Ando leyendo a Mishima, El rumor del oleaje. Mi mujer prestó el libro a una madre del colegio y no nos lo devuelve. Para mí que, además de no leérselo, lo ha perdido, la muy guarra. La culpa la tiene mi mujer, que fardó en un desayuno andaluz con otras madres de haberse leído a varios asiáticos. No dijo japoneses o chinos, no. Dijo asiáticos, para dificultar aún más las cosas.
Le he dicho que, cada diez minutos, le pida que nos devuelva el libro, y ella me dice que ya lo está haciendo (ahora vuelve a hablar con la madre por el móvil, pero no del libro, me apuesto un cubalitro). (Y me juego otro cubalitro más a que no lo devuelve porque lo ha perdido y quiere encontrarlo pero no para devolvérnoslo, no, sino para leerlo y así saber por qué Mishima es más especial como forma de pasar el rato que, pongamos por caso, la telenovela Mar de Amores.)
Como llevamos así más de un mes, fui a la biblioteca y saqué prestado El rumor del oleaje. Lo estoy leyendo y compruebo que me acordaba de muy poco pero que, releyéndolo, es como volver a montar una bicicleta que hay olvidada en casa de mis padres.
Hace poco más de ese más de un mes mi mujer y yo fuimos a una “Velada sobre Literatura Coreana” en el edificio del Rectorado de la Universidad de Málaga. Los asistentes eran: Kim Hoon, novelista de 62 años; Kim Kwang-Kyu, poeta de 69 años; y Yi In-seong, novelista de 57 años. Kim Ki no pudo venir por estar rodando el capítulo de Pelotas en que se alía con el maquillador de cadáveres para hacer ver a la chica de ambos que no se puede jugar (mucho menos amar) a dos bandas. También asistieron: Francisco Ruiz Noguera, poeta; Antonio J. Doménech del Río, profesor de la UMA; y Antonio José Quesada Sánchez, poeta, profesor de Derecho Civil e íntimo amigo nuestro. Finalmente, había una traductora de coreano y unos treinta cacharros muy modernos que servían para que las más o menos treinta almas que asistimos a la Velada pudiéramos escuchar las traducciones. Todo ello gratis.
Abrió la charla Ruiz Noguera, quien dijo desconocer a los coreanos y pidió disculpas a éstos vía la traductora, aunque aclaró que antes de entrar había leído unos poemas del segundo Kim que le habían deslumbrado. Dijo algunas cosas más, aplaudimos un poco y entonces habló Doménech, quien sorpresivamente no necesitaba a la traductora para entenderse con los coreanos. En ese momento, quienes habían hecho amago de levantarse para salir de allí se lo pensaron mejor y decidieron quedarse un rato más, a ver qué tal.
Doménech dijo que le fascinaba la cultura asiática, en especial la coreana. Tanto que incluso le había dado por aprender un poco su lengua (aunque, en nuestra opinión, exageró con aquel “poco”). Presentó a los coreanos y, antes de darles la palabra a éstos, le ofreció el turno a Quesada, nuestro amigo.
El año pasado, Antonio Quesada paseaba ganduleando cerca de los tablones de anuncios de la Facultad de Derecho. Como en ese momento no tenía ningún libro a mano para abstraerse de las inocencia, indolencia e indecencia que le rodeaban, se puso a escudriñar los papelillos pegados en aquel corcho gigantesco. Y entre apartamentos y camas con derecho a caca y pis entrevió un anuncio formal del Primer Premio Mundial de Ensayo sobre Literatura Coreana. Es decir, una convocatoria. En plazo.
En la biblioteca sólo tenían un libro firmado por un coreano empadronado allí. Aunque no olvidemos que Antonio vive en Málaga y ya se sabe. El libro en cuestión era El canto de la espada. Año y pico después, la traductora de coreano, a una pregunta impertinente de un lector impenitente, aclaró que la traducción del término no era exacta, aunque sí aproximada. Pues el término original connotaba los castellanos canto y llanto a la par. Alguien preguntó que si como un fado. La traductora dijo que tampoco lo veía claro pues había una cantante de fados que sonreía mucho al cantarlos. Quizá fuera pertinente decir un llcanto o un cllanto, pero ninguna de las dos palabras existe en castellano. Así pues, canto y sigamos.
Quesada leyó el canto un par de veces, como Schopenhauer aconsejaba hacer con la música, elaboró un lúcido y divertidísimo ensayo sobre el mismo, lo presentó a concurso y, a renglón seguido, procedió con característicos soltura y donaire a ganarlo.
No recuerdo de qué habló Antonio en su intervención, pues me dediqué a hacer fotos todo el tiempo desde varias esquinas. Mi mujer tampoco se acuerda de gran cosa porque se olvidó de apagar el gadget traductivo y escuchó las palabras de nuestro amigo en el feminizado coreano de la traductora.
En otro momento cabrá hablar tanto de Kim Kwang-Kyu como de Yi In-seong y sus respectivas obras. Ahora, y centrándonos en el primer Kim, es decir el Hoon, diré tan sólo lo que otras veces y en lugares diferentes he dicho: el mercado dirige nuestros gustos. He leído a Mishima, a Kawabata, a Oé y también a Murakami. Tengo muchas ganas de leer Brothers, de Yu Hua. No he leído a Yoshimoto ni a Kirino, si tales agrupaciones son pertinentes o permisibles. De lo leído guardo buen recuerdo excepto de Murakami, aunque es posible que el problema sea mío por ver sólo praderas donde otros disfrutan de montañas. Pero a lo que voy es a que desconocemos ese mundo que hay afuera. Cada vez que entro en una librería, he de buscar lo que llevo en la cabeza como Lavoisier rastreaba los átomos ya adivinados por Demócrito o Epicuro. Recuerdo entonces la voz en off de Expediente X: “La verdad está ahí fuera”.
Y como comienza a ser habitual, aunque confío en que no os habituéis, en lugar de una crítica os pongo un extracto del libro que me he dado el trabajo de escanear, pasarle el OCR y hacerlo legible después, para que no se diga.
Extracto de El canto de la Espada, de Kim Hoon
P.S.: Miro ahora la Wikipedia para asegurarme de que la referencia a X-Files no es apócrifa y me encuentro con las siguientes perlas:
“No confíes en nadie.”
“Niégalo todo.”
“La verdad está lejos de aquí abajo.”
“Y sin embargo se mueve.”
“Cree la mentira.”
“Todas las mentiras conducen a la verdad.”
“Dios te ama.”
Le he dicho que, cada diez minutos, le pida que nos devuelva el libro, y ella me dice que ya lo está haciendo (ahora vuelve a hablar con la madre por el móvil, pero no del libro, me apuesto un cubalitro). (Y me juego otro cubalitro más a que no lo devuelve porque lo ha perdido y quiere encontrarlo pero no para devolvérnoslo, no, sino para leerlo y así saber por qué Mishima es más especial como forma de pasar el rato que, pongamos por caso, la telenovela Mar de Amores.)
Como llevamos así más de un mes, fui a la biblioteca y saqué prestado El rumor del oleaje. Lo estoy leyendo y compruebo que me acordaba de muy poco pero que, releyéndolo, es como volver a montar una bicicleta que hay olvidada en casa de mis padres.
Hace poco más de ese más de un mes mi mujer y yo fuimos a una “Velada sobre Literatura Coreana” en el edificio del Rectorado de la Universidad de Málaga. Los asistentes eran: Kim Hoon, novelista de 62 años; Kim Kwang-Kyu, poeta de 69 años; y Yi In-seong, novelista de 57 años. Kim Ki no pudo venir por estar rodando el capítulo de Pelotas en que se alía con el maquillador de cadáveres para hacer ver a la chica de ambos que no se puede jugar (mucho menos amar) a dos bandas. También asistieron: Francisco Ruiz Noguera, poeta; Antonio J. Doménech del Río, profesor de la UMA; y Antonio José Quesada Sánchez, poeta, profesor de Derecho Civil e íntimo amigo nuestro. Finalmente, había una traductora de coreano y unos treinta cacharros muy modernos que servían para que las más o menos treinta almas que asistimos a la Velada pudiéramos escuchar las traducciones. Todo ello gratis.
Abrió la charla Ruiz Noguera, quien dijo desconocer a los coreanos y pidió disculpas a éstos vía la traductora, aunque aclaró que antes de entrar había leído unos poemas del segundo Kim que le habían deslumbrado. Dijo algunas cosas más, aplaudimos un poco y entonces habló Doménech, quien sorpresivamente no necesitaba a la traductora para entenderse con los coreanos. En ese momento, quienes habían hecho amago de levantarse para salir de allí se lo pensaron mejor y decidieron quedarse un rato más, a ver qué tal.
Doménech dijo que le fascinaba la cultura asiática, en especial la coreana. Tanto que incluso le había dado por aprender un poco su lengua (aunque, en nuestra opinión, exageró con aquel “poco”). Presentó a los coreanos y, antes de darles la palabra a éstos, le ofreció el turno a Quesada, nuestro amigo.
El año pasado, Antonio Quesada paseaba ganduleando cerca de los tablones de anuncios de la Facultad de Derecho. Como en ese momento no tenía ningún libro a mano para abstraerse de las inocencia, indolencia e indecencia que le rodeaban, se puso a escudriñar los papelillos pegados en aquel corcho gigantesco. Y entre apartamentos y camas con derecho a caca y pis entrevió un anuncio formal del Primer Premio Mundial de Ensayo sobre Literatura Coreana. Es decir, una convocatoria. En plazo.
En la biblioteca sólo tenían un libro firmado por un coreano empadronado allí. Aunque no olvidemos que Antonio vive en Málaga y ya se sabe. El libro en cuestión era El canto de la espada. Año y pico después, la traductora de coreano, a una pregunta impertinente de un lector impenitente, aclaró que la traducción del término no era exacta, aunque sí aproximada. Pues el término original connotaba los castellanos canto y llanto a la par. Alguien preguntó que si como un fado. La traductora dijo que tampoco lo veía claro pues había una cantante de fados que sonreía mucho al cantarlos. Quizá fuera pertinente decir un llcanto o un cllanto, pero ninguna de las dos palabras existe en castellano. Así pues, canto y sigamos.
Quesada leyó el canto un par de veces, como Schopenhauer aconsejaba hacer con la música, elaboró un lúcido y divertidísimo ensayo sobre el mismo, lo presentó a concurso y, a renglón seguido, procedió con característicos soltura y donaire a ganarlo.
No recuerdo de qué habló Antonio en su intervención, pues me dediqué a hacer fotos todo el tiempo desde varias esquinas. Mi mujer tampoco se acuerda de gran cosa porque se olvidó de apagar el gadget traductivo y escuchó las palabras de nuestro amigo en el feminizado coreano de la traductora.
En otro momento cabrá hablar tanto de Kim Kwang-Kyu como de Yi In-seong y sus respectivas obras. Ahora, y centrándonos en el primer Kim, es decir el Hoon, diré tan sólo lo que otras veces y en lugares diferentes he dicho: el mercado dirige nuestros gustos. He leído a Mishima, a Kawabata, a Oé y también a Murakami. Tengo muchas ganas de leer Brothers, de Yu Hua. No he leído a Yoshimoto ni a Kirino, si tales agrupaciones son pertinentes o permisibles. De lo leído guardo buen recuerdo excepto de Murakami, aunque es posible que el problema sea mío por ver sólo praderas donde otros disfrutan de montañas. Pero a lo que voy es a que desconocemos ese mundo que hay afuera. Cada vez que entro en una librería, he de buscar lo que llevo en la cabeza como Lavoisier rastreaba los átomos ya adivinados por Demócrito o Epicuro. Recuerdo entonces la voz en off de Expediente X: “La verdad está ahí fuera”.
Y como comienza a ser habitual, aunque confío en que no os habituéis, en lugar de una crítica os pongo un extracto del libro que me he dado el trabajo de escanear, pasarle el OCR y hacerlo legible después, para que no se diga.
Extracto de El canto de la Espada, de Kim Hoon
P.S.: Miro ahora la Wikipedia para asegurarme de que la referencia a X-Files no es apócrifa y me encuentro con las siguientes perlas:
“No confíes en nadie.”
“Niégalo todo.”
“La verdad está lejos de aquí abajo.”
“Y sin embargo se mueve.”
“Cree la mentira.”
“Todas las mentiras conducen a la verdad.”
“Dios te ama.”
3 comentarios:
Muy buenas, querido José Luis, me había propuesto completar tu comentario intentando saber de qué hablé, pero no me acuerdo. En fin, cosas que pasan... Espero seguir disfrutando de tu blog, aire fresco,
un abrazote, amigo y cómplice de letras
Mil gracias, Antonio. Yo sí sé de qué hablaste, pero si no lo decimos, la próxima vez habrá más audiencia y tendremos que sentarnos en las ventanas...
Un abrazo.
Jejeje, sí, el fenómeno fan es así, jejeje
un fuerte abrazo, algo tan poco coreano
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