El jueves pasado, por la tarde, al ir a modificar alguna tontería del diseño del blog, me encontré con que la edición en HTML no funcionaba. Puse en práctica, sin éxito, las consabidas estrategias: limpiar un par de registros, apagar y encender el portátil, cambiar de navegador. Entonces envié una especie de amable queja a Blogger. Durante las horas siguientes, los mensajes se multiplicaron, mostrando que el problema era generalizado. Algunos usuarios avanzados ofrecían soluciones paliativas en tanto el equipo de Google se ocupaba de solucionar la incidencia. Cuando tienes problemas de este tipo, en realidad insignificantes, se genera cierta adicción a los comentarios ajenos. Saber de qué forma enfrentan otros tu misma situación y qué hacen para mitigar la frustración, cómo reaccionan, etc. También conoces gente. Quizá puedas recurrir a ellos en un futuro, o ellos a ti, para lo que sea, puede que para nada y entonces tan sólo son eso: nuevas personas, seguramente lejanas o acaso no, quizá alguna de ellas viva a dos pasos de ti.
Uno de aquellos mensajes venía a decir que si Rosa estuviera por allí, seguro se le ocurría alguna solución brillante; pero, no, Rosa no podía estar porque Rosa ya no iba a estar más. El post iba firmado con un “Descanse en paz”.
Este pequeño mensaje me intrigó e investigué un poco. Supe que Rosa es la dueña de una conocida bitácora dedicada a recursos para administradores de blogs alojados en la plataforma de Blogger. Su espacio se llama El escaparate de Rosa. Cuando se accede a él, hay arriba un menú horizontal con varios apartados, entre ellos uno denominado Sobre mí. Ahí, dice Rosa ser Rosa María, asturiana de 46 años y apasionada del mundo de los blogs. (Luego he sabido su nombre un poco más completo: Rosa Torres.) Después le di una vuelta a sus posts y no pude evitar gastar cierto tiempo en leer algunos y comprobar el nivel de sus conocimientos.
Ayer Blogger solucionó aquel problema, lo que tras alegrarme brevemente me hizo recordar a Rosa y volver a investigar. Supe que Rosa María Torres, asturiana de 46 años, murió, noticia que ha consternado a gran parte de la comunidad internauta. No la conocía, ni a ella ni a su blog —hasta el pasado jueves—. No la hubiera conocido de no ser por aquel problema ya casi olvidado. En realidad conozco físicamente a pocas personas del pequeño grupo con el que me relaciono a través de medios virtuales. Lo que no obsta para que pueda llegar a sentir por ellas el mismo aprecio que si existiera una habitual relación de proximidad como la acostumbrada en entornos profesionales o estudiantiles. Seguramente Rosa tenía más amigos a través de la blogosfera que fuera de ella (su blog tiene 5.565 lectores). Los posts dedicados a su memoria en diferentes espacios han estado reproduciéndose desde más o menos el diecisiete del presente mes. El blog sigue activo, y su última entrada, en la que ofrecía un breve consejo a la comunidad para conseguir más seguidores, data del diecisiete de enero de 2011.
Esta noticia me ha hecho reflexionar en más de un sentido. No estoy seguro de si somos conscientes de lo que hay tras un nickname, nombre de usuario, cuenta de correo, perfil, blog o comentario anónimo cualquiera. En el perfil público de Jordi Carrion en facebook se le puede ver tecleando en un portátil, su cara y manos iluminadas por el resplandor de la pantalla. Es de noche, está solo. Con este ejemplo sólo quiero transmitir lo que me parece la imagen perfecta del internauta. Su sinceridad es total. Cuando envío o recibo mensajes, imagino a mi interlocutor solo, aunque bien pudiera haber gente a su alrededor, incluso estar en medio de una fiesta multitudinaria; la persona del otro lado es una, por más que en ocasiones se dirija a los demás utilizando el vosotros o ustedes. Escribe sólo una persona, y lee otra, sola.
Si aceptamos esta carnalidad como trasfondo real de la interpretación representada en un navegador; mejor dicho, si en cada momento fuéramos plenamente conscientes de ella, estoy convencido de que la red alcanzaría un mayor grado de humanidad. Todavía existe, subconsciente o inconscientemente, una rígida separación entre los mundos físico y virtual en las mentes de la mayoría de internautas. Acostumbramos a leer que el relativo anonimato en la red permite a sus participantes mostrarse más tal y como son en realidad, sin las constricciones que en el mundo físico normalmente devienen inhibición de ciertas facetas del carácter. Así, el salvaje no lo sería tanto, o nada, en sus relaciones cara a cara; el sensible se mostraría más despiadado; el ciberpoeta ocultaría sus versos, etc. De hecho, es habitual intuir a un mismo sujeto tras diversos alias en diferentes espacios, multiplicándose esquizofrénicamente tantas veces como webs en las que haya ido participando. Internet semejaría, pues, un ingente conjunto de Hydes al descubierto cuyos Jekylls llevarían una ordenada y tranquila vida cara al exterior físico.
Puede que esto haya sido más o menos así, de forma general, hasta hace unos meses. Una de las condiciones de afiliación a facebook era la identificación de cada usuario con su nombre real. A la par que su internacionalización, se vieron obligados a relajar la norma y, finalmente, abandonarla, puesto que se sucedían las quejas de usuarios con nombres y apellidos particularmente confusos y de empresas que preferían tener una simple página de usuario a las habituales de fans de un producto, servicio, marca u organización. Cuando en facebook me llega un petición de amistad de alguien oculto tras lo que es un evidente alias, me resisto a aceptarla, y si al final lo hago —casi siempre por un impulso que renuncio a analizar ahora—, creo poder decir que nunca he llegado a cruzar ni media palabra con el susodicho individuo. Es decir, tendemos a la eliminación de las diferencias entre ambos mundos, el físico y el virtual, mientras asistimos a la caída de la mayor barrera para que esto fuera posible: el miedo. Alvy Singer será ya siempre Pablo Múñoz; Mal-herido, Alberto Olmos; Sophie Volland, Ana S. Pareja; Célinegrado, Rubén Martín; Jack Skellington, Carlos González, etc. Resulta mucho más difícil odiar a una persona que a un nick. Como mucho más fácil sentir aprecio e incluso entablar cierta amistad.
Por mi parte, en estos últimos siete u ocho meses he reducido el número de webs que suelo consultar periódicamente. Soy internauta desde 1996, y mi acto de navegar semejó durante años un —ahora me doy cuenta— alocado salto de un lugar a otro, casi siempre con parada en uno o dos buscadores. Buscaba información, encontraba, consumía y vuelta a empezar. Las pocas relaciones que establecí durante años fueron por mediación de un foro literario ya desaparecido. Ahora ya no es así. Facebook, Linkedin, la blogosfera y un puñado de magazines electrónicos han serenado (y reducido) el tiempo que gasto frente al navegador de turno. Lo que ha favorecido que haya conocido a gente. Normalmente la relación comienza de forma unidireccional: los conoces antes de que ellos sepan de tu existencia. Después, un día hay un comentario, un acto de afiliación (seguimiento) o suscripción a contenidos, un mail, una petición de amistad. Los círculos se van ampliando con representaciones cada vez más genuinas de gente de carne y hueso. El concepto de comunidad se refuerza o, por lo menos, cobra sentido por primera vez. Y no es infrecuente que de la pantalla se salte a la calle.
Pero un día una persona de las de tu círculo virtual deja de enviar mails o de comentar. Si es blogger, su espacio parece petrificarse en una determinada entrada, siempre la misma. Se acaban los shows o la hasta aquel momento generosa entrega de conocimientos. Creo que fue en Pangea, de Vicente Luis Mora, donde leí que la mayoría de los blogs mueren a los seis meses de su creación. El autor se aburre, pierde fuelle, cambia de gustos o actividad, no consigue el seguimiento deseado, etc. Lo cierto es que hay miles de bitácoras abandonadas, congeladas en un último post con una fecha cada día más antigua. En muchos casos, esto es pura demostración de la ubicuidad del darwinismo. Pero también, no sabemos en cuántos, mero reflejo en HTML y CSS de un acontecimiento bastante más físico: la muerte real. Hasta ahora dejar este mundo podía encontrarnos realizando actividades que bien pudieran representar parte de lo que habíamos sido en vida: un cuadro a medio pintar, una novela inacabada, una habitación desordenada. De aquí en adelante, tocará preguntarse si un espacio virtual así abandonado no quiere decir más, mucho más, de lo que a simple vista parece, un blog abandonado. Resulta irónico que el último post de Rosa versara sobre un tema como el de los seguidores, cuando ya ha dejado de tener sentido esperar nuevas actualizaciones de su escaparate.
Siento mucho su muerte y, aunque tarde, me sumo a las muestras de condolencia que ha habido en toda la Red.
2 comentarios:
Y Bolmangani será siempre José Luis Amores.
Interesante reflexión. El otro día alguien (no viene a cuento quién) se quejaba -vía privado- de la intromisión de otro "alguien" (tampoco viene a cuento quien) en facebook y lo que eso significaba. "Ahora, además del trabajo y la calle, también tendré que fingir aquí", decía, "y el Facebook está para ser como somos en realidad!!!". Aunque ya lo sabía no deja de sorprenderme. Parece que facebook ha dejado de ser ese espacio de libertad para convertirse en otro espacio lleno de convencionalismos.
¿Cuanto tardaremos en darnos de alta con seudónimo y trabajar desde dos frentes siendo uno lo que somos y otro lo que se supone que se espera de nosotros?
P.D.: Yo tampoco sabía nada de esa blogger. Me sumo al pésame.
Por varios motivos obvios, viene al pelo la clásica expresión: No somos nadie.
Publicar un comentario