¿Cuántas veces te ha pasado esto? Estás en un establecimiento comercial, sea un restaurante o una tienda o un museo; también vale como ejemplo un avión. La comida, la mercancía, los cuadros, el viaje te resultan tan acordes a lo que de ellos esperabas, e incluso mejoran tus expectativas, que no eres consciente de que detrás de la puesta en escena, que piensas ha sido ideada para ti y para gente como tú, hay recursos bien empleados y una organización que funciona. Disfrutas una experiencia que escapa a la crítica porque ni siquiera sabes que la estás disfrutando.
¿Y cuántas esto otro? En ese mismo establecimiento, avión, ciudad o país: no te atienden debidamente, los productos son defectuosos y caros, el vuelo se retrasa, las calles están sucias, hay colas interminables, se suceden las turbulencias, el pescado sabe a podrido, hay robos, incultura, salvajismo. Una situación inaguantable. La desorganización es total y el abuso es intolerable. Habría que largarse de esa tienda, bajarse del avión, huir del país. O hacerse la típica pregunta: ¿Quién manda aquí?
“Aquí” es, en esencia o sustancia, España en un librito de Rafel Nadal, Los mandarines. Estos días de codazos y empujones podéis mirar su portada y hojearlo en los mostradores de Novedades de Sociología o Historia (depende). En él su autor relata de manera sencilla y directa sus encuentros más significativos con diversos detentadores del poder. La muestra es ecléctica e incluye poderosos pasados de moda (Montilla, Javier de la Rosa), eternos (J.C. de Borbón, Pedro J. Ramírez), caducados (Rodríguez Zapatero), guadianescos (Rubalcaba, Rajoy), forrados (Carlos Slim), hartos (Adriá), fallecidos (Mahfuz, Asensio, Dalí), pueblerinos (Pizarro), diletantes (Felipe y Letizia) y algún adjetivo más. Nadal ha conocido en su prolongada carrera periodística a mucho mandarín, y de sus encuentros con las altas esferas ofrece en estas páginas una, a mi juicio, pequeña muestra de todo lo que podría largar por haberlo visto y oído y vivido en primera persona. Así y todo el librito merece la pena aunque, aviso, su precio es excesivo.
Centrándonos en algunos de los retratos que ofrece cabe destacar, por su actualidad rabiosa, los de Rodríguez Zapatero (un tipo poco confiable), Mariano Rajoy (un holgazán), Pedro J. Ramírez (un creativo creador de noticias) y Rubalcaba (uno que dice lo que piensa). Mejor o peor puestos, los adjetivos —los de este párrafo y los del anterior— los adjudico yo, pero después de leer cada una de las semblanzas de Nadal. Lo cierto es que él se tira al agua, quizá por eso quiera cobrar bien el mojarse.
No sé qué hago leyendo estas cosas, mezclando periodismo con política y con sociología y con economía y con historia y con filosofía en medio de toda esta literatura. Después de escribir sobre literatura, hacerlo sobre un libro fundamentalmente periodístico. En lugar de continuar escribiendo sobre literatura, llamar la atención sobre un libro delgado cuyo autor ha hecho un esfuerzo por simplificar al máximo su visión de quienes mandan aquí. La literatura muestra, en ocasiones denuncia, a veces acierta; el periodismo informa, habitualmente se inclina, muchas veces oculta. Los mandarines es ambas cosas, literatura y periodismo, más esto que aquello. En su extensión es elíptico; al lector le toca rematar la nómina inconclusa. Y en su miscelánea cabe apreciar un apunte irónico: no sólo mandan quienes de facto mandan, también mandan quienes desde su posición profesional y/o artística crean tendencia y trazan, queriéndolo o no, un vector específico, una deriva complicada de romper o torcer. Una vez establecida, se convierten en baremo ineludible, surgen las comparaciones inevitables, se responde a aquella pregunta, ¿Quién manda aquí?
Nos guste o no, los paradigmas del gobierno de los macroasuntos y las microcuestiones las dictan tipos como los aquí reflejados.
¿Y cuántas esto otro? En ese mismo establecimiento, avión, ciudad o país: no te atienden debidamente, los productos son defectuosos y caros, el vuelo se retrasa, las calles están sucias, hay colas interminables, se suceden las turbulencias, el pescado sabe a podrido, hay robos, incultura, salvajismo. Una situación inaguantable. La desorganización es total y el abuso es intolerable. Habría que largarse de esa tienda, bajarse del avión, huir del país. O hacerse la típica pregunta: ¿Quién manda aquí?
“Aquí” es, en esencia o sustancia, España en un librito de Rafel Nadal, Los mandarines. Estos días de codazos y empujones podéis mirar su portada y hojearlo en los mostradores de Novedades de Sociología o Historia (depende). En él su autor relata de manera sencilla y directa sus encuentros más significativos con diversos detentadores del poder. La muestra es ecléctica e incluye poderosos pasados de moda (Montilla, Javier de la Rosa), eternos (J.C. de Borbón, Pedro J. Ramírez), caducados (Rodríguez Zapatero), guadianescos (Rubalcaba, Rajoy), forrados (Carlos Slim), hartos (Adriá), fallecidos (Mahfuz, Asensio, Dalí), pueblerinos (Pizarro), diletantes (Felipe y Letizia) y algún adjetivo más. Nadal ha conocido en su prolongada carrera periodística a mucho mandarín, y de sus encuentros con las altas esferas ofrece en estas páginas una, a mi juicio, pequeña muestra de todo lo que podría largar por haberlo visto y oído y vivido en primera persona. Así y todo el librito merece la pena aunque, aviso, su precio es excesivo.
Centrándonos en algunos de los retratos que ofrece cabe destacar, por su actualidad rabiosa, los de Rodríguez Zapatero (un tipo poco confiable), Mariano Rajoy (un holgazán), Pedro J. Ramírez (un creativo creador de noticias) y Rubalcaba (uno que dice lo que piensa). Mejor o peor puestos, los adjetivos —los de este párrafo y los del anterior— los adjudico yo, pero después de leer cada una de las semblanzas de Nadal. Lo cierto es que él se tira al agua, quizá por eso quiera cobrar bien el mojarse.
No sé qué hago leyendo estas cosas, mezclando periodismo con política y con sociología y con economía y con historia y con filosofía en medio de toda esta literatura. Después de escribir sobre literatura, hacerlo sobre un libro fundamentalmente periodístico. En lugar de continuar escribiendo sobre literatura, llamar la atención sobre un libro delgado cuyo autor ha hecho un esfuerzo por simplificar al máximo su visión de quienes mandan aquí. La literatura muestra, en ocasiones denuncia, a veces acierta; el periodismo informa, habitualmente se inclina, muchas veces oculta. Los mandarines es ambas cosas, literatura y periodismo, más esto que aquello. En su extensión es elíptico; al lector le toca rematar la nómina inconclusa. Y en su miscelánea cabe apreciar un apunte irónico: no sólo mandan quienes de facto mandan, también mandan quienes desde su posición profesional y/o artística crean tendencia y trazan, queriéndolo o no, un vector específico, una deriva complicada de romper o torcer. Una vez establecida, se convierten en baremo ineludible, surgen las comparaciones inevitables, se responde a aquella pregunta, ¿Quién manda aquí?
Nos guste o no, los paradigmas del gobierno de los macroasuntos y las microcuestiones las dictan tipos como los aquí reflejados.
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