13 dic 2011

El rey pálido

Lo están haciendo de nuevo: están reseñando (/opinando sobre) un gran libro sin haberlo leído. Además le están contando al lector una interpretación que el propio editor ofrece al final, tomada de las notas del autor. Piensan que el lector no es inteligente, que por estar ante un libro inacabado (al menos según la edición americana) no va a enterarse de la misa entera, y por ello creen que deben añadir especulaciones y verborrea sobre la vida y circunstancias de DFW para convocar al morbo y/o provocar lástima y así aumentar los acercamientos a una obra que ellos, quienes no la han leído, entenderían si de verdad la hubieran leído.

Me siento como Carol Ann, la niña de Poltergeist, cuando dijo “Han vueeeltooo”.


Una pregunta ociosa: ¿habéis leído El castillo? Tampoco está terminada, para decirlo de una manera tosca y rápida, así que no la leáis. Con la cantidad de novelas finalizadas, corregidas y redondeadas que existen ¿para qué preocuparse de los trozos que dejó Kafka? ¿O para qué detenerse en los que dejó David Foster Wallace? Sería algo así como irse a la cama sin cenar, o como entrar en El Prado media hora antes del cierre, o como morirse antes de tiempo, ¿no? Las cosas a medias no tienen gracia, ya estemos hablando de un día de comidas, de una visita cultural o de una vida. Te dejan una sensación amarga, sobre todo el último ejemplo, supongo.

Esa es la sensación que me ha quedado después de ¿terminar? El rey pálido. Un pensamiento en modo subconsciente tipo “Y ahora ¿qué?”. Porque, de verdad: y ahora ¿qué?

Un reseñista de un periódico nacional escribió hace poco que la muerte de Wallace era un auténtico desastre; obviando el aspecto humano, hay que entender que el desastre lo es para la literatura. Un comentario demoledor si se piensa en los escritores que quedan vivos y siguen produciendo o con intención de hacerlo. ¿Qué pasa con ellos? ¿No son lo suficientemente buenos como para aspirar a ocupar el hueco dejado por Wallace? Esta pregunta habrá que responderla con sinceridad más tarde.

El rey pálido

A poco de comenzar la lectura de esta novela no hacía más que encontrar múltiples paralelismos entre las situaciones narradas y detalles concretos de mi experiencia profesional y de la vida laboral en general. La repetición eterna que conduce al aburrimiento era una de ellas, pero también la temática impositiva en sí. Revisar manualmente declaraciones de renta, con poca o ninguna ayuda informática, es sumamente aburrido. En una nota incluida al final del libro, Wallace escribe: “El éxtasis se encuentra al otro lado del aburrimiento absolutamente letal”. Un contable que conocí me dijo que tenía un año de experiencia en contabilidad pero treinta de ejercicio. Todavía hoy, ese comentario me provoca pesadillas.

Los agentes tributarios protagonistas de El rey pálido se sientan durante ocho horas en mesas “Calambre” y revisan declaraciones de renta casi sin parar, a la busca de errores o engaños de bulto que hagan económicamente viable una inspección en toda regla. Su productividad se medía antes por el número de declaraciones revisadas, mientras que ahora, en la novela, el criterio valorable es el rendimiento o beneficio económico obtenido para el Tesoro Público. A estos agentes se les denomina “examinadores de a pie”. Tienen diversos rangos en orden creciente, como los niveles funcionariales en España, y su organización es también, como en España, una maraña burocrática absurda hasta niveles enfermizos.

¿Quiénes son estos examinadores?

“El amable patológico es uno de los tipos básicos de personalidad que se ven atraídos por la Agencia Tributaria, debido a lo siniestro e impopular que es el trabajo; no hay agradecimiento, lo cual aumenta la sensación de sacrificio”, (p. 546).

Pero también:

“algunos de los mejores examinadores —los más atentos y concienzudos— son aquellos que han sufrido alguna clase de trauma o abandono en el pasado”, (p. 547).

El método narrativo de Wallace consiste en el planteamiento de una situación actual con uno o dos personajes dados. Tanto su presentación total como la del resto de participantes se ejecuta posteriormente, trazando vectores desde el pasado a modo de precuelas narrativas. El atractivo irresistible de esta forma de hacer es manifiesto, pues además de obligar a la inclusión (aparente) de historias dentro de la historia hasta formar un simulacro de caleidoscopio, permite una variedad, tanto temática como estilística, sólo comparable a los conjuntos de relatos, pero —y ahí está lo mejor— sin serlo. Aparece el género de la entrevista, la narrativa en primera persona, en tercera, simulacros de la segunda, interrogatorios, clases magistrales universitarias, ráfagas de omnisciencia, ensayos sociológicos disfrazados de diálogos en un ascensor averiado, retrospectivas, presente rabioso, un prefacio adulterado con detalles legales y editoriales, confesiones de bar, extractos de procedimientos administrativos. Hay vidas machacadas desde la infancia, montones de rarezas de comportamiento, ramalazos religiosos, crítica sentimental, toneladas de humor, solipsismo, enfermedades, crueldad, tristeza y alegría: en El rey pálido está retratado el género humano en (casi) su totalidad.

(Y ahora toca deducir a la ligera que esto es así porque la novela está sin terminar, que al recaer en el editor el trabajo de recopilación de materiales en gran medida dispersos entre el legado de Wallace —y por mucho que dejara, antes de morir, 200 páginas de manuscrito perfectamente ordenadas y corregidas—, es lógico que resulte más un álbum de técnicas y géneros que un todo logrado y uniforme. Y bueno, a quienes opinaran o pensaran esto, les diría que leyeran La broma infinita, o que, en su caso, la releyeran.)

Antes de que apareciera la traducción al español me dijeron que la novela se resentía por su inconclusión —y que la acumulación de detalles sobre el sistema tributario era tediosa—. Tras haberla leído, puedo opinar por mí mismo: el conjunto en sí es memorable (más adelante me atrevo a dar algún consejo sobre el “tedio” referido), además de que únicamente por unos cuantos capítulos realmente extraordinarios sería una lástima perderse su lectura. (Aunque lo que considero una gran pérdida intelectual y literaria es obviar cualquier libro de DFW, desde su primera novela, The Broom of System, hasta esta última.) Por ejemplo el 19, el del ascensor:

“Elegimos lo que merecemos … Nuestros líderes y nuestro gobierno somos nosotros, todos nosotros, de manera que si ellos son corruptos y débiles es porque nosotros lo somos”, (p. 148).

“Pero la genialidad siniestra de las corporaciones consiste precisamente en que permiten la recompensa individual sin obligación individual. Las obligaciones de los trabajadores son para con los ejecutivos, y las de los ejecutivos para con el presidente, y las obligaciones del presidente son para con la junta directiva, y las de la junta son para con los accionistas, que al mismo tiempo son los clientes a los que la corporación dará por el culo a la primera de cambio en nombre de los beneficios, unos beneficios que se distribuyen en forma de dividendos entre los mismos accionistas-barra-clientes a los que han estado dando por el culo en su mismo nombre. Es como una fuga musical de evasión de responsabilidades”, (p. 149-150).

“Pero si estoy entendiendo lo que dice DeWitt, el punto de inflexión fue ese momento de los años sesenta en que la rebelión contra la obediencia se volvió una moda, una simple pose, una forma de molarles a los demás miembros de tu generación a los que querías impresionar y que querías que te aceptaran … Por no mencionar el hecho de irse a la cama con ellos”, (p. 158).

Y qué decir del 24, en el que el autor —¡sí, el propio y autodeclarado “Wallace”!— narra su llegada a un centro de la Agencia en Peoria, Illinois. Es un capítulo prodigioso desde los puntos de vista temático, técnico y estilístico, repleto de humor y observaciones agudas, mordaces e inteligentes —y hasta arriba de mastodónticas notas al pie que multiplican la narración y enriquecen la historia hasta extremos enloquecedores—. Nota al pie 45º (de ese capítulo):

“Para mí, el sacapuntas es muy importante. Me gusta una clase concreta de lápiz muy afilado, y algunos sacapuntas van mucho mejor que otros para obtener esa forma especial, que pierde la punta y se estropea después de escribir un par de frases nada más, lo cual obliga a disponer de una gran cantidad de lápices afilados bien alineados siguiendo un orden especial de antigüedad, longitud restante, etcétera. La conclusión es que casi todo el mundo que yo conocía tenía pequeños rituales que distraían como aquel, unos rituales cuyo mismo sentido, en el fondo, era que distraían”.

Y seguidamente, en el cuerpo principal de la página:

“Esto se debe a que estar sentado quieto y concentrado en una sola tarea durante un período largo es, en la práctica, imposible. Si tú dijeras: ‘Me he pasado la noche entera en la biblioteca, trabajando en el ensayo de sociología de un cliente’, lo que realmente querrías decir es que te habías pasado entre dos y tres horas trabajando en el ejercicio y el resto del tiempo cambiando de postura y sacando punta a los lápices y organizándolos y mirándolos y mirándote la piel en el espejo del lavabo de hombres y deambulando por entre los montones de libros, abriendo algunos al azar y leyendo sobre, por ejemplo, las teorías de Durkheim sobre el suicidio”, (p. 302).

O del 33, en el que por fin asistimos a una jornada de trabajo de un “examinador de a pie” presentado capítulos atrás:

“El chiste de aquella semana preguntaba en qué se parecía un examinador de a pie de la Agencia Tributaria a un champiñón. En que los dos vivían a la sombra y no paraban de tragar mierda … A continuación hizo otra declaración”, (p. 385).

El agente concreto es un personaje algo secundario, se llama Lane Dean Jr. y el aburrimiento amenaza con llevarlo a la locura. No está hecho para ese tipo de trabajo. ¿Quién lo estaría? La clave la da un “chico del carrito” (llevan y traen declaraciones y documentos entre las mesas “Calambre” de los examinadores):

“La clave burocrática subyacente es la capacidad para soportar el aburrimiento. Para operar con eficiencia en un entorno que descarta todo lo que es vital y humano. Para respirar, por así decirlo, sin aire … Es la clave de la vida moderna. Si eres inmune al aburrimiento no hay literalmente nada que no puedas conseguir”, (p. 444-445).

Aunque si me obligaran a quedarme con sólo uno y a arrancar el resto de las páginas, no lo dudaría y salvaría por encima de todo el capítulo 22. Se trata de una monólogo de casi 100 páginas a cargo de un agente llamado Chris Fogle, a quien hemos de suponer que le han preguntado por sus razones para querer pertenecer a la Agencia Tributaria. Fogle se gana el apodo de “Irrelevante” por su necesidad de retrotraerse hasta el principio de su vida como medio de llegar al presente —lo que no es sino una autocrítica irónica sobre los métodos narrativos del propio Wallace, que repite en el también sensacional capítulo 46—. “Irrelevante” Chris Fogle cuenta su vida y cómo una cosa llevó a otra y así sucesivamente. Esas 100 páginas son las mejor escritas desde que en 1955 William Gaddis publicara Los reconocimientos, con permiso de los también bestias en el ámbito de la excelencia Thomas Pynchon y John Barth. Si hasta ahora he imitado irónica/paradójicamente a los reseñistas previos de El rey pálido que criticaba al principio, destripando a diestro y siniestro la novela, en el caso de este capítulo en particular no voy a hacerlo, y que sean los lectores quienes valoren si estoy exagerando o no.

Por si no ha quedado lo suficientemente claro: El rey pálido me parece, como poco, la mejor novela publicada en 2011.

Y ahora ¿qué?

Me pregunto.

A esto de leer se llega en muchos casos precisamente por aburrimiento. Con un libro entre las manos, el niño de hace treinta y muchos años dejaba de estar aburrido. “No hay niño”, decían los padres, pues el niño estaba callado y no daba por el culo porque estaba leyendo. Uno de los niños retratados por Wallace en El rey pálido se hace contorsionista secreto. Aparece en el capítulo 36 —publicado e ilustrado en The New Yorker en marzo de 2011 con el título Backbone—. Ese niño inserto en un relato de tintes borgianos, que se lee a sí mismo como método absurdo de superación, tampoco molesta, pero preocupa, y mucho. Yo, mayormente, leía, casi cualquier cosa. Luego comencé a discriminar, quizá como efecto de alguna distrofia del gusto. Llegó un punto, hace años, en el que me negaba a salir de determinadas corrientes nada mainstream o muy elitistas. Pero como eso sólo conducía a un estrechamiento de miras cada vez mayor, por decirlo de algún modo, decidí tener algo más de manga ancha. Es decir, sabes que lo mejor es esto o lo otro, pero también accedes a considerar aquello de más allá. Un poco de eclecticismo ayuda a estar en el mundo, y además afirma tus referencias personales —refuerza tu convencimiento de que no estabas equivocado sobre que lo mejor era esto o lo otro—. Pero todos sabemos que, en realidad —y aunque muchos lo nieguen en público e incluso a sí mismos y pueda acabar pareciendo que se creen la patraña mental que han ido fabricando con el único objetivo de verse mínimamente rodeados de “iguales”, y no tan solos—, a efectos literarios los autores contemporáneos a los que se les puede colgar el adjetivo “excelente” se cuentan con los dedos de una mano. Decir esto es una putada, pero callárselo sería una actitud canalla. Naturalmente, no quiero decir que la excelencia carezca de gradación. Pero el 10 absoluto sólo puede adjudicársele a unos pocos, y el cum laude a poquísimos. David Foster Wallace es uno de esos poquísimos, y El rey pálido es una obra capital por mucho que no esté acabada. Menos mal, pues si la hubiera terminado habría provocado más de un suicidio entre sus colegas de profesión, que hubieran pensado “Y ahora, ¿qué?”.

Anexo: un consejo

Estoy leyendo El financiero, de Theodore Dreiser (1871-1945), recientemente editado en español por primera vez desde que se publicó en 1912 en Estados Unidos. Se trata del clásico novelón cuyo título no deja lugar a dudas sobre lo que hay dentro. Pero lo que hay dentro necesita una explicación seria y pausada, que es lo que hizo Dreiser, y no una simplificación a favor de detalles románticos, pues entonces no estaríamos ante una de las mejores novelas de trama económica de todos los tiempos según múltiples listas e índices y cánones de toda clase y condición, sino ante otra buena novela sin más. Para saber por qué el protagonista gana dinero hay que explicar cómo es posible ganar dinero, algo que quizá haya asustado hasta el momento a los editores españoles, a quienes se les supone un conocimiento perfecto del lector español y que acaso cuando, revisando títulos de posible importación, se hayan parado brevemente en El financiero (antes The Financier) una y otra vez durante los últimos 100 años, hayan concluido que ese lector español no tiene ni la paciencia ni la inteligencia necesarias para soportar un diez o un quince por ciento de conocimiento experto añadido a una trama novelesca a fin de comprender y disfrutar mejor de esa trama novelesca. Narrativa a secas, no conocimiento más narrativa, parece ser la lección extraída de un siglo de observación de tendencias lectoras hispánicas. Otra explicación no se me ocurre.

Con El rey pálido podría suceder algo parecido en algunos momentos. Hay que explicar cuál es el trabajo de un agente tributario para comprender por qué puede llegar a ser tan letalmente aburrido. Y eso implica la exposición unas nociones básicas que quizá, si el escritor es bueno, resulten entretenidas y para nada aburridas e incluso ilustrativas. Es el caso de la novela de Wallace. En sus frases hay nomenclatura tributaria, contable, administrativa, eso que llamamos jerga y que hizo de, por ejemplo, la serie televisiva House una de las más vistas de los últimos tiempos, a pesar de toda la farfolla médica explícita y necesaria para armar una trama no solamente entretenida sino también dotada de un esqueleto pseudocientífico que pudiera interesar y vertebrar el meollo temático de la mala leche del Dr. House.

Wallace no profundiza en niveles que podrían provocar en el lector la paraplejia metaforizada en la marca “Calambre” de las mesas de los agentes, aunque sí traza, de un modo ejemplar, un panorama de regulaciones y condiciones históricas cuya ausencia sí condicionaría y penalizaría el resultado final a que hoy tenemos acceso. Aceptar este hecho es prueba de curiosidad; ir más allá (ahondar en la mecánica interna que mueve el mundo de la tributación y la recaudación gubernamentales que Wallace analiza con su humorismo y perspicacia habituales) sería cosa de héroes, algo que para nada pide el autor. Y si no me creéis, alterad el orden de lectura y pasad directamente al capítulo 22. Prometo que no os arrepentiréis.

12 comentarios:

Eudald Espluga dijo...

También estoy cada vez estoy más convencido de que menos gente lee y ha leído a DFW. En mi reseña (http://eltablondetalita.blogspot.com/2011/12/el-verdadero-heroismo.html) me sirvo -no en vano- de la metáfora de la caja negra: El rey pálido recoge de forma magistral todo lo que habíamos encontrado en el resto de su obra, y comparto plenamente su opinión acerca del carácter versátil de la obra, que se acerca al conjunto de relatos. Aún así, por más inacabada que esté, El rey pálido sólo puede leerse holísticamente para apreciarla en su justa medida. La única valoración posible es "cum laude", y la pregunta, siendo la novela inacabada o no, sigue siendo la misma: y ahora ¿qué?

Anónimo dijo...

Interesante entrada. Me apunto el de DFW y, sobre todo, el de Dreiser que comentas, que las novelas de temas económicos me pirran últimamente (Zola, Balzac, ésos también sabían lo que movía el dinero y las pasiones que hay detrás).

Mi pregunta: no habiendo leído absolutamente nada de DFW (me siento casi como si escribiera DSK), ¿por dónde empiezo? ¿Me lanzo al Rey pálido o me sumerjo en otra? Tienes que escribir una guía para no iniciados en Wallace...

Arte

Anónimo dijo...

Estas cosas me pasan por no mirar en tus archivos. Acabo de leer tu recomendacón para lectores vírgenes de DFW: entonces, ¿me apunto "Entrevistas..."?

Por cierto, he caído en la entrada en la que hablabas de LA. Qué tiempos, qué de horas delante del ordenador. Qué de libros descubiertos y re-descubiertos. Yo soy de las que he viajado y conocido y mantengo relación. Y lo de Alvear... ahora que vivo en su ciudad y podría tomarme un cafecito con él... Te juro que si algún día lo encuentro por la calle, lo paro. Y le someto a un interrogatorio.

Arte

José Luis Amores dijo...

Querido Eudald, por comentarios menos inteligentes han excomulgado a unos cuantos que conozco. Aunque te parezca mentira, hay gente que lee a Wallace y se lo calla; gente que intenta leer a Wallace, y se lo calla; gente que compra los libros de Wallace, y no los lee. También hay gente que odia a Wallace y, de paso, a todos aquellos que lo conocen, lo leen, admiran y aprecian el valor de su obra. Hay gente pa'tó, en definitiva, aunque como siempre haya más masa que otra cosa. Pensándolo bien, que ya no haya más obras de Wallace (a no ser que..., bueno, ya sabes) puede resultar divertido, por ver hasta qué punto las cosas siguen degenerando.

En fin, gracias por pasar, comentar y por el enlace de tu blog.

Un abrazo.

Arte querida, conociéndote empezaría por Entrevistas o por Algo divertido (este es menos cañero y non-fiction pero puro Wallace y magnífico). Luego ya irás viendo tú misma, que poca ayuda necesitas.

¿Cómo es eso de que vives aquí al lado y no me lo dices? Cualquier día me acerco y nos vemos, si te parece. Con Magalí estuve un par de veces en Valencia, y también conocí a Sergi. Aquel grupo era especial, sí, por la inteligencia, la juventud, la ilusión y el desprendimiento acumulados. Van quedando pocas personas así, una lástima.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

De acuerdo, me apunto el de Entrevistas. Tengo en casa, en inglés, el de la Chica del pelo...Lo dejo para más tarde.

LA era especial... Nos vemos cuando quieras.

Arte

Anónimo dijo...

Hace poco que he descubierto tu blog y entre los post antiguos que he ido leyendo están todos los que has dedicado a DFW. Leo todo lo que encuentro sobre él porque no conozco a nadie más que le guste y me siento un poco friki, como si yo tuviera un gusto raro, así que es una forma de sentirme acompañada. Acabo de empezar El Rey Pálido, llevo como 70 páginas, y estoy entusiasmada. Para mí es una experiencia vital de primera magnitud leer cualquier cosa escrita por DFW. Tal y como yo lo veo es una cuestión de estilo: o te gusta su estilo o no te gusta, y a mi me entusiasma. Me parece absolutamente genial en la forma y en el fondo. Creo que quienes le reprochan que sus libros no tienen vida o emoción no han entendido nada de lo que han leído. En cualquier párrafo de lo que llevo leido de ERP hay más vida que en la mayoría de libros de los que llenan las librerías. Hasta sus descripciones de paisajes están llenas de referencias a experiencias humanas y, por tanto, de emociones. Pienso que lo que les puede pasar a quienes hacen ese reproche es que quedan tan apabullados por el estilo formal y por la enorme inteligencia que desprende su prosa que perciben solo el aspecto cerebral de su escritura y no advierten toda la emoción que hay en lo que está contando. Por otro lado, no sé lo que pensaré cuando acabe ERP, pero creo que no voy a percibirla como una novela inconclusa. La Broma Infinita tampoco "terminaba". Te quedabas con la sensación de que la historia podría continuar indefinidamente y la mayoría de las tramas quedaban sin cerrar. Y aún así era perfecta. Tal y como yo lo veo, si lo que quieres es reflejar el mundo y la vida, no puede haber un principio y un final, y tal vez eso es lo que nos quiere transmitir DFW. Por último, me hizo mucha gracia un post tuyo en el que enumerabas los argumentos con los que algunos intentan justificar que no les guste DFW, en particular el de que sus obras pueden producirte diversas lesiones musculares o cervicales. Al poco de empezar LBI estaba un día leyendo en la cama junto a mi pareja y no sé cómo se me cayó el libro encima de su cabeza. Casi lo mato. Era la edición en tapa dura que sacó Mondadori hace un par de años y pesaba un quintal. Como a mí también me estaba perjudicando el andar de aquí para allá con semejante tocho opté por partirlo en cuatro trozos más un quinto con las notas y encuadernar cada trozo por separado. Antes eso que dejar de leer semejante maravilla. Por suerte a ERP le han puesto un papel más poroso y no pesa tanto. Termino. El post me ha gustado mucho pero me he saltado todas las citas del libro para poder disfrutar plenamente de esos párrafos cuando los lea por primera vez en su momento. Ya te contaré.

Julia

José Luis Amores dijo...

Arte, gracias. Te aviso entonces cuando vaya a Sevilla. Un abrazo.

Julia, comentarios como el tuyo son la mejor recompensa a estar escribiendo aquí y en RdL desde hace casi un año y medio. Voy a contar una cosa divertida. Ayer estuve en la presentación de un libro de relatos editado por un amigo. El acto fue entretenido y muy participativo y cuando acabó nos fuimos a tomar unas cervezas juntos, el editor, unos amigos suyos, el autor y un colega suyo que ayudó en la presentación. Hablamos mucho de literatura y gambas (estábamos en el famoso “callejón de las gambas” malagueño, y el autor y su amigo, que son catalanes, no conocían el sitio), y terminé por sacar a colación a Wallace. Todos los presentes sabían quién era David Foster Wallace. Mi amigo el editor adora sus libros y los ha leído casi todos. Pero ni el escritor cuyo libro se había presentado ni otro que en breve publicará una novela en la editorial de mi amigo habían leído nada de DFW. El colega del escritor de relatos sí, algún relato de la edición original de Oblivion (Extinción), y dijo que no le gustó mucho en su momento porque lo vio demasiado realista y/o cerebral. Y comenzamos a hablar de toda la obra de DFW, Entrevistas, Algo divertido, La broma, El rey, La niña, la propia Extinción, todo lo publicado en español. Yo hablé incluso de The Broom of System, por ahora inédita en España. La conclusión fue la misma que llevo observando desde hace seis años: el/los interlocutor/es saca/n o pide/n un bolígrafo y coge/n una servilleta y seguidamente dice/n: Venga, ¿por cuál empiezo? Hay más lectores de DFW de los que te imaginas, sólo que son gente callada y están muy dispersos. Si no fuera así, no te quepa duda de que no podríamos disfrutar, como disfrutamos, de sus obras traducidas, además con esa calidad marca de la casa Calvo. Únicamente necesitamos que cunda la recomendación, que es lo mismo que decir que cunda el ejemplo (en referencia a lo que comentas de la superioridad de su escritura sobre la del resto de mortales).

Impagables tu anécdota sobre la partición de La broma infinita y tus consideraciones sobre las similitudes entra la narrativa de DFW y la vida misma.

Por si no los has descubierto, te informo de que en este blog hay un par de textos suyos traducidos al español hasta ahora inéditos:

http://bolmangani.blogspot.com/2011/11/otro-ejemplo-mas-de-la-porosidad-de.html
http://bolmangani.blogspot.com/2011/11/la-critica-literaria-segun-dfw.html

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Muchas gracias a tí, por todo el blog y especialmente por la traducción de estos dos textos de DFW, que sí que había leído (te dije que había leído en tu blog todo lo que se refiere a DFW). El discurso de la ceremonia de graduación me enterneció muchísimo y me hizo pensar, de nuevo, qué tremendo sufrimiento tenía que constituir ser DFW y vivir con ese afán de perfección en todo. El texto sobre crítica literaria se lo envié a un amigo mío que es profesor universitario a ver si, al menos en ese campo, "cunde el ejemplo".

Ahora ya me he hecho fija del blog, así que seguiremos hablando.

Julia

Mario Salazar dijo...

Me gustó lo que has escrito de Wallace, pensé que ibas a ser negativo con la obra porque está inacabada pero a sido solo un enganche que decidí seguir a contraposición de mis deseos de aquirirlo ya que lo común es alentar al libro y me ganó la curiosidad, y has sacado a flote sus puntos fuertes con bastante elocuencia, tengo libros de él, me ha capturado la atención su tipo de escritura y su sintonía con la melancolía, espero que lo disfrute y justifique mis expectativas. Actualmente solo busco éste libro como prioridad. He leído el castillo y me encanta, me parece un gran libro, algo confuso pero perfecto así sin terminar,o mejor dicho extraño pero me da que un contexto tan particular tiene que tener un final oscuro e infinito, que con Kafka cobra sentido porque ya en sus párrafos nos ha dejado mucha sustancia como espero me muestre el libro que reseñas. Abrazos.

José Luis Amores dijo...

Pocas veces seré negativo en lo literario. Hay tanto horror en el mundo, que para qué añadir más.

Abrazos.

Mario Salazar dijo...

El optimismo es bueno pero el horror se incrementa con congraciarse con él, la labor de la crítica es aconsejar que tampoco obligar que la decisión es personal, facilitar títulos, ayudar al lector, acercarlo con la lectura sino ¿para qué ésta? hacer trampa y venderle un libro mediocre como sensacional no es justo, a veces parece que el crítico se debe más al autor que al lector y el sentido de la crítica es servir al lector ya que es el fin, no un títere al cual utilizar para servirce uno. No creo en destruir un libro, ponerse en el papel agresivo de menospreciar la labor de quienes sienten afinidad con la literatura aunque no sean tan buenos pero si no eres honesto con el lector no lo ayudas, no tiene justificación hacer crítica, quizás es cruel que alguien dedicado a la literatura por no ser tan bueno esté en el limbo, en ese sentido habría que dejar al lector en libertad pero eso, que él decida pero no engañarlo hacia enseñarle otra cosa, llevarlo a la desilución porque lo es si tiene buen entendimiento o en el colmo de la manipulación que se convierta en alguien célebre. Respeto la suerte de cada uno, que alguien sea audaz y logre sobresalir sin merecerlo es parte del mundo, se vive siempre, no es raro, muchos llegan lejos por otros méritos fuera de la obra y viven felices, está bien, pero el que pretende hacer bien su trabajo, hacer la diferencia, que repito no quiere decir ser un desgraciado con los autores no tan talentosos pero con deseo de ser reconocidos (que es natural porque autoexcluirse no suele ser una opción común aún sin tener recursos sólidos), pero hay que cumplir con el lector, nos debemos a él y a la literatura, no sería justo tampoco ver pasar hambre a un tipo bueno y pasa, que clase de jurado sería alguien que no tiene atributos, preferirá al mejor o al que le recuerda a sí mismo, sé que esto de la literatura más gira en derredor, los malos escritores son los que estan siempre moviéndose -ya que lo que les falta de talento lo tienen en relaciones, en recursos exógenos, en pose, en deseo de ir lejos o en astucia mercantil- y son quienes más están pendientes, es el público objetivo, e ir contra ellos es como quedarse sin pan en el desayuno, nadie quiere que lo aislen ya que la justicia y el sentido común por más trágico que suene no está muy a menudo en las manos correctas. Y ha sido una reflexión porque veo que hay algo del tema en esa critica pequeña de la que dices que los buenos autores contemporáneos no son muchos y mira que todos somos los culpables, no hay que irse al extremo ni quiero proponerme como santo pero sin ideales en práctica aunque muchos seguro se reíran queda muy poco. No pretendo ofender a nadie sino dejar una idea en el aire para quien sienta que vale la pena aunque sea una tribuna muy pequeña. Saludos.

José Luis Amores dijo...

Ya, pero creo en la omisión de comentario como crítica negativa, que sería aún más dura si llevase una especie de bitácora pública de lo que leo, que comparado con lo que termino comentando daría una medida de aquello que considero que no necesita comentario. Pero volvemos a lo que dije hace algunos días: yo no soy nadie para ir destrozando explícitamente el trabajo ajeno, la ilusión, etc. Y como tampoco dispongo de mucho tiempo, prefiero perder los momentos que me sobran en poner de manifiesto lo que, a mi juicio, merece la pena ser leído.

Saludos.

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