7 dic 2010

Snuff


No sé si tiene sentido escribir más sobre esta novela de Chuck Palahniuk, por lo que escribiré poco. La historia es bien sencilla, no así la forma de plantearla. Palahniuk hace en ella lo habitual: insertar un tema de cierta tradición socio-literaria en un ambiente excéntrico al mismo. Crea así una paradoja que se viste de impacto. Un impacto que él adorna con pausas dramáticas y artificiales. Creadas para causar sensaciones. En el lector.

Así.

Snuff no es, pues, diferente a otras novelas suyas. Sólo lo es su ambientación, el mundo del porno —si se exceptúa el reportaje que sobre un festival al uso incluye en Error humano; y si no, quizá Snuff sea una spin-off ficcional de aquél—. Pero entonces el título es desviado, o fallido aposta, o acaso un gambito que comienza en la primera palabra de la novela, ya que se espera encontrar en su interior una narración, al estilo Palahniuk, sobre una película en la que aparezcan asesinatos reales. Os dejo en la duda. Sí diré que el setenta u ochenta por ciento de la acción está centrada en la parafernalia pornográfica, en un mundo de folladas sobreimpresas en tiras de celuloide. Ese submundo que, lejos de ser medio, se ha convertido en soporte de negocios altamente lucrativos. Pero del que se escribe poco, y desde luego no en novelas dirigidas a un tipo de lector como el puramente literario.

¿Qué objetivos perseguía Palahniuk con Snuff? Pienso que varios. Primero, contar una historia de huérfanos y madres ausentes e hijas repudiadas. De engaños y drogas. De carreras profesionales que se bifurcan. De la imposibilidad de elegir o torcer la vista atrás sin desear no haber nacido. Segundo, recrear ese mundo casi sólo mal retratado en novelas de género. En subgéneros enfocados hacia una interioridad orgánica incapaz de objetivar el caldo de cultivo que la hace posible. Tercero, dar cuenta de las similitudes entre el entorno del cine convencional y el pornográfico. De las acciones que los actores son capaces de escenificar para ser contratados, respetados y aclamados. De sus accidentes y sucesos. Del estrecho margen que pudiera existir, o de hecho existe, inter-géneros. Cuarto, poner de manifiesto la sordidez de sus productos contra un fondo de éxito económico innegable. Usando para ello la reiteración y la parodia con el fin último de perfilar a sus consumidores. Abusando del exceso. Estableciendo una indisoluble asociación entre humor y sexo industrial. Quinto, mostrar cómputos de la decadencia, que coincide con la obsolescencia de los cuerpos para un fin en que la plasticidad de sus miembros y el lustre de sus pieles constituyen, en la práctica, únicas aptitudes necesarias para no desentonar en la performance parasexual ante las cámaras. Sexto, recrear los submundos paralelos de los que bebe, y de los que se alimenta, el mundo del porno. Séptimo, construir mediante la acumulación de recetas, científicas o populares, históricas o anecdóticas, sobre las más variopintas temáticas, directa o lateralmente relacionadas con la carnalidad, un sistema kitsch de referencias que, por vía especular, ofrezcan al lector un decorado cultural basado en píldoras tipo ¿sabías que? Octavo, divertir al lector invirtiendo los tratamientos habituales de tragedia y comedia, y desacralizando situaciones reservadas al sentimentalismo ramplón mediante el uso y abuso de tics propios de la baja cultura. Noveno, elevar precisamente el estatus de esa baja cultura por la vía de su conversión en literatura, no solamente como medio que permita su análisis desde un terreno llano y accesible, sino también plegándose a, y adueñándose de, su estética fundacional icónica y lingüística, creando así un ambiente costumbrista mediante el empleo de sus jerga y medios de expresión anexos. Décimo, marcar —o territorializar— otro espacio narrativo más, colonizarlo con su habitual estilo minimalista. Decir: yo estuve aquí. Decir: y me acordé de ti.

Además, en Snuff hay enfoques distintos de los habituales en horas de máxima audiencia. Pornografía básica analizada mediante el hilo vital del nombre propio más mencionado, Cassie Wright, estrella del cine de género empeñada en batir el récord de penetraciones seguidas en una única toma: 600 tíos diferentes. Las conversaciones entre tres de esos tíos y la coordinadora de los 600. Sus seudónimos. Sus pensamientos e historias particulares. Sus ideales, aspiraciones e intenciones. Sus fracasos y proyectos. Sus vidas. También los títulos de las películas de Cassie Wright, hilarantes por lo que tienen de paródico del cine comercial, de narrativa popularmente consagrada. También la vida en sí de la señorita Wright. Una vida mediática, una vida pornografiada. De primeros planos. De escenas idénticas unas a otras. Escenas en las que sólo cambia el atrezzo, o el enfoque, o la distancia, o la resolución. O todo a la vez, pero siempre una misma actriz. Ella.

Digamos que recomiendo su lectura porque formalmente es una obra de arte de la narrativa actual, como casi todo Palahniuk. En mi opinión la temática es lo menos importante desde un punto de vista literario —no a efectos de tratamiento—. Podría sustituirse por la tecnología, los negocios, la alta competición deportiva o el mundo académico. Porque no se trata de una novela temática. No, muy al contrario, el ecosistema retratado como un conjunto de excesos es el marco costumbrista de una época y la vía de escape de un gigantesco sector de la población. Lo que me importa es la manera en que Palahniuk entrevera la historia, su forma de decirle al lector: Aquí tienes, lo de siempre pero con otra ropa. O sin ella.

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