —entre apparatchiks de un
estado burocrático en ruinas— en la que los únicos y probables
perdedores son, como cabe esperar, esos mujiks llamados
lectores. Unos críticos, actuando como esas agencias de rating que
tanto aciertan y tan independientes son, dicen que la novela es buena
pero mala; otros, amparándose en su independencia e integridad, le
otorgan directamente la calificación de bono basura. Ya sabe el
lector que a los primeros no hay que hacerles ningún caso, y
respecto del consejo puritano de los segundos cabría recordar
aquellas palabras escritas por sir Thomas Browne en su Religio
Medici: “Los que se afanan por abolir el vicio eliminan también
la virtud, pues, contrarios, aunque se destruyan el uno al otro, son
sin embargo el uno la vida del otro: así la virtud, si suprimís el
vicio, es una idea. Además, la frecuencia del pecado no va en
detrimento del bien; pues cuando el vicio se impone en la mayoría,
la virtud se hace más excelente en quienes permanece […]”; es
decir, que lea el libro quien le dé la gana, ya valorará el propio
lector lo que le conviene...
Una
reflexión de sobremesa sobre tal tipo de escaramuzas me trae a la
memoria ciertas páginas de Dietario voluble,
de Enrique Vila-Matas, quien, con su particular visión literaria de
las cosas, deriva el arte de la cita hacia unos fragmentos de
Coetzee: “Las
afrentas pueden ser reales, pero no debemos olvidar que lo que
vulneran no es nuestra esencia sino una ficción
fundacionalque
suscribimos con mayor o menor entusiasmo”. O sea que, en el caso
que nos ocupa, la indignación que causa una mala crítica se basa en
la supuesta afrenta al criterio puesto en duda; una afrenta, pues, a
una profesionalidad amparada ¿en?, validada ¿por? Os lo aclaro:
fundamentada en un diabólico sistema referencial que pivota sobre
algo tan frágil y maleable como las opiniones. Opiniones no sólo
del sistema crítico, sino también del que pone en circulación las
obras en el mercado, el editorial.
No
son conscientes ni unos ni otros de que ese hecho fundacional —la
supuesta aceptación por parte del consumidor de ambos (en la mayoría
de ocasiones, no así en esta de ahora) criterios—
es, enlazando con el pensamiento coeetziano, un hecho ficticio. El
lector que decida unirse a uno u otro enfrentado bando está, amén
de enajenando su individualidad a manos extrañas, renunciando a su
propio criterio y dejando a un lado la posibilidad de la aventura en
favor de un, cree él/ella, más cómodo y ¿seguro? itinerario
artístico. Porque no hay que leer Richard
Yates ni dejar de leerlo porque lo recomienden unos o lo desaconsejen
otros, sino más bien todo lo contrario: decir, como Erasmo de
Rotterdam, “preferiría morir a unirme a una facción”.
6
– Una cosa es una cosa es una cosa
barkatthemoon.vlojspot.thor
30
de abril de 2011
Alpha
Decay es una editorial que, mediante una hábil labor de zapa, ha
conseguido inculcar en el imaginario del consumidor la idea de que
toda novedad merecedora de atención será traficada, al menos en el
mercado de la literatura en castellano, a través de sus manos. Pero
su catálogo no puede ser más descriptivo de una estrategia de
selección basada únicamente en la capacidad comercial de las
propuestas. No tanto en sus cifras de venta como en su potencial de
conversión en iconos de una new wave perpetua.
Tanto
es así que su actitud hacia las malas notas recibidas por su
recientemente editada Richard Yates, del neoyorquino Tao Lin,
demuestra una bipolaridad de manual: por un lado esa indignación
semieducada cuando desde las altas esferas de la crítica se dan por
fallidos y malogrados los indudables esfuerzo y valentía al publicar
una novela así y ahora; por otro, la admirable contención que no
hace sino multiplicar exponencialmente el supuesto hedor de la obra,
lo que a su vez araña adeptos durmientes cuyo boca a boca alimenta
una polémica espuria que se traduce en —sí, lo han adivinado—
ventas: presentes (las del libro de Tao Lin) y futuras (mira, otro
libro de Alpha Decay). Que hablen de mí aunque sea mal, dijeron,
creo recordar, los de Burger Teen cuando alguna hamburguesa podrida
mató a una niña pequeña.
Porque
lo cierto es que no hay mejor estrategia para vender algo tan
subjetivo como la literatura que el marketing de la polémica y el
hacerse eco tanto de las loas como de los denuestos. Por eso he
decidido que no les voy a aclarar si esta novela es una genialidad o,
por el contrario, una puta mierda. Puesto que no hablamos de
literatura sino de formas de venderla. Puesto que Tao Lin y su
Richard Yates parecen ser solamente las monedas falsas, la
excusa —otra más— para vender un medio editorial. Al menos queda
el consuelo de que todo ello divierte bastante a la plebe, que somos
nosotros: ustedes y yo mismo.
5
– HTMLEmpty
trozosycitas.krom
5
de abril de 2011
1.
Tao Lin dice que gana dinero escribiendo. También roba cosas:
“¿Por
qué la has asustado?”
“No
lo sé. Cuando me pongo nerviosa y enfadada hago movimientos
repetitivos, como mover el pie adelante y atrás o golpearme la
cabeza una y otra vez. Hice eso. [...]
Luego dijo algo sobre mi padre y también que estaba preocupada
porque cree que no comes nada, es que no puedo decirle que robas
cosas. Y no quiere que vaya a la ciudad y no coma nada en todo el
día.”
“No
sé, dile que sí que como”, dijo Haley Joel Osment. “No entiendo
nada.”
“Lo
hice. Le dije que comes, pero no sabe cómo consigues el dinero.”
“Dile
que gano
dinero escribiendo. Sigo sin entender nada.”
2.
Tao Lin sabe que merece más:
“Porque
estoy siendo egoísta.”
“En
qué sentido”, dijo Haley Joel Osment.
“Contigo.
Debería esforzarme en encontrar nuevas cosas que te gustaran. Quería
regalarte una toalla nueva y se me olvidó. No te digo gracias tanto
como debería. Debería esforzarme en conseguir cosas para ti. No he
escrito suficientes cosas para ti. Quiero escribirte cosas. Te voy a
escribir otra carta. Me gustó mucho escribirte una carta. Me siento
feliz cuando hago cosas así pero casi nunca las hago. Es una
imbecilidad y me doy asco a mí misma. En todo lo que puedo pensar es
en abrazarte y acariciarte. Soy subnormal. Me doy asco a mí misma.
Quiero abrazarte.”
3.
Aunque diga que no sabe, Tao Lin elige la tercera opción:
“En
cada momento puedes elegir entre suicidarte, intentar ignorar la
realidad y a la gente que te rodea, o preocuparte por pensar y hacer
lo que puedas por la gente que te gusta. Esas son las tres únicas
opciones en todo momento. No sé.”
4
– Poetry inc. by Indietext
noalfairtrade.wordless.com
4 de abril de 2011
“¡Marchando una
de marcas!”
Las corrientes
literarias, por si no se habían ustedes percatado, también tienen
sus númerus clausus: una vez que sus inventores advierten que han
abierto demasiado la mano (que han relajado en exceso la exigencia de
los criterios de entrada en la familia, en el clan) cierran el plazo
de inscripción sin previo aviso, e incluso —pero siempre después
de haber alcanzado la correspondiente cuota de fama— la disuelven
mediante declaraciones públicas de muerte o separación, escisiones
mitocondriales o rápidas diásporas que mal esconden el sálvese
quien pueda y/o un asco larvado.
También
cabe pensar en los movimientos literarios como en creadores de
marcas. Al fin y al cabo el escritor diseña realidades que alcanzan
el estado fósil cuando dejan de encontrar su encaje en esa otra
realidad que es el mundo y su devenir. En ese momento la generación
se ha convertido en pieza de museo, carne de análisis literario y,
cabría decir, antropológico. La única forma de existir desde un
punto de vista creativo sería entonces aceptar la mutación como
intrínseca al viejo oficio de poner por escrito sucesivas
realidades. Y quiénes mejor que YoMango (sociedad semisecreta que
reúne a plagiarios dispersos), H&Ñ (cofradía que aglutina a
los amantes de la nueva literatura más castiza) e Indietext (red de
escritores hiperenlazados en una nube de literatura alucinógena y
rabiosamente cool)
han entendido —no sabemos si a tiempo— esta terrible
circunstancia y han reinventado el viejo eslogan renovarse
o morir.
Conocemos
al Tao Lin de las posturas vitales, al creador de su propia trade
mark subastada en ebay,
pero todavía nos queda por descubrir —falta que él nos lo
muestre— al mutante capaz de liderar un núcleo de autores que bien
podrían autodenominarse continuum-new
lit. Si usted escribe o
está pensando en hacerlo, dese prisa en definirse porque el próximo
miércoles llega nuevo género a las tiendas, y puede que ya no
queden prendas de su talla, o que sea usted demasiado viejo para
según qué tipo de artefactos.
3
– Visionario del presente
Vincenzo
Van Moore
XYZ
Protocultural - 19 de marzo de 2011
Todo
principe de siècle que se precie tiene en sus manos la
posibilidad —la amenaza— de la ruptura. Sólo que, en este
sentido, en la historia de la literatura únicamente cabría apreciar
dos principios genuinos con sus sendas disfuncionalidades artísticas.
Lo que en realidad demuestra que siglo y literatura son conceptos,
además de antitéticos, formalmente alejados entre sí. Por lo que
sería lícito afirmar que los siglos literarios no se corresponden
con los naturales: no comienzan ni acaban en la misma fecha; tampoco
poseen la misma duración ni sus meses y años se componen de días
tal y como suelen éstos entenderse y computarse. Así, el escritor
Tao Lin, autor de la celebrada Richard Yates, no sería más
joven que Alfred Döblin cuando a los 51 años de edad publicó
Berlin Alexanderplatz y, con ella, terminó de romper una
tónica ya anteriormente quebrada por autores algo más intuitivos.
Es
costumbre derribar las estructuras precedentes. La inercia del
hiperconsumo, cuya base fundamental descansa en un constante y
enloquecido acoso/derribo/nuevo producto, encuentra en los
movimientos literarios su justa correspondencia escrita, inmaterial.
Si la literatura pretende representar la realidad, deberá adaptarse
a los cambios que ésta experimente. La novela del escritor alemán
constituyó un artefacto sinfónico expresionista que previó en
parte el costumbrismo sucio, y esta obra de Lin —intrarrealista,
ultracostumbrista, meganihilista— no pretendería ir más allá de
la puesta de manifiesto de la vacuidad en que estamos inmersos.
Realidad que no es visible porque no se la quiere ver pero también
porque el viaje desde dentro niega una panorámica adecuada. Es por
ello Tao Lin visionario de un presente más relevante que los
posibles futuros en cuyas precogniciones continuaría imperando —como
todo parece indicar— la nada.
2
– Lector aterido
vvaa.com.anthrology:https//8080.biz
3
de marzo de 2011
Más
acá del filo de lo posible se encuentra la cotidianidad de nuestros
actos. El acontecer nimio, que diría el poeta finlandés, narrado
con la rara precisión autómata de quien cuenta frases y no horas.
Un sistema desprovisto del aforismo como gadget y como hito
verbalizado de una existencia alejada de los límites internos de la
piel. Somos lo que vivimos y también lo que nos contamos. La nada
deja de serlo cuando es narrada y ya es palabra. Hecho cuerpo,
comprobamos que la materia prima del aburrimiento es efectivamente
aquel horror escrito por el poeta, esta vez francés. Frases como
moléculas, palabras como átomos. La paradoja de una poesía sin
sangre que recorre organismos pluripersonales, macroidentidades
resumidas en un prosaico artefacto mutado en libro.
Después
de leer esta novela, me gustaría ahora comerme una manzana. A solas,
irla desnudando con mis dientes. Acceder a su carne y sentir en la
lengua la humedad de su jugo. Y con esta comunión exorcizar la
semimuerte accedida en esas páginas numeradas. Y no arrojar a la
basura las semillas durmientes en su corazón; guardarlas para que un
día, quizá muy lejano, germinen en una nueva tierra virgen, libre
de polvo y sucia de vida.
1
– Papá, una novela de Tao Lin
britneyemotions.typepad.com
20
de febrero de 2011
Yo
pensaba que nombres como Dakota o Hannah sólo los ponían los padres
de las series televisivas de Disney Channel que ve mi hermana Mooney.
Pero ha sido en esta novela del poeta Tao Lin donde he comprobado que
hay vida después de la adolescencia y que se entra en ella con parte
del bagaje ya tatuado. Mi novio dice que Hannah Montana para ser
perfecta debería haberse llamado Smiley y no Miley Cyrus y haber
nacido tío y rapero. No sé. No importa.
Adonde
quiero llegar es a que he leído esta novela de Tao Lin mientras
debería haber estado buscando trabajo. La descargué de internet y
la he leído entera en la pantalla del ordenador, dice mi madre que
los de Visine hacen cantidad de negocio conmigo.
La
escritura de este tío me parece fascinante. Me ha descubierto las
rimas internas que atraviesan una noche de frío en la calle,
bebiendo de un vaso de plástico y rodeada de cientos de personas que
no conoces pero que a la vez te son tan cercanos porque son gente
como tú, normal, gente que no es nadie. Uno de los protagonistas,
Haley, me recuerda tanto al primer novio que tuvo Mooney, y Dakota es
el vivo retrato de mi madre. He enviado como adjunto el pdf al correo
electrónico de mi padre. Estoy casi convencida de que en Richard
Yates
se esconde la clave para saber qué hicieron ellos mal, mis padres,
para acabar llevando la vida tan perra que se les ve dibujada en la
cara.
Quiero
pensar que si descubrieran ahí los motivos, aún estarían a tiempo
de darnos algún consejo a nosotras dos, sus hijas, para que no nos
pasara lo mismo. Y sería guay que lo hicieran como comentario en
este blog, para que quedara el rastro imborrable del amor que estoy
segura sienten por nosotras, y para que otros jóvenes pudieran
beneficiarse de ese futuro truco para vivir mejor, o para vivir algo.
Tierra
– Léeme, coño
LeMonde
Dantès&co
La
Provence
– 11 de enero de 2011
¿Cómo
haces para vender un libro en mitad de una manifestación de un
millón de campesinos en la Plaza de Tian'anmen? ¿Cómo haces para
que siquiera se fije alguien en que existes y que llevas un libro en
la mano? No me pregunten a mí, pregúntenselo a Tao Lin, el tipo que
más y mejor sabe de marketing editorial de todo Nueva York; el tipo
que ha escrito un libro cuyo título es una llamada desesperada en
lenguaje delfínico, otro incluyendo el nombre de una marca de ropa,
American Apparel, y otro más con el de un escritor, Richard Yates,
famoso por haber narrado la deriva existencial de una pareja de
manual encarnada décadas más tarde por los no menos arquetípicos
DiCaprio y Winslet.
Pero
no solamente. Si con ello bastara, los Mojinos Escozíos habrían
vendido más de ocho millones de discos de su Más
de 8 millones de discos vendidos.
Si con ello fuera suficiente, estaría yo ahora escribiendo un
artículo titulado Lady
Gaga desnuda
que al minuto de publicarse sería indexado por el Gran Hermano
Google (Ghoogle) para que millones de personas fuesen hiperenlazadas
hacia las turbias promesas escritas en mi blog.
Digo
que con eso no basta. Es necesario alcanzar el grado máximo de
histrionismo sin que lo parezca demasiado, extraer la metáfora y el
juego de roles del terreno de la literatura y llevarlo hacia tu
persona. Convertirte tú mismo en personaje y tu vida en novela que
otros, por ejemplo los críticos literarios, se encarguen de ir
narrando. Ser tu nombre el título, tu vida el producto y la
literatura sólo el souvenir, el merchandising
ofrecido en la tienda de regalos a la salida del museo, que diría
Banksy. Así Tao Lin; así Richard
Yates.
Cielo
– Pastpedia
Lin,
Tao.
Escritor. Nueva York (1983) – Kibbutz BC754, Subsuelo Antártico
(2136). Autor de las historias Eeeee
Eee Eeee
(2007), Shoplifting
from American Apparel
(2009), Richard
Yates
(2010), Macondo
(2012), The
Next
(2015), Semilife
under the ice
(2104).
Escritor.
Persona que escribía historias, generalmente inventándolas o
alterando la realidad, para después hacerlas del dominio público a
cambio de dinero y reconocimiento. En determinadas circunstancias su
trabajo se consideraba literatura.
Dinero.
Adoptando presentaciones que iban desde piezas esféricas de metal,
trozos rectangulares de papel o pequeños y delgados contenedores de
plástico servía antiguamente para la adquisición de bienes y
servicios necesarios o innecesarios. Su auge y mantenimiento se
fundamentaba en un reparto deficiente tanto de esos bienes y
servicios como del dinero en sí mismo.
Reconocimiento.
Conocimiento admirativo de un individuo por el resto de personas,
preferida y preferentemente muy por encima de esas mismas personas.
Nueva
York.
Ciudad de los Estados Unidos de América. Desaparecida tras la
hecatombe mundial acaecida en 2022.
Ciudad.
Aglomeración humana vertical y horizontal en habitáculos
residenciales caracterizados por una estructura endeble.
Estados
Unidos de América.
País. Desaparecido tras la hecatombe mundial acaecida en 2022.
País.
Aglomeración de ciudades de tamaño desigual, relativamente cercanas
entre ellas, bajo el mandato de un pequeño grupo de personas.
Mandato.
Véase Gobierno.
Gobierno.
Véase Mandato.
Literatura.
Arte de narrar historias, generalmente inventándolas o alterando la
realidad, aunque en determinadas ocasiones se procuraba una fidelidad
a ella por lo demás utópica.
AM:
Antes Molaba.
3 comentarios:
Excelentes y divertidos y definitivos comentarios, no podrían estar más acertados. Por otro lado, no deja de perturbarme lo de Fresán desde que lo leí aquel domingo temprano por la mañana comentando a Tao Lin. Creo que esa nota en el Página 12 merece toda una reflexión a la que te invito a realizar, amigo mio.
Darío.
Interesante (y diplomática) metacrítica, Sr. Bolmangani. Saludos.
Hola, Darío, gracias. Creo que Fresán, con su artículo, quiso recolocar la situación, o resituar el colocón, en donde él creía que debía estar. Los problemas en este tipo de cuestiones literatas (que no literarias) comienzan siempre igual: cuando se compara el tocino con la velocidad. Como en dichas comparaciones quien es subido de categoría nunca protesta (ni él ni sus adláteres), el agravio se sitúa en la otra parte, normalmente en el cuerpo crítico que la defiende. Es el caso de Fresán, que siempre ha defendido, como no podía ser de otra forma, unos grados de pureza y unos cánones bastante exigentes. Pasa como con el desastre de Chernobyl y el de Fukuchima: ambos se sitúan en una escala de 7 (que resulta de alcanzar determinado nivel de fuga radiactiva), cuando lo cierto es que las consecuencias del primero fueron tremendamente más desastrosas (la fuga fue objetiva y sensiblemente mayor) que las de la central japonesa. Por eso se plantean ahora ampliar la escala hasta 8 y adjudicarle este nuevo grado máximo a la catástrofe de Chernobyl. Si estas cosas suceden en ámbitos sujetos a la medición científica, qué no pasará en algo tan presto a la subjetividad como la literatura.
Mister Cadou, le conozco de cuando las intervenciones en rings blogueros, muy divertidas. Gracias por comentar.
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