18 sept 2010

Providence, again


[Entrada publicada en Revista de Letras]

(Switch on.)

Releo Providence, de Juan Francisco Ferré, pocos meses después de mi primera vez. No se trata de una relectura clásica, al uso. Hago una revisión de memoria, para comprobar cuánto la recuerdo y hasta qué grado ese recuerdo es fidedigno. También lo hago para comprobar si realmente la novela es memorable. Le doy vueltas al asunto y me parece que sí aunque ahora quiero contrastar también la potencia de mis recuerdos. Pero como mi ejemplar se lo presté a un amigo sevillano, decido llamarle por teléfono y preguntarle si ya la ha terminado. Me responde al segundo bip y afirmativamente. Hace escasamente tres días pasó el punto de lectura a otra novela por cuyo título eludo inquirirle porque ahora aparco la necesidad de testar la salud de mis conexiones sinápticas por un repentino interés sobre si le gustó o no Providence. Y mi amigo, que me conoce lo suficiente como para saber de sobra que no me gusta hablar por teléfono, anticipa un Sí rotundo antes de ofrecerme una explicación pausada y detallada de los motivos que le empujan a dar ese categórico y característico Ja bernhardiano.

En primer lugar, me cuenta, le ha parecido admirable la estructura formal de la novela. Su morfología, dice, ya de por sí es merecedora del encomio más entusiasta, puesto que, además de demostrativa de la valentía del autor (algo que, convenimos los dos, queda fuera de toda duda para quienes hayan leído previamente La fiesta del Asno y Metamorfosis®), ofrece al lector un aliciente lúdico extra, pues debe preguntarse a qué viene tal grado de fragmentación multinivel, los porqués de los títulos de cada parte de la obra, y si la numeración de las tomas aparentemente interrumpidas por insertos y disertos obedece a la aplicación de alguna serie matemática poco conocida por los no versados —y nos reímos al admitir que ambos pensamos lo mismo en su momento: la de Fibonacci no, por favor— o simplemente a los ordinales de los fragmentos no desechados en el borrador final. Coincidimos en que debemos interrogar al mismo texto sobre si estamos ante una novela formalmente posmoderna, o si la deconstrucción, que no es tal (porque la facilidad con que encajan las piezas del puzzle invita a pensar que el autor ha preferido simplificarle esa tarea al lector para, a cambio, entregarle otro tipo de deberes mucho más estimulantes), no resulta más bien una alegoría del estado de diseminación de los materiales de la zona cero en un ínterin que ya es post-traumático. Advertimos juntos, en esta nuestra común lectura telefónica (con el único ejemplar de que disponemos a 220 kilómetros de mis ojos; a pocos metros de los suyos, pero cerrado), que el examen de las formas proteicas de Providence revela continuamente nuevas sorpresas, incluso meses después de haber sido leída: por ejemplo la conclusión de la relación epistolar del protagonista con Jack Daniels (“nada que ver, por cierto, con el bourbon del mismo nombre”) es de una brillantez asombrosa, pues su solidificación tiene lugar mediante causas ajenas a la misma, pero sin que la verosimilitud narrativa salga perjudicada sino con la naturalidad del devenir acontecimiento fundamental lo que, aparentemente, es anecdótico.

Conecto el manos libres y nos introducimos en el argumento. Mi amigo sevillano me dice que escucha algo así como interferencias. Esas encantadoras interferencias que hace años deleitaban a los conversadores telefónicos cuando, inopinadamente, hacían pop entre las parrafadas propias y las del interlocutor, estropeando el hilo comunicativo, pero también estimulando la curiosidad de los voyeurs interiores hasta el punto de pedir silencio al otro para posibilitar la comprensión del diálogo intruso. Le aclaro lo del gadget para vagos y entonces comprende que lo nuestro va para largo. Pues reconozco —reconoce— la dificultad de dar carpetazo con un par de risas y dos comentarios a la que quizá sea la mejor novela española de la década que (in)felizmente termina (los noughties) o empieza (los (un)happy twenty-ten). Y comenzamos a rememorar los hechos.

Cuenta mi amigo sevillano: en el Primer Nivel, un director español en el Festival de Cine de Cannes que presenta una cinta propia sin demasiado éxito. El director, tras una sesión de cama con una, en apariencia, benefactora de las artes, recibe el encargo de transformar un guión inicialmente construido al otro lado de la línea fantasma de Occidente. El borrador tiene título evocativo de videojuego iniciático: Providenz. La ciudad adonde debe ir para realizar su trabajo es Providence, cuna de H.P. Lovecraft. Además se le obliga a dar clases en la institución universitaria de allí, Brown. Clases de/sobre cine. Hay una serie de pruebas y escollos que salvar, y el protagonista pasa al Segundo Nivel. Ya en Providence, alquila un piso a un par de personajes trasunto de sendos characters de Star Trek, y es entonces cuando la realidad —si no se esfumó mucho antes, si alguna vez llegó siquiera a manifestarse— parece desaparecer por completo y lo que sucede a partir de ahora es la proyección vectorial de distintos puntos de fuga que convergen en varios posibles finales.

(...)

El paréntesis que antecede es una interferencia gigantesca. Un magma de estática llena los dos auriculares telefónicos durante más de 45 minutos; al parecer ése es el tiempo que tardamos en llegar, mediante la más ramplona linealidad, a los posibles finales de la novela. Ese paréntesis también funciona, en este (con)texto, como un gigantesco spoiler sobre el desarrollo de la novela. Algo que no se puede/debe contar. Algo que, en su momento, cuando le presté la novela a mi amigo sevillano, me negué a desvelar para no estropearle el principal atractivo de Providence: su lectura. Su descubrimiento personal e intransferible. La satisfacción de ir conociendo de primera mano, y no mediante vías alternativas y quizá interesadas, los distintos estratos narrativos, plásticos y simbólicos de Providence. Un camino cuyo recorrido debe hacerse, ineludiblemente, a solas. Porque al lector que busque una crítica de una novela cuyo título y circunstancias quizá le hayan llamado la atención, flaco favor le hacen los desvelamientos extemporáneos de su trama. Todo lo más, a ese lector podríamos darle, mi amigo sevillano y yo, en estos aquí y ahora gratuitos y desinteresados, una serie de consejos a modo de Guía de Lectura de Providence:

  • Providence es un juego. Por ello, tómalo como tal y disfruta de sus niveles. Piensa que cada acción que encuentres en ella es puntuable. Que la suma de sus partes otorga un sentido al todo cuyas últimas metas son el entretenimiento, la crítica del establishment cultural y la ruptura con el aburrimiento narrativo que a diario encuentras en las mesas de Novedades.
  • Providence no es un juego. Es una novela que desborda inteligencia, pensamiento, acción, misterio e incluso terror gótico —no erótico—. Leerla, además de proporcionarte diversas tipologías de placer, pondrá a prueba tu propia condición de lector/a del siglo XXI. Pondrá a prueba tu inteligencia. Pondrá a prueba tu permeabilidad a esos cambios que los que nos dicen que se avecinan mienten, pues ya están aquí. Mira a tu alrededor. No te pierdas. No te los pierdas.
  • Providence se juega. Es la primera novela jugable. Puedes desarmarla y volverla a armar. Como un Lego cerebral, Providence se presta a todas las interpretaciones y posproducciones que se te ocurran, lo que le otorga esa dimensión expansiva en el sentido que cualquier Homo Ludens que se precie sabrá descubrir. (Sólo te pedimos que cuando la leas vuelvas por aquí y nos las cuentes, tus propias versiones —las del espectador/a activo/a—, porque desde ya —y sin conocerte— sabemos que serán varias.)
  • Providence no juega. No. Narra. Ensaya. Acierta. Descubre. Providence va en serio. Te/Nos abre los ojos. Hace que se te/nos suban los colores. Te/Nos muestra un Nuevo Mundo por colonizar. Sería una irresponsabilidad no asomarse a mirar. No por curiosidad. Sino por hambre de conocimiento.
  • Providence se la juega. En ella Juan Francisco Ferré demuestra que no es imposible apartar del camino literario los escollos que impiden la evolución y la mejora continua (Eliyahu M. Goldratt dixit, The goal. A process of on-going improvement. Creative Output BV, 1984). Providence es demostrativa de que hay vida después de lo muerto. Es perfecto ejemplo de resurrección de la narrativa española, a cargo de uno de sus más vivos representantes.
  • Providence es sólo una prueba. Es la última novela de un escritor experimentado puesto a prueba por Anagrama. Es la prueba de que hay vida narrativa más allá de las tendencias involutivas con que ese ente llamado Mercado nos acecha.
  • Providence no es una prueba. Es la construcción actual más sólida salida de un teclado y varios joysticks. Es la versión definitiva y estable de una narrativa 3.0 que ya no admite Beta Testers. No aceptes sucedáneos. No te conformes con alternativas. La alternativa es ésta, es Providence.
  • Providence te pone a prueba. Sí. Pocos han advertido que cruzar sus páginas tiene las mismas implicaciones que penetrar una Stargate narrativa. Una lectura iniciática que transporta a quien la cruza a uno de los posibles multiversos literarios que en breve será copado por imitadores emigrados de toda greña y filiación.
Cerramos nuestra lista de consejos de lectura con la sensación de que lo más importante nos lo hemos ido dejando atrás. Siempre le digo a mi amigo sevillano que las mejores ideas son aquellas que no se dejan poner por escrito. Se nos olvidan antes de hacer clic con el ratón o el bolígrafo. Por eso es tan importante ir bien pertrechado con recado de escribir. Deberíamos haber grabado esta conversación, dice. Ya, le respondo, como la gente de American Express o los de Telefónica. Ja, replica (de nuevo Thomas Bernhard), o transcribirla, como Norman Mailer en El fantasma de Harlot.

Así llevamos más de una hora, hablando sobre la novela gracias a las virtudes de dos tipos diferentes de tarifa plana: la telefónica y la del préstamo de libros entre amigos. Hemos mencionado también varias críticas de Providence fácilmente localizables en la Red. Resulta revelador que estemos tratando de una novela que estimule ese impulso común a buscar información sobre ella. También es significativo que las mejores reseñas sobre ella (las mejor escritas) escamoteen sistemáticamente información sensible sobre su trama, prueba de la propia capacidad elíptica del crítico —las peores, aquellas que, mediante el burdo desvelamiento y un cierre a modo de indicación de vuelta a las cavernas, manifiestan la incapacidad de hacer una lectura pura, desprovista de atavismos y/o envidias soterradas pero, ay, tan rizomáticas—. Pero también confirmación de la sensación que persiste tras su lectura: el deseo de compartirla sin perjudicar el disfrute de quienes se configuran como potenciales socios del Club. Un Club en el que, dice mi amigo sevillano, está permitida la entrada a todo aquel que sea puro HTML: Huesos, Tendones, Músculos y Líquidos. Humanos, en definitiva.

No se puede estar más de acuerdo, le digo. Y colgamos.

(Switch off.)

6 comentarios:

Daniel dijo...

A mi la novela me pareció de una mediocridad ramplona y en muchos lugares la vulgaridad de su escritura se me hizo difícil de tragar. Igual que el menosprecio por la inteligencia del lector, siempre queriendo explicar o aclarar las referencias y hasta los juegos de palabras más estúpidos (por ejemplo, le primera parte se llama "el principio delphine" y en el texto se lee más adelante "Era el principio del fin", como si fueramos tan idiotas de no haber entendido el chiste de nivel básico del título de la sección; y como esa miles).
No tengo ganas de analizar todas las debilidades de la novela, pero digamos que en conclusión solo levanta un poco hacia el 75% (la leí en formato electrónico que afortunadamente solo pagué 3,75 en amazon.fr), aunque después vuelve a bajar. Digamos que le sobran unas 400 páginas, aunque no funcionaría esa parte algo mejor (el breve capítulo de Ryan o si soy estricto, el párrafo donde se describe Zodiaco) sin el resto. Digamos que le sobran todas las páginas.
No creo que atiborrando de referencias de la cultura popular una novela la conviertan en buena.
No a esta, en todo caso.

José Luis Amores dijo...

Supongo que escribes desde Francia. Allí la novela ha tenido una acogida muy buena desde septiembre. Yo la leí dos veces, bastante separadas la primera de la segunda, y disiento de tu criterio.

Las referencias a la cultura popular son necesarias porque el autor experimenta con la realidad, y ésta, mal que pese, está hasta los pelos de cultura popular. Y no creo que Ferré sea precisamente uno escritor que se preocupe de si sus lectores le siguen el juego o no. Si repite el juego, como en el caso que apuntas, será porque consideró oportuno redondearla, pero no para asegurarse de que quienes lo leyeran se dieran cuenta del juego de palabras.

Creo que aquí aplica perfectamente el dicho de gustibus non est disputandum

Daniel dijo...

Si, seguramente... Sé que acá en Francia tuvo una recepción muy buena, y de hecho la leí porque soy un seguidor de Monti y sus camaradas del Fric-Frac, etc. y tal vez lo que me pasó es que me decepcionó. Habiendo sido tan alabada por gente tan exigente como ellos o vos mismo, me llamó la atención no encontrar en ella lo que esperaba, una novela a la altura de nuestros (me atrevo a decirlo como lector) gustos comunes: Pynchon, Foster Wallace, John Barth, Flann O'Brien, Nabokov (nombro estos porque aparecen mucho por aquí). Quizás me esperaba otro Against the day, o algo parecido, quizás no supe encontrar lo que evidentemente han encontrado otros lectores, siendo yo mismo, creo, un lector bastante avezado. No creo ser, sin embargo, ninguno de los adversarios que Monti señala en su artículo, ni el típico lector de novelas clásicas, ni el más buscador de la experimentación inédita. Quizás tenga que leerla de nuevo, después de hacer una nueva recorrida por las críticas y comentarios.
No sé por qué hice mi descarga, minutos después de haber terminado el libro, en tu blog, tal vez tendría que haberla hecho en el blog de Ferré mismo (que por cierto me gusta mucho, otro de los motivos de haber leído Providence), pero soy más seguidor del tuyo que del suyo, creo. En todo caso, todo intercambio es interesante, aquí o allí, gracias por tu comentario a mi comentario.

José Luis Amores dijo...

Joder, es que esos referentes son lo máximo, y Juan es, a mi juicio, muy bueno, pero incluso él reconocería que la comparación es complicada. En todo caso es magnífico que nos sigamos encontrando cada vez más lunatic fringe de este, y de aquel, tipo de cosas. Y que seamos exigentes, cada vez más.

Y oye, Daniel, es genial eso de tu "descarga", me he partido de risa al leerlo, chapeau.

Gracias a ti por el seguimiento.

Daniel dijo...

Bueno, es que aquí tocamos un tema con el que no estoy de acuerdo, algo que podríamos llamar "genialidad", a falta de mejor término. Algo en lo que definitivamente no creo. Habilidad, trabajo duro, incluso intuición son rasgos comunes a casi cualquier persona en su campo, y un escritor, un artista en general, es tan capaz de producir una buena, una excelente, una excepcional obra, como cualquier otro. Y sobre esta base voy a plantear dos puntos con los que sigo defendiendo mi comparación anterior.

1) "Providence" es la cuarta novela de Ferré. Vamos a ver que tal lo hicieron los otros. Cuarta novela de Pynchon, "Vineland" (teniendo en cuenta que la tercera fue "El arco iris de gravedad", nada menos). Foster Wallace no llegó a escribir su cuarta, por eso me tomo la libertad de señalar que "La broma infinita" fue su segunda. Nabokov escribió en ruso y luego en inglés, siendo su cuarta en ruso "El ojo" (que no leí, por lo que no puedo opinar) y en inglés "Pnin", justo después de "Lolita". John Barth publicó su cuarta novela "Giles Goat-Boy" (que no es su mejor obra, hay que decirlo) luego de la tercera "El plantador de tabaco" (son olvidar que su primera novela fue nada menos que "La ópera flotante"). Y Flann O'Brien publicó solo cinco novelas, todas brillantes. La cuarta fue "La vida dura", si no me equivoco (la tercera, "El tercer policía"). ¿Tendré que leer "La fiesta del asno"? ¡Ja!

2) No soy yo el que puso la novela de Ferré por las nubes. Dos ejemplos franceses: "...una de las obras maestras de la nueva generación de escritores denominada 'afterpop'... Providence es la tentativa más lograda de expresar nuestra experiencia contemporánea." Gladys Marivat (traducido por Ferré). "Verdadera deflagración en el paisaje literario español, Providence de Juan Francisco Ferré es uno de los objetos novelescos más audaces surgidos en estos últimos años en la vieja Europa." Oliver Lamm (idem). Como yapa una frase de Monti, al que ya evoqué, "je me contenterai de dire que ça faisait longtemps que je n’avais pas lu un livre ayant cette ampleur." Para el resto, y las críticas españolas, basta recorrer las transcripciones que Ferré hizo en su momento en su blog.

Con todo lo cual, queda claro que mis espectativas eran altas y altamente justificadas, sumadas al gran nivel del blog de Ferré y sus gustos literarios.

En fin, como decís vos, seamos exigentes, pero de verdad, no hay que conformarse e idolatrar a nuestro parnaso personal, hay que escribir en ese nivel. A ver si la última gran novela escrita en español va a ser "La ciudad ausente" (por nombrar la primera que me viene a la cabeza, la segunda novela de Ricardo Piglia, no la tercera, extrañamente).

José Luis Amores dijo...

Pues poco más tengo que añadir a lo que ya dije hace unos días, Daniel. Si vamos a entrar en el asunto de la genialidad absoluta o casi absoluta, nos quedamos solos. Las primeras novelas de Wallace ("The Broom of the System"), Pynchon ("La subasta del lote 49"), Barth ("La ópera flotante") o Gaddis ("Los reconocimientos"), si se tiene en cuenta, además, la edad a que fueron escritas, antes de la treintena o rozándola o superándola en muy poco, la conclusión a que se llega es a la de lo superfluo de cualquier escritura que no alcance tal genialidad, tales cimas. Particularmente estoy de acuerdo en que llenar las librerías con cosas que no alcancen un determinado nivel implica una estafa al lector, o un autoengaño para el sistema, pero si un escritor hace su trabajo teniendo como referentes a ese tipo de genios, y el resultado es más que aceptable, para mí al menos merece el aplauso. No se conforma con la mediocridad imperante, no entra en el juego de ignorar la existencia de tal baremo y acepta las comparaciones, aun a riesgo de salir perdiendo. ¿No te das cuenta del riesgo que esto supone? ¿Que un tipo que no para de hablar y escribir sobre no ya alta sino altísima literatura, a la hora de marcarse él mismo su propia obra sepa que no va a poder huir de comparaciones como las que tú estás haciendo?

Muchas veces, hablando con otros amigos lectores, he dicho que si no escribo no es por falta de imaginación y/o de capacidad, sino precisamente porque no soportaría parir un producto que no se igualara a las obras del tipo de literatura que defiendo. Eso sería, para mí, insoportable, y creo que es más razonable quedarse quieto. Pero dentro de la literatura que defiendo caben varios niveles de ejecución, y no creo que Ferré sea inconsciente de que su obra está en un plano diferente al del grupo de autores que venimos mencionando. Cuando me refiero al nivel de aspiración propia, incluyo también el nivel de Ferré, sea cual sea la puntuación que unos y otros le adjudiquemos y en referencia a cualquier sistema de medida que queramos utilizar.

A Piglia no lo soporto. Es posible que sea algo personal y caprichoso, no lo niego. Y sí, seamos exigentes, totalmente de acuerdo.

Saludos.

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