El pasado domingo a las
21:30 escribí en mi muro de facebook: “Desde hace unos días
recibo mails enviados en marzo de 2009, todos ellos referentes a una
reunión virtual que debió tener lugar en esa fecha y que finalmente
no se celebró. No he contestado ninguno porque me inquieta de cuándo
podría recibir una posible respuesta”. Comoquiera que estas
dos frases generaron, sin pretenderlo, cierta actividad discursiva y
un moderado número de clics, voy a ampliar la información para
quien pudiera interesarle.
En absoluto es broma,
recibo correos electrónicos fechados el 9 o 10 de marzo de 2009,
lunes y martes respectivamente. Van dirigidos a una antigua cuenta de
correo empresarial en desuso redirigida a su vez a mi correo personal
de yahoo. He preguntado a los informáticos de la empresa cómo es
posible que reciba este tipo de mensajes de manera insistente y
siempre de o desde los mismos días: 9 y 10 de marzo de 2009. Tras
comprobar la veracidad de lo sucedido y después de indagar y bucear
en las tripas del sistema de mensajería, concluyen que se trata de
emails originales y no de copias con la fecha falseada pero no logran
dar con la causa de la anomalía; sí, RBT, el más geek del
grupo, ha bautizado apropiadamente el problema con el término
“anomalía”, como en las novelas de ciencia ficción se denomina
comúnmente a los clásicos y manidos desajustes temporales.
Precisamente ahora, mientras escribo esto, recibo otro más: uno de
la serie o conjunto final, enviado por MVS, quien el 10 de marzo de
2009 a las 12:31 dice, dijo: “Ok”.
El propósito de los
emails es, o yo quiero verlo así, banal: la celebración de una
multiconferencia sobre la situación de la delegación onubense de la
empresa en la que yo trabajaba por entonces. Hay un intento de
concreción de hora entre diversos personajes como NCC, ABS, CSR y
JAC, aunque SBR, a la sazón Director General, establece por decreto
las 16:30. Las comunicaciones subsiguientes versan sobre el orden del
día de la reunión. El ambiente que se respira es conspiranoico
(cfr. J.F. Ferré) con trazas de tenue indolencia. Finalmente SBR
desconvoca la reunión al considerar, sin fundamento, que el temporal
ha sido capeado por AGP. En aquella empresa como en tantas otras sus
integrantes son identificados, en aras de la brevedad, por sus
iniciales. AGP quiere decir yo, socio de aquella empresa y amigo de
muchos de sus integrantes, accionistas o tan sólo empleados, además
de compañeros de trabajo; aún hoy, después de un año y nueve
meses de mi salida, seguimos siéndolo.
El asunto de fondo de
aquella reunión desconvocada es o más bien era la delicada
situación que atravesaba la delegación de Huelva. La empresa asiste
técnicamente a ayuntamientos en materia tributaria. Durante siglos
yo he asistido técnicamente a ayuntamientos en materia tributaria.
David Foster Wallace dejó una obra inacabada, El rey pálido,
que Javier Calvo está terminando de traducir y en la que podremos
leer cosas sobre dos aburridos (sic) inspectores de hacienda de la
América profunda. La empresa, sus integrantes, yo, hemos girado como
peonzas por entre las profundidades de la España profunda y
periférica, cabe decir por Toda España, de la que Huelva es mera
muestra privilegiada de lo que sucede y no sucede en el cien por cien
de municipios españoles. Así Huelva como Madrid, Valencia, Málaga
o Bilbao. No pretendo desmerecer o resaltar un municipio sobre, o por
debajo de, otros; respecto del tema que me ocupa son todos idénticos.
Pero esos correos que me llegan desde el pasado se refieren a Huelva
y no a Santiago de Compostela, Ciudad Real, Barcelona o Palma de
Mallorca. Quizá otro día hable de Las Palmas de Gran Canaria,
Melilla, Zaragoza o Santander, o puede que de Castellón, Oviedo,
Sevilla y Pamplona. Pero ahora voy a ceñirme, a modo de una extraña
forma de exorcismo digital, al denominado affaire Huelva.
A
efectos informativos, Huelva es un municipio mediano-pequeño capital
de la provincia española del mismo nombre que linda al norte con la
provincia de Sevilla, al este con la de Cádiz, al oeste con Portugal
y al sur con el Océano Atlántico. Desde allí zarpó Colón para
escenificar el redescubrimiento de América. Huelva vive
principalmente de la industria de la contaminación, pero también
principalmente del sector agrario, del sector pesquero y del sector
turístico; mientras duró el boom inmobiliario vivió principalmente
del sector de la construcción; antes y después ha vivido
principalmente del sector de la subvención, único en España por su
ubicuidad, y del sector del subsidio de paro, principalmente también.
Los sevillanos consideran Huelva una extensión de Sevilla, las
playas de Sevilla están en Huelva, el Coto de Doñana está en
Sevilla y las romerías de El Rocío son una fiesta popular
sevillano-manchega. Como en cualquier otro lugar de la geografía
española, allí hay poco o nada que hacer aparte de esperar no se
sabe bien qué. Prometo que otro día escribiré sobre Cataluña.
Al
igual que en el resto de los países españoles, la mayor parte de la
población activa que aún cobra regularmente un salario en Huelva lo
hace, le llega, de la Administración Pública. En Huelva hay
empleados públicos incluso, literalmente, debajo de las piedras.
Muchos onubenses nacen, aprueban una oposición o consiguen el
oportuno empuje facultativo para cobrar su salario público de cada
mes y, a partir de ahí, se dedican a esperar el advenimiento de una
muerte tardía o temprana. Aunque es un poco cansado tanto de leer
como de escribir, volveré a puntualizar que en aproximadamente otros
8.000 municipios españoles sucede lo mismo: el español, harto de
tener que ganarse el pan mediante la exudación de un copioso y
pestilente sudor corporal aspira mayoritariamente a una, así
llamada, plaza fija, a ser posible en propiedad como antaño los
pisos, los adosados y las plazas de aparcamiento. Plazas fijas como
las ocupadas en Huelva por funcionarios, políticos, personal de
confianza, personal a secas o amiguetes a secas. Puesto que Huelva
está ubicada a 37º 15' 50'' de latitud norte y 6º 57' 47'' de
longitud oeste, en ella el sol hace acto de presencia a una hora
parecida a la de Londres, aunque sus empleados públicos no acaban de
desperezarse hasta bien entrada la mañana o incluso el mediodía; de
hecho, la mayoría padece el denominado tic del bostezo crónico, no
se sabe si por sueño o por aburrimiento. Quede la cuestión zanjada
con la idea general de que los empleados públicos onubenses,
especialmente los municipales, no logran dar lo que se dice un palo
al agua en toda su vida.
A Huelva llegué, como al
resto de municipios españoles en los que he trabajado, por concurso
público. Asistir técnicamente a ayuntamientos en materia tributaria
es un eufemismo de outsourcingdemostrable
que califica a alguien como experto se adquiere por el simple hecho
de haber visitado alguna vez un ayuntamiento, aun en calidad de
turista, por lo que es dable encontrar un buen número de empresas
que se autoerigen como expertas en tales asuntos y con una generosa
disposición de de personal con experiencia;
por ejemplo la que prestaba el servicio en Huelva antes de que mi
antigua empresa le arrebatara el contrato en concurso público. recaudatorio que es un
eufemismo de subcontratación del servicio de recaudación de un
ayuntamiento. Porque resulta más barato que el trabajo sucio de
cobrar impuestos a quien no quiere o no puede pagarlos lo haga una
empresa, los ayuntamientos suelen contratar una empresa. En lugar de
mantener un grupo más o menos numeroso de funcionarios sin
motivación ni ganas de trabajar, para dicha tarea se suele contratar
una empresa. Como es humanamente imposible que cada ayuntamiento
disponga de expertos en temas tan abstrusos y complejos como éstos,
es habitual contratar una empresa que mantenga en cartera expertos en
dicha materia. Empresas así hay pocas porque expertos así no hay
casi ninguno. Sin embargo cualquiera puede fundar una empresa de este
tipo, basta con ir al notario. Y la experiencia
A
los empleados públicos del Ayuntamiento de Huelva no pude decirles,
antes de dejar de ir por allí definitivamente y para lo que me quede
de vida, cuán elevado es su nivel de incompetencia; especialmente el
de los jefes, cuya cantidad no casualmente excede al de indios o
funcionarios de a pie; Peter, el del Principio de,
no podría estar más orgulloso de ellos. No les dije que su grado de
inmoralidad en el ejercicio de una incesante labor de desperdicio
sistemático del dinero de los contribuyentes es inversamente
proporcional a su pasión desaforada por atiborrarse de churrasco,
morcilla y gambas. No lo hice por prescripción facultativa contra
las represalias económicas; el Ayuntamiento le debía a la empresa
dinero, mucho dinero, el asunto emergió incluso a las portadas de
periódicos impresos y digitales; toneladas de dinero cuyo pago no
podía afrontar porque los políticos municipales habían dilapidado
el patrimonio común en chuches. Los últimos días que estuve por
allí vi poco a los políticos. Resultaría bastante obvio y
repetitivo expresar el grado de inutilidad e incultura intrínseco a
los políticos municipales onubenses y por eso no lo voy a hacer.
Tampoco es necesario a estas alturas poner de manifiesto su
incapacidad para gestionar siquiera sus propias vidas frente a su
siempre excelente predisposición al mercadeo persa y a la ingesta de
ingentes cantidades de cerveza, marisco, carne asada, vino, fuentes
de pastelillos y derivados alcohólicos de alta graduación. El
prototipo de político municipal onubense se asemeja bastante al
arquetipo de político municipal español: calvo o con pelo; traje
barato o moderadamente rebajado pero inadecuado a su porte y, ante
todo, a su condición; de facciones desagradables; de dicción torpe
e ideas robadas a periodistas imberbes; de figura marcada por el
sobrepeso; de escasas letras, luces; de provincias aun habiendo en
algunos casos nacido y residido en capitales populosas de carácter
cultural cara a la galería turística; sin futuro; etc. Pero todo
esto sobra, cualquier diario televisado de los de a mediodía es
bastante más elocuente que mil, diez mil palabras para describir a
esta abundante subespecie hispánica.
Me di
cuenta de la ruptura de relaciones que dio pie a la fallida intentona
de convocatoria virtual cuando aquella mañana del 9 de marzo de
2009, tras haber conducido dos horas y cuarenta minutos desde Málaga,
otra ciudad cuyos habitantes y fisonomía reclaman a voces una
parrafada similar, hasta Huelva para colocarme delante de la puerta
del despacho de uno de los políticos municipales absolutamente
intercambiable con cualquier otro de cualquiera de los 8.000
municipios españoles, éste no quiso recibirme, estando claramente
en su interior, sentado y probablemente sin hacer nada. Atisbaba yo
su oronda figura a través de las lamas de plástico de una persiana
veneciana llena de polvo cuyo objetivo no era otro que difuminar ante
los visitantes las oscuras actividades en que tanto él como sus
compañeros de desgobierno ocupaban las escasas horas semanales en
las que hacían acto de presencia en la oficina. No hacer nada y en
caso de hacer algo hacerlo mal; destruir lo poco de que disponía la
ciudad; dilapidar sus fondos; convocar periódicamente sesiones
plenarias con el único fin de aumentar sus salarios; aparecer en
primera página de periódicos nacionales junto con algún municipio
madrileño, alguno barcelonés y un par de isleños como justos casos
de pésima gestión, bancarrota, impago sistematizado, paralización
administrativa y vergüenza nacional: éstas son, al parecer,
habilidades suyas que los ciudadanos, cada cuarenta y ocho meses,
refrendan y validan depositando sobrecillos en un recipiente de
plástico con una raja arriba.
Es
por ello que la reunión, de haberse celebrado, tampoco hubiera
servido de nada. Los ayuntamientos españoles cambian de contratista
cuando el que tienen les corta el crédito. La empresa que llegó
después tampoco ha conseguido cobrar, pero de ella no me llegan
emails, sí la esperada noticia de que, lógicamente, también ella
abandona el barco. Tanto empleados públicos como funcionarios
ejercen, pues, un delito de estafa continuada a ciudadanos y
empresarios. Sucede en Huelva y también en otros municipios más
bonitos o no tan feos, más grandes o no tan demediados, y con mayor
prestigio o menos taras. La Administración Pública española, salvo
honrosas y escasas excepciones, tiene la vergüenza totalmente
perdida en todos sus ámbitos: municipal, autonómico y estatal. De
ahí que le desvergüenza financiera y empresarial campe a sus anchas
sin que nadie haga o pueda hacer nada.
Esto
es un blog netamente literario, por lo que añadiré que del asunto
se ha ocupado la literatura largo y tendido. Como el problema no es
exclusivamente español, es lógico encontrar los mejores
tratamientos en aquellas narraciones referidas a toda una nación y
no a una localidad concreta. Son harto conocidos los casos de
inutilidad y corrupción política y funcionarial franceses,
británicos, alemanes, austriacos y estadounidenses, por no mencionar
a los mucho más evidentes italianos, griegos, irlandeses,
portugueses, rusos..., larguísimo y desesperanzador etcétera. En
España son muestras recientes y notables las de Robert
Juan-Cantavella en su penúltima novela El Dorado
y Óscar Gual en algunos de los relatos incluidos en Fabulosos
monos marinos. En ellos se cita
de manera irónica, por ejemplo, la “honradez” de Carlos Fabra,
actual presidente de la Diputación de Castellón y celebérrimo e
inexplicablemente aun no reprendido por sus continuamente denunciadas
actividades politico-privadas paralegales. O, en el plano
audiovisual, la no lejana en el tiempo cinta La caja 507,
cuya trama gira alrededor de los conocidísimos negocios urbanísticos
ilegales en el municipio de San Roque, provincia de Cádiz, para cuyo
Ayuntamiento, oh my God,
también he trabajado...
Es
posible que la espontánea recepción de emails desde aquel pasado
perdido sea la vía que algún tipo de conciencia electrónica
desarrollada por nosotros, al fin y al cabo cyborgs mutantes o
mutaciones de cyborgs, tenga de recordar cierto tipo de deberes
éticos para con la sociedad. Y qué mejor momento que ahora, pienso,
cuando por la cercanía de las elecciones municipales españolas
abrir un par de cajones tiene más sentido que nunca. Esa vieja
Blackberry tiene los días contados, me han dicho que con una simple
amenaza de baja tu operador de telefonía te regala otra nueva y
libre de raras recurrencias temporales. Pero no voy a tirarla del
todo, porque esa vieja Blackberry guarda tanta vergüenza ajena en su
interior que incluso voy a cambiarle el nombre por el de
BlackBerryLeak.
2 comentarios:
Un relato se ha puesto en marcha, a ver quien lo retoma, se lo vale.
Saludos primaverales.
Saludos, Berta.
Las "leaks" tendrán que esperar. Por lo pronto toda la semana que viene estoy de retiro forzoso de la literatura.
Gracias por el comentario.
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