Leyendo un libro cuyo título diré ahora, me enteré de quiénes fueron los primeros en colocar un insecto falso dentro de los urinarios públicos: los responsables del Aeropuerto de Schiphol, Amsterdam. Grabaron la imagen de una mosca negra común en cada unidad o mingitorio, con el objetivo de que los varones dirigieran sus meadas hacia lo que quizá considerasen algo más que un mero dibujo. “Si un hombre ve una mosca, apuntará hacia ella”, dice Aad Kieboom, economista y Director de Expansión del mencionado aeropuerto. Ideas de este tipo, aparentemente peregrinas, están recogidas en un libro titulado Nudge. Improving decisions about health, wealth and happiness, escrito a cuatro manos por un economista y un jurista llamados Thaler y Sunstein. Compré el libro en la tercera planta de Foyles porque me pareció original el título Codazo; aunque la traducción correcta conllevaría un matiz implícito de suavidad de toque, algo así como llamada de atención o empujoncito. En España lo ha editado Taurus como Un pequeño empujón (Nudge). El impulso que necesitas para tomar mejores decisiones sobre salud, dinero y felicidad. Dicho así, parece un libro de autoayuda, pero no lo es. Se trata de una completa teoría sobre la importancia de los pequeños detalles a la hora de conseguir que el comportamiento humano sea de una u otra forma. “Everything matters” y paternalismo libertario, acompañado de docenas de ejemplos a modo de ideas ingeniosas para conducir las acciones de los demás hacia lo que nos propongamos. En el capítulo 14, A Dozen Nudges, se enumera una lista de lo que denominan mini-nudges. Y en la página web de la obra, nudges.org, pueden encontrarse numerosos ejemplos cortos añadidos por los propios lectores.
Cómo conseguir que se lea, es decir, una recopilación de las estrategias y tácticas más exitosas para provocar impulsos de lectura, sería un buen complemento de dicha obra, muy centrada en otros aspectos más sociales y prosaicos. Y las prácticas de marketing de la editorial Alpha Decay —su ingeniería literaria— tendrían, indudablemente, un puesto relevante en dicha antología. Por ejemplo con las Alpha Minis (en adelante a-mini), también denominadas, muy a lo Foster Wallace, cápsulas literarias portátiles de lectura instantánea, por lo que de intencionalidad expresa detecto en su puesta en circulación.
Me he leído dos de ellas, dos a-minis, una para chicos y otra para chicas, que seguidamente comento intentando no estropear su objetivo más importante: su descubrimiento mediante la lectura, y no a través de textos que emanen de la misma o se basen en ella.
Calma, Shen Congwen
Qué título más bueno, pero precisamente ahora caemos en la cuenta de que en China hay algo más que centenares de millones de chinos trabajando como chinos. Cuando me preguntaban por qué leía tantos americanos (por estadounidenses), siempre respondía que hicieran una simple regla de tres con la demografía España-USA y obtendrían la respuesta. Simplificando. Si hacemos esa misma operación con China, la conclusión más práctica y sensata sería que el negocio de traducción y edición de autores de allí es el futuro económico casi inmediato: tantos habrá por descubrirles a estos miserables occidentales en vías de abandonar el ombligo del mundo. Temblad, libreros, que vienen los chinos..., ahora con literatura de calidad y envasada al vacío, sin fecha de caducidad ni adulteradores que se interpongan entre palabras y lectores.
¿Cómo explicar a los consumidores esa guerra que se avecina, que ya está aquí, a las puertas? Unos pocos visionarios van dando muestras de su particular estrategia. Algunos de manera torrencial (Seix Barral con Brothers, de Yu Hua, 870 pp.), o incluso más a lo grande, con concesiones de premios nacional-locales por megalabores arqueológicas. Otros con más calma y seso y bastantes menos palabras, como es el caso. Hay que ir enterándose de lo justo cada vez, y Congwen puede ser la iniciación que muchos estaban esperando: China antes de la Revolución, serenidad y estampas idílicas. Una familia desmembrada por la guerra, las mujeres a un lado, esperando, y los hombres a otro, luchando. Estamos del lado femenino, el sufridor por tradición y excelencia. Pero aquí no hay más tragedia explícita que alguna expectoración a la centroeuropea. El relato expulsa vectores hacia la esperanza, aun cuando, y a pesar de, la sencillez inmanente durante la lectura revela el asedio de los problemas del país. La muerte, como decimos, presente de una manera tenue, como una sombra oculta tras la elipsis magistral del autor. Un autor autodidacta, situado entre dos aguas por mor del arte, sin programática alguna ni genuflexiones ante el poder. Pero reconocido como «el mejor impresionista de la literatura china moderna». Arqueólogo finalmente (presciente casualidad), cuyo rescate literario se produjo en los años ochenta del pasado siglo por arqueoliteratos que lo descongelaron de la helada en que el establishment lo había sepultado tres décadas atrás.
Calma reproduce un trozo de una mañana en una pequeña ciudad. Del pasado una sola rodaja, una slice que aun así rezuma toda una polifonía difícil de materializar en un puñado de páginas. Se trata de la elección de las palabras, que recuerda no tanto a los trabajos de orfebrería de Carver —el afilador—, como a la tarea de pintar un ideograma sobre una gran hoja en blanco, otorgándole ese mismo proceso, su factura y su observación, el carácter de obra de arte. Necesitamos conocer la génesis de determinados lugares comunes, y si han de ser considerados como tales o no. Saber de primera mano si la intermediación de la fantasía y la épica occidentales, predispuestas al prejuicio y cuyo agiotismo siempre hedió y debería repeler a todo lector que se precie de serlo, no se ha servido —salvo honrosas excepciones— de la materia prima aquí retratada para crear un simulacro pictórico de complicada reversibilidad. Imagino, y quiero creer, que con propuestas como ésta, y las venideras, la tortilla se dé la vuelta y nos revele por fin la verdad de ambas caras: la buena y verdadera de allá, y la falsa y espuria (y secular, por desgracia) de acá.
En los sueños empiezan las responsabilidades, Delmore Schwartz
Con esta a-mini también nos acercamos a los descampados del cult. Brinda al lector la posibilidad de sumarse a una hermandad en la que las reglas de entrada vuelven a costar poquísimos euros y un rato de lectura a escondidas. Reportando a cambio días y noches de sensaciones indelebles en la cabeza, removiendo el relato, testándolo con pruebas referenciales, tanto visuales como filosóficas, para ver qué pasa.
A diferencia de la anterior —en la que su mismo carácter impresionista excluye interpretaciones de mensaje en favor de su aprehensión por los sentidos—, en esta propuesta se ofrecen, con criterio, obra y desentrañamiento por el mismo precio. La ciencia forense que suele buscarse en las ediciones de Cátedra, pero en esta ocasión transponiendo lugares y relegando las claves a una segunda parte. Y lo cierto es que la calidad de la hermenéutica añadida no le va a a la zaga al objeto de su interpretación, añadiéndole además cierto toque thriller inesperado y, por ello, doblemente valuable. Es como si estuvieras leyendo en una habitación en penumbra, con una especie de montaje sónico en la lejanía que necesariamente incluye los graves de algún piano y una batería en sordina; el relato termina y das la vuelta a la hoja y las sombras desaparecen, crees que se están yendo, ya se han ido pero no: ahora están dentro de tu cabeza.
No digo nada de más si escribo que en la narración hay un joven en un cine, viendo una película sobre el noviazgo de sus padres. Actitudes socialmente aceptables o correctas en aquel tiempo desfilan por la pantalla, y el joven se entristece y grita varias veces. No comprende, no está de acuerdo con lo que está viendo. Inevitablemente, comienzan a desfilar referencias comerciales por la cabeza del otro protagonista, el propio lector: Michael J. Fox en Regreso al pasado, comedia que podría ser un invertido desarrollo amorfo y bastante naïf del relato de Schwartz. Pero también, y dados los prejuicios mostrados por el protagonista, ciertos pensamientos de Gadamer, Hans-Georg, como “tenemos una conciencia históricamente moldeada … la conciencia es un efecto de la historia y estamos insertos plenamente en la cultura e historia de nuestro tiempo y lugar y, por ello, plenamente formados por ellas ...”. De ahí una parte, pero sólo una, del rechazo mostrado a las imágenes que ve. Y también se nos acercan algunas ideas foucaltianas, en concreto incluidas en Las palabras y las cosas —obra que la mayoría de plumíferos suelen abandonar tras Las meninas, después de plagiar dicho capítulo—. Ya dije que los nubarrones se introducen dentro de tu cabeza. No en vano este relato fue objeto de admiración de Saul Bellow y de Lou Reed. El joven que no asume el pasado, aunque se esfuerza y revela sus porqués, bien podría ser trasunto del sujeto de nuestros días. Aunque es de ley reconocer que ese esfuerzo ahora es tan tibio que se diría casi inexistente. Si quieres saber por qué y además disfrutar como un privilegiado, lee el libro. Mejor lee los dos.
Otras lecturas, diferentes píldoras
Gamberradas de escritores con dos pares de garras: Exhumación, de Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez. O Poesía en mutación, setenta dedos nacidos en el último cuarto del siglo pasado, puestos en la tarea de versificar el cambio. Y varios más. Precios casi idénticos, mismo formato, propuestas valientes. Son los mini-nudges de Alpha-Decay. Héroes modernos que saben que nuestra atención siempre se dirige a los bichos, aunque éstos se impriman en la portada de un libro.
6 comentarios:
Soy un genio y tú no.
No me cabe ninguna duda...
Toda relación humana debe estar basada en la sinceridad.
Lo confieso: soy de los prejuiciosos; de los que no se acerca a la literatura oriental por lo mismo que acostumbra a renegar (salvo honrosas y occidentalizadas excepciones) del cine de la misma zona horaria.
Estas pildoritas individuales pueden ser la solución al problema o la confirmación de una tara. Será cuestión de probar la medicina.
http://www.youtube.com/watch?v=yYq2kPjdBDw
Carlos, empieza por Schwartz. A mí me gustan los dos, pero este que te digo es soberbio.
Anónimo, gracias por la canción (Carlos, es sobre la relación de Reed con Schwartz).
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