Compré los Ensayos en una Feria del Libro hace siete años y lo leí en situaciones de espera. Hubo un día en particular en el que leer a Montaigne mientras el tiempo se acumulaba evitó que apareciera el aburrimiento y que éste se convirtiera en indignación y a su vez en cabreo manifiesto. Estaba citado con un alcalde que se comportaba como un reyezuelo, y que obligaba a sus visitantes a una especie de penitencia consistente en dejarlos olvidados durante horas en la antesala de su despacho, esperando. Durante lo que quizá no fue más de media hora, leí que Montaigne fue alcalde de Burdeos y más tarde se lo conté al alcalde-sol: ¿Sabía usted que Montaigne fue alcalde de Burdeos? ¿Quién?, respondió el paleto. No me hubiera extrañado que, tras mi aclaración —que no sirvió para nada—, hubiera añadido: ¿De dónde?
En un intelectual español esta situación es impensable. Lo más seguro es que NO haya leído a Michel de Montaigne, aunque sabrá quién es y, probablemente, habrá devorado algún libro de Vila-Matas donde Montaigne es elevado al altar de la literatura contemporánea por obra y gracia de la cita —en la que el propio Michel era especialista consumado. Prueba de ello es que hace un par de años un periódico realizó una encuesta a una miscelánea de escritores españoles en la que se les interrogaba sobre los, creo recordar, diez libros que cambiaron su vida. El más citado y con mejor puesto en el ranking fue los Ensayos de Montaigne. Declararon abiertamente que leer los Ensayos les cambió la vida. Claro, “y yo voy y me lo creo” (Shrek, Shrek I).
Sin embargo (buenas noticias) el mercado editorial ofrece la oportunidad a esos y otros escritores de demostrar que, además de saber quién fue aquel tipo, tienen una vaga idea de lo que hay entre las más de 1.000 páginas del libraco editado por Cátedra (es el que yo tengo). La mala noticia es que para ello te obligan a leer 400 (aunque piensa, escritor, que te ahorras 600) de este otro libro: Cómo vivir, o una vida con Montaigne, de Sarah Bakewell.
El ensayo, que ha ganado un premio gordo británico, no es una biografía de Montaigne, y tampoco un libro de autoayuda, sino más bien un trabajo ejemplar de reducción y puesta en equivalencia contemporánea de su pensamiento y obra bajo un desarrollo ingenioso basado en una única pregunta y veinte respuestas. Respuestas a, precisamente, cómo vivir, que Bakewell va exponiendo apoyándose en los Ensayos, la historia de Montaigne y las circunstancias que rodearon tanto su vida como su obra con el devenir de los siglos. Por ejemplo:
Leer a Montaigne o sobre la obra de Montaigne no va a cambiarte la vida, eso es una exageración propia de escritores. Lo que sí hará es enderezártela, o torcértela, según los casos. Y si eres escritor, también te dará una mejor perspectiva de lo que en realidad significa posteridad y cómo alcanzarla. Para ello es posible que debas abandonar el control, como él hizo dejando su futuro literario en manos ajenas y, a juzgar por los resultados, no le fue nada mal: Montaigne editado póstumamente por la joven Marie de Gournay, reverenciado al otro lado del Canal, citado por Shakespeare, retirado de la circulación por la Iglesia durante más de un siglo, objeto de contrabando, adorado por ilustrados, románticos, nihilistas, radicales, anarquistas, poetas, posmodernistas; estudiado, analizado, interpretado y remasterizado; imitado, sampleado y elevado a los altares filosóficos y literarios como inventor y precursor de una docena de movimientos, corrientes, enfoques y estilos.
En un intelectual español esta situación es impensable. Lo más seguro es que NO haya leído a Michel de Montaigne, aunque sabrá quién es y, probablemente, habrá devorado algún libro de Vila-Matas donde Montaigne es elevado al altar de la literatura contemporánea por obra y gracia de la cita —en la que el propio Michel era especialista consumado. Prueba de ello es que hace un par de años un periódico realizó una encuesta a una miscelánea de escritores españoles en la que se les interrogaba sobre los, creo recordar, diez libros que cambiaron su vida. El más citado y con mejor puesto en el ranking fue los Ensayos de Montaigne. Declararon abiertamente que leer los Ensayos les cambió la vida. Claro, “y yo voy y me lo creo” (Shrek, Shrek I).
Sin embargo (buenas noticias) el mercado editorial ofrece la oportunidad a esos y otros escritores de demostrar que, además de saber quién fue aquel tipo, tienen una vaga idea de lo que hay entre las más de 1.000 páginas del libraco editado por Cátedra (es el que yo tengo). La mala noticia es que para ello te obligan a leer 400 (aunque piensa, escritor, que te ahorras 600) de este otro libro: Cómo vivir, o una vida con Montaigne, de Sarah Bakewell.
Propuesta: Poseo en propiedad no una plaza fija sino un ejemplar de los Ensayos, otro del ensayo de Bakewell y uno del libro de Vila-Matas en el que menciona mucho a Montaigne, y los he leído todos. Los tres libros se encuentran colocados entre otro par de miles en una estantería diseñada y montada ad-hoc para albergar conocimiento, tonterías y polvo. Como el orden me trae sin cuidado, estoy dispuesto a reorganizarlos con el objetivo de ponerlos juntos —no como ahora, que están separados por culpa de un caótico criterio de adquisición. Todo ello para que tú, estimado escritor, te acerques hasta mi casa cuando desees y te haga yo allí/aquí un retrato fotográfico con el atrezzo adecuado a tu estatus intelectual (¡precios populares!). Quiero decir con los montaignes al fondo.
El ensayo, que ha ganado un premio gordo británico, no es una biografía de Montaigne, y tampoco un libro de autoayuda, sino más bien un trabajo ejemplar de reducción y puesta en equivalencia contemporánea de su pensamiento y obra bajo un desarrollo ingenioso basado en una única pregunta y veinte respuestas. Respuestas a, precisamente, cómo vivir, que Bakewell va exponiendo apoyándose en los Ensayos, la historia de Montaigne y las circunstancias que rodearon tanto su vida como su obra con el devenir de los siglos. Por ejemplo:
1. Tómatelo con calma: “Para [Montaigne] la lentitud abría el camino a la sabiduría y a un espíritu de moderación que compensaba el exceso y el fanatismo que dominaban la Francia de su época” (p. 99).
2. Usa pequeños trucos: “la capacidad de disfrutar de la vida se ve mermada por dos grandes debilidades: la carencia de control de las emociones y la tendencia a prestar poca atención al presente. Si uno pudiera arreglar esas dos cosas la mayoría de los problemas acabarían por solucionarse solos”; pero esto es difícil y hay que recurrir a trucos: “¿Estás realmente preparado para enfrentarte a la muerte? Imagina que este preciso momento es el último de tu existencia. ¿Qué sientes? ¿Te arrepientes de algo? ¿Hay cosas que preferirías haber hecho de otra manera? ¿Estás realmente vivo en este momento, o consumido por el pánico, la negación y los remordimientos? Este experimento te abre los ojos a lo que es importante para ti, y te recuerda que el tiempo corre sin cesar y se te escapa entre los dedos” (p. 142-143).
3. Asume lo que eres: “‘Nuestra vida es en parte estupidez. Quienquiera que escriba sobre ella sólo con reverencia y según las normas se deja fuera más de la mitad’” (p. 195).
4. No te supedites a nadie: “‘He concebido un odio mortal a verme obligado a otro o por otro que no sea yo mismo’” (p. 209).
5. Pero sé sociable ya que: “‘Todos estamos acurrucados y concentrados en nosotros mismos, y nuestra visión se ve reducida a la punta de nuestra nariz’” (p. 213).
6. Modérate: Montaigne conoció a Torquato Tasso en Ferrara, “el poeta se había vuelto loco y estaba confinado en un manicomio, donde vivía en condiciones atroces rodeado de lunáticos afligidos. Montaigne […] se sintió horrorizado al conocerlo. […] Sospechaba que el propio Tasso se había puesto en ese estado al pasar demasiado tiempo en situaciones de éxtasis poético” (p. 247).
7. No huyas de tu propia mediocridad, pues ésta “significa aceptar que uno es como todos los demás, y que lleva en sí mismo la forma entera de la condición humana […]: ‘la más bárbara de nuestras enfermedades es despreciar nuestro ser’” (p. 249-250).
8. Olvida el minimalismo, dar rodeos es sano y necesario: “Un hombre con un mínimo de espíritu se encontrará en la obligación, durante su marcha, de desviarse cincuenta veces de la línea recta para unirse a este o aquel grupo, y de ninguna manera lo podrá evitar” (cita de Tristram Shandy, de Lawrence Sterne) (p. 348).
9. Despreocúpate: “La edad no confiere sabiduría automáticamente. Por el contrario, pensaba que los viejos eran más dados a vanidades e imperfecciones que los jóvenes. Estaba inclinados a ‘un orgullo tonto y decrépito, un parloteo tedioso, unos humores irritables y asociales, la superstición y una ridícula preocupación por las riquezas’ […] En ajustarse a estos fallos estaba el valor de hacerse viejo. […] Comprendiendo que la edad ‘no’ nos hace sabios, alcanzamos cierto tipo de sabiduría, después de todo” (p. 389).
10. Lee a Montaigne, o al menos lee sobre él.
2. Usa pequeños trucos: “la capacidad de disfrutar de la vida se ve mermada por dos grandes debilidades: la carencia de control de las emociones y la tendencia a prestar poca atención al presente. Si uno pudiera arreglar esas dos cosas la mayoría de los problemas acabarían por solucionarse solos”; pero esto es difícil y hay que recurrir a trucos: “¿Estás realmente preparado para enfrentarte a la muerte? Imagina que este preciso momento es el último de tu existencia. ¿Qué sientes? ¿Te arrepientes de algo? ¿Hay cosas que preferirías haber hecho de otra manera? ¿Estás realmente vivo en este momento, o consumido por el pánico, la negación y los remordimientos? Este experimento te abre los ojos a lo que es importante para ti, y te recuerda que el tiempo corre sin cesar y se te escapa entre los dedos” (p. 142-143).
3. Asume lo que eres: “‘Nuestra vida es en parte estupidez. Quienquiera que escriba sobre ella sólo con reverencia y según las normas se deja fuera más de la mitad’” (p. 195).
4. No te supedites a nadie: “‘He concebido un odio mortal a verme obligado a otro o por otro que no sea yo mismo’” (p. 209).
5. Pero sé sociable ya que: “‘Todos estamos acurrucados y concentrados en nosotros mismos, y nuestra visión se ve reducida a la punta de nuestra nariz’” (p. 213).
6. Modérate: Montaigne conoció a Torquato Tasso en Ferrara, “el poeta se había vuelto loco y estaba confinado en un manicomio, donde vivía en condiciones atroces rodeado de lunáticos afligidos. Montaigne […] se sintió horrorizado al conocerlo. […] Sospechaba que el propio Tasso se había puesto en ese estado al pasar demasiado tiempo en situaciones de éxtasis poético” (p. 247).
7. No huyas de tu propia mediocridad, pues ésta “significa aceptar que uno es como todos los demás, y que lleva en sí mismo la forma entera de la condición humana […]: ‘la más bárbara de nuestras enfermedades es despreciar nuestro ser’” (p. 249-250).
8. Olvida el minimalismo, dar rodeos es sano y necesario: “Un hombre con un mínimo de espíritu se encontrará en la obligación, durante su marcha, de desviarse cincuenta veces de la línea recta para unirse a este o aquel grupo, y de ninguna manera lo podrá evitar” (cita de Tristram Shandy, de Lawrence Sterne) (p. 348).
9. Despreocúpate: “La edad no confiere sabiduría automáticamente. Por el contrario, pensaba que los viejos eran más dados a vanidades e imperfecciones que los jóvenes. Estaba inclinados a ‘un orgullo tonto y decrépito, un parloteo tedioso, unos humores irritables y asociales, la superstición y una ridícula preocupación por las riquezas’ […] En ajustarse a estos fallos estaba el valor de hacerse viejo. […] Comprendiendo que la edad ‘no’ nos hace sabios, alcanzamos cierto tipo de sabiduría, después de todo” (p. 389).
10. Lee a Montaigne, o al menos lee sobre él.
Propuesta (cont.): También podemos incluir en el paisaje para la foto el Tristram Shandy de Alfaguara.
Leer a Montaigne o sobre la obra de Montaigne no va a cambiarte la vida, eso es una exageración propia de escritores. Lo que sí hará es enderezártela, o torcértela, según los casos. Y si eres escritor, también te dará una mejor perspectiva de lo que en realidad significa posteridad y cómo alcanzarla. Para ello es posible que debas abandonar el control, como él hizo dejando su futuro literario en manos ajenas y, a juzgar por los resultados, no le fue nada mal: Montaigne editado póstumamente por la joven Marie de Gournay, reverenciado al otro lado del Canal, citado por Shakespeare, retirado de la circulación por la Iglesia durante más de un siglo, objeto de contrabando, adorado por ilustrados, románticos, nihilistas, radicales, anarquistas, poetas, posmodernistas; estudiado, analizado, interpretado y remasterizado; imitado, sampleado y elevado a los altares filosóficos y literarios como inventor y precursor de una docena de movimientos, corrientes, enfoques y estilos.
Propuesta (final): Montaigne queda bien en tu currículum: “leyó a Montaigne”, “me cambió la vida”, “dejó de escribir ficción para dedicarse al ensayo e incluso más tarde sólo a leer filosofía”. ¿No estás convencido? Bien, diré las palabras mágicas: Nietzsche lo admiraba. (Para la foto también podemos poner bien visibles La gaya ciencia y La genealogía de la moral. Qué, ¿hace?)
15 comentarios:
Como ya sabes lo tengo en la estantería. He leído un par de capítulos y de momento está interesante. También me pondré con él en breve.
De Montaigne apenas sí leí tres o cuatro ensayos hace algún tiempo. No me cambió la vida, claro, pero guardo un buen recuerdo de aquello. A ver si me hago de una vez con esa edición de Marie de Gournay de Acantilado que me llama, me llama.
Abrazo,
La edición de Acantilado PALIDECE al lado de la de Cátedra (Bibliotheca Aurea).
Best,
Ah, pues blanco y en botella porque además está mucho más barata. La verdad es que elegí la de acantilado porque siempre creí que era la mejor.
Thanks!
Discrepo. Habiendo recientemente comenzado a leer Montaigne y habiendo comparado las dos ediciones mencionadas (Cátedra y Acantilado), sostengo:
1. Que la edición de Cátedra tiene una traducción con resgusto al siglo XVII que no le paga nada. O,cuanto menos, arcaizante.
2. Que las notas son prácticamente similares.
3. Que la gran diferencia es el precio (carísima la de Acantilado) que, en mi caso, no es un problema, ya que tiro de biblioteca.
4. Que, sorprendida, yo que siempre he jurado y perjurado por Cátedra, porque adoros sus ediciones y sus notas, me he decidido por Acantilado.
5. Que la primera opción, leer la edición modernizada en francés, sería la menos mala, pero no estaba accesible en ninguna parte (en físico, claro).
6. Que todo es cuestión de gustos.
Arte
Perdón. Errata: "que no le PEGA", claro, no PAGA.
Pero querida Arte, es que tú exiges como políglota que eres. Yo sí que te adoro.
Pues Arte casi me ha convencido con lo de "regusto al siglo XVII". No tengo nada contra el siglo XVII, faltaría más, pero es verdad que como tío moderno que soy se me van los ojos hacía lo last de lo last.
El caso es que en mi biblioteca sólo tienen el de Cátedra. Será cuestión de alquilar en un lado y comparar en el punto de venta del otro (léase Fnac) y luego ver qué hacemos con los 14 euros de diferencia, que, las cosas como son, me da para otro de bolsillo de Alianza y dos paquetes de pipas. Hay tiempo.
Qué rubor, por dios, no hay más que erratas en mi comentario: "adoros", "resgusto". Juro que sé escribir, de verdad.
Lo del regusto... es que no pega. Ni Montaigne era del XVII ni hay ninguna edición española del XVII. Me rechina por artificial.
José Luis, que me ruborizo. ;) Políglota, sí, pero el francés de Montaigne, sin actualizar, se hace un poco pesado.
Ahora, ¿recomiendas Bakewell antes o después de Montaigne?
Arte
No seas modesta, que no sirve para nada. Si haces esas apreciaciones sobre las distintas ediciones de los Ensayos, démoslas por buenas entonces.
Respecto del itinerario Bakewell-Montaigne o viceversa, indudablemente comenzaría por Montaigne, aunque también digo que sería fantástico simultanear las lecturas para poder apreciar los Ensayos, con la ayuda excepcional de Bakewell, en su totalidad.
Un abrazo.
Yo he tenido las mismas dudas y me decidí al final por la de Acantilado. Carlos, siento decirte que la edición de Acantilado la venden precintada, y no podrás ojearla (ni hojearla) antes de comprarla. Yo la tengo y me encanta, a pesar de las notas (que yo, a diferencia de Arte, odio) y del precio (terrible, el precio). Pero Montaigne vale la pena de verdad.
Estoy encantada de encontraros por aquí.
Páramo
Carlos, Páramo, yo en la FNAC he pedido más de una vez que me desprecinten un libro (aunque luego no lo haya comprado), nunca me han dicho que no. Le quitan ellos el plástico y se acabó.
Venden libros, no envases en plástico, ¿no? jeje
José Luis, ¿simultanear, cómo? ¿Está organizado siguiendo los capítulos de Montaigne, o mejor leer partes aquí y allá del Bakewell? Dilema del día de hoy.
Por cierto, necesito opiniones sobre "Libertad" de Franzen, Que he visto que te lo has comprado, y no nos has dicho nada. ¿Me lo leo, o paso?
Arte
Querida Raquel, cuánto tiempo. Mi Montaigne no tiene notas, es formato grande y deluxe, se lee fantástico y la traducción me encanta. Es Cátedra, claro. La edición de El Acantilado ni sabía que existía hasta que Carlos la mencionó. El precio para mí es importante, teniendo en cuenta además que Montaigne YA NO COBRA DERECHOS. Por otra parte, algo que no sabía cuando lo compré (que fue cuando El Acantilado comenzaba sus juegos de ajedrez comercial), HAY DOS MONTAIGNES. Una noticia jodida, ¿verdad? Está, por un lado, el Montaigne acabado por él en vida; y por otro, una copia anotada que encontraron su mujer e hija cuando murió. La copia la enviaron a Marie de Gournay, que la editó a su entender juvenil, con una polémica posterior GORDA porque, cuenta Bakewell, se tomó CIERTAS LIBERTADES, hasta el punto de que hay quienes reniegan de este segundo Montaigne porque no es EL ORIGINAL.
Por eso quizá no esté mal leer a Montaigne y a una Bakewell de manera alternativa. El único problema de este método es que Sarah Bakewell no hace un análisis lineal de los Ensayos, sino que, como digo en el post, los considera en su totalidad. Eso podría desconcertar al lector que esperase una ayuda de Bakewell conforme va leyendo los Ensayos (que buscase la nota al pie). Pues el ensayo sobre los Ensayos es una nota a la obra completa. Si no os importa que os revienten la lectura (al fin y al cabo los Ensayos de Montaigne no son un thriller), alternar entre droga dura (Ensayos) y reunión literaria e intelectual sobre el pensamiento montaigneano (Bakewell), un poco a modo de club y para entender mejor al tío que escribió ESO, es una buena estrategia.
Otra cosa. De Libertad de Franzen compré la original en inglés, Freedom, y por ahora no he pasado de la página 80. Personalmente, a mi juicio, según lo veo yo, que soy raro para según que cosas, en definitiva, opino que: FREEDOM DE FRANZEN ESTÁ SOBREVALORADO HASTA UNOS NIVELES ESCANDALOSOS. Ya lo he dicho. Como no lo he leído entero, y dudo que lo haga en breve, no puedo convertir mi opinión en TESIS. Que conste que esto te lo digo a TI, que te conozco desde hace años y creo que NO TE GUSTARÍA LA RELACIÓN CALIDAD/PRECIO/EXPECTATIVAS/FOLLÓN PROMOCIONAL.
Un abrazo a las dos.
Muy interesante todo. Sobre Marie de Gournay escribe Jorge Edwards en "La muerte de Montaigne" y explica todo el asunto de la edición que ella hizo y que en teoría -según Edwars, claro- vendría a ser una aportación positiva por lo bien que ella lo entendía a él y lo que compartieron juntos y todo ese tipo de cosas. De hecho mi decisión de hacerme con la edición de Cátedra viene de ahí, de la lectura de Edwards (esto no es una recomendación para leer su libro).
Me gusta la idea de leer a Bakewell y Montaigne a la par.
Respecto a Franzen... bueno JL, te voy a hacer una pregunta putadilla: ¿te gusta más o menos que el de Viola?
Abrazos,
No es ninguna putada, aunque esto va a parecer Formspring.
Te respondo como si me hubieras preguntado qué me gusta más, si la fruta o los embutidos. Te diría que ambos se comen, aunque en momentos distintos. Cada vez como menos grasa, no porque engorde sino porque no me entra, porque no me apetece. De Jonathan Franzen sólo leí “Las correcciones”. Aquello me gustó bastante, pero no como para correr a comprar el resto de sus libros. Después el tipo ha ido envejeciendo. Podría decirse que ha “madurado”. Ya no escribe como antes, ni sobre las cosas que escribía antes, no. Ahora Franzen quiere ganar DINERO. Probablemente antes también, qué duda cabe. Su amigo Wallace nunca consiguió vivir de la literatura, él sí lo ha logrado (por mucho que le cabreara en su momento (¿seguro que le cabreó?), cuánto bien le hicieron a su bolsillo las recomendaciones de Oprah Winfrey). Franzen descubrió/aceptó que para asegurarse el puré de lentejas tenía que escribir sobre temas y personas que le interesasen a la clase social con tiempo y dólares suficientes para leer y gastar en libros. Descubrió que tenía que escribir sobre ellos y sus cosas. Franzen ha dado un salto generacional inevitable y ha hecho que su escritura dé un salto generacional, en mi opinión, evitable. Ha cambiado el funambulismo (aunque tampoco es que se jugara demasiado el pescuezo antes) por la seguridad de la tierra firme. Algo que me parece muy humano, sobre todo si se tiene en cuenta que el arroz se pasa.
El caso de Viola di Grado es radicalmente distinto. Para empezar tiene TREINTA años menos y ha escrito su primera novela siete u ocho años antes que cuando lo hizo Franzen. Su novela, siempre a mi juicio, es mucho más interesante que “Freedom” porque trata un tema bastante más importante y cercano para mí (que soy europeo, no americano). “Freedom” no consigue ser universal, “Setenta acrílico treinta lana” tampoco, pero no lo pretende; quiero decir que esta última no busca deliberadamente un público, la otra sí, con descaro. Y, de nuevo a mi juicio, “Freedom” tiene una burrada de páginas aburridísimas, mientras que con el de Viola no me aburrí en ningún momento.
Mira, algo que saco en claro respondiéndote: me doy cuenta de que no quiero seguir leyendo a Franzen, que prefiero sumergirme en el análisis inconcluso del tedio que hizo su extinto amigo Wallace a seguir tragándome la grasa del tedio de la clase media progre norteamericana.
Abrazos.
Gracias, José Luis. Después de tal demoledor comentario, no me quedo ni con Viola ni con Franzen. Que maduren, escriban y ya veremos en algunos años. Cada vez me gustan menos los escritores que viven de la literatura y lo has sacado a colación muy bien en el caso de Franzen.
Sobre Montaigne y Marie... me quedo con su edición, a pesar de las diferentes. Todo va por modas, ahora se está imponiendo esta última frente a la anterior, al manuscrito de Burdeos. De todas maneras, el asunto literario-sentimental-erótico (sí, probablmente discutieron de algo más que de citas de Ovidio; o mejor dicho, entre cita y cita) tan francés de Montaigne y Marie hace que me decante por ellos.
Arte
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