¿Qué son los
best-sellers? ¿Verdaderamente son los libros más vendidos? ¿O se
trata de una fórmula novelesca en la que deben reconocerse, a
priori, ciertos factores propiciatorios del éxito comercial? Pero el
éxito, como todo el mundo sabe, es de ubicación caprichosa.
¿Entonces?
Pongamos por caso que
tengo en la cabeza una idea para escribir una novela. Quiero expresar
algo por medio de la escritura, ya se trate de un asunto más o menos
prosaico, más o menos filosófico, metafísico o trascendente, más
o menos rancio o más o menos novedoso. Puedo elegir varias fórmulas
para materializar esa inquietud, pero básicamente pueden reducirse a
dos: la fórmula literaria, o la fórmula de los best-sellers. En el
subconsciente de los literariamente iniciados la primera implica
estilo, pensamiento, profundidad, intertextualidad, etc. La segunda
arranca con los adjetivos simple, fácil, banal, tonta, otra vez
etcétera. Lo que traducido a términos de mercado arroja un target
enano para la fórmula literaria y uno gigantesco para la vendedora.
Y sin embargo a ninguna de las dos se les puede presuponer un ratio
de éxito de partida válido, pues ¿cuántas novelas potencialmente
“más vendidas” se escriben al cabo de cualquier semana de
cualquier mes de cualquier año que son rechazadas, o editadas por
editoriales desconocidas, o por conocidas pero que no terminan de
cuajar en las estanterías, etc.? La casi totalidad de esas novelas
están mal escritas, y/o son muy aburridas, y/o no cuentan nada nuevo
o nada plausible desde un punto de vista narrativo. Aunque lo mismo
ocurre con la casi totalidad de novelas literarias: están mal
escritas, son profundamente aburridas y no cuentan nada nuevo o
plausible desde un punto de vista... ¿vital?, ¿social?, ¿cultural?,
¿literario?
Entonces, ¿por qué esa
división entre literatura y best-sellers? Bien mirado, es
francamente artificial. Casi todos los best-sellers son malos, como
es pésima casi toda la, así llamada, literatura. Ambas disciplinas
tienen esta característica en común: la falta de calidad. Igual que
hay best-sellers que venden una enorme cantidad de ejemplares siendo
absoluta bazofia, la literatura más vendida es deleznable. Otro
punto en común: la basura atrae moscas. Consecuencia incuestionable
de que, dado que lo bueno no abunda, el público necesita distraerse
con sucedáneos mientras aguarda epifanías episódicas que, como el
cometa Halley, suelen demorarse lustros en darse una vuelta por
nuestros cielos.
Sin embargo el mercado
continúa sin grandes sobresaltos porque, en realidad, no sabe hacer
estas distinciones. El mercado pasta en prados amplios, sin
importarle la calidad de la hierba. Pero como a mí sí me importa, y
no quiero pastar ni que me pastoreen, salpico las intentonas
literarias con intentonas de la otra clase. Y la última de ellas ha
hecho que reconsidere totalmente qué entiendo por literatura.
Consumo muy pocos o casi
ningún best-seller. Hace años, cuando alguno de ellos sonaba
demasiado y era difícil sustraerse al ruido, iba a la biblioteca y
lo obtenía en préstamo, algunas veces tras apuntarme en una lista
de espera absurdamente poblada. Fueron los casos de La sombra del
viento, El Código Da Vinci y El último catón,
todos ellos malos a reventar. Por motivos y mediante métodos
similares, leí también El niño con el pijama de rayas (un
bodrio) y La elegancia del erizo (¿qué pretendía la autora,
provocar diferentes clases de llanto?). Pero también antes había
leído Seda, concluyendo que aquello era un
best-seller. Es decir, también eran best-sellers cosas que, según
las sagaces y desinteresadas opiniones de editores y crítica, no lo
eran. Otra cuestión es que esos best-sellers vendieran ejemplares
con el ritmo y números que se le supone a un best-seller. Seda
vendió porque era un best-seller fácil y simple, y corto, y tonto.
Otros no venden nada —entre
otros motivos de índole mercadotécnica insoslayables—,
porque son best-sellers torcidos: voluminosos en exceso (demasiada
paja, mental y verbal), no cuentan nada (que interese a una parte
decente del (ir)respetable), cometen el error de incluir metáforas
(o lo que sus fabricantes consideran metáforas), payasadas poéticas
(nada más contraindicado que intentar mejorar la letra con algo de
música), etc. Cometen fallos y se sitúan en tierra de nadie,
incapaces de nadar entre dos aguas.
Aun así de vez en cuando
leía o leo buenos best-sellers, como de vez en cuando leía o leo
buena literatura. De hecho he leído mucha literatura creyendo que
era literatura cuando en realidad eran best-sellers. Así, por
ejemplo, Corona de flores, la novela de Javier Calvo: pura
fórmula best-seller de arranque dyckensiano y, afortunadamente para
él como autor y para sus lectores, no lo que se entiende por
literatura: aburrimiento, melancolía, grandilocuencia, nihilismo de
segunda mano, metafísica de mercadillo, metáforas de bajo coste,
filosofías bastardas, pensamientos en forma de cagarrutas,
ventosidades poéticas, sentimentalismos baratos, etc. Sin ir más
lejos, Thomas Pynchon es el mejor escritor de best-sellers en la
actualidad. Y a veces también lo son Don DeLillo, Philip Roth, Ian
McEwan... Es curioso que todos sean anglosajones y traductores de
anglosajones.
Sí, sus libros son
best-sellers, sólo que están tan bien escritos que en las librerías
suelen ubicarlos en la estantería equivocada. (Unas estanterías,
por cierto, tan atiborradas que bien harían sus dueños en arrojar a
la basura la mayor parte de su contenido. Tendríamos así librerías
minimalistas, como la sala de museo que describe DeLillo en Punto
Omega, en las que cada año cabría la posibilidad de encontrar
un exiguo puñado de novedades. No habría necesidad de estanterías
en sí y el espacio sobrante, ese gran espacio en realidad vacío,
pues sólo contiene ruido, podría aprovecharse para tomar algo,
pasear y mirar a los demás y no sólo a los libros.)
Pero volviendo a los
best-sellers, entre esos pocos considerados como tales por la
canalla, que leí o leo sin perecer de aburrimiento, hubo y hay
algunos dignos de mayor alabanza que centenares de medianerías
literarias depositarias del favor crítico (esa crítica fordiana,
fabricada en serie). Como ejemplo sirva Criptonomicón, de
Neal Stephenson. Y otro ha sido, recientemente, Sin límites,
de Alan Glynn. Paradójicamente, al primero llegué hace años por
validación crítica, en concreto de Rodrigo Fresán en Página12.
Igualmente al segundo, mediante recomendación de Juan Francisco
Ferré inserta semialeatoriamente en el panel de noticias de
facebook. Ambos los compré.
Sin límites
Por razones que es mejor
no exponer, un escritor fracasado se topa con una droga que potencia
la inteligencia hasta límites insospechados. Como es escritor, tras
darse cuenta de qué es exactamente lo que ha ingerido, prueba su
nueva capacidad sentándose al ordenador y poniéndose a escribir,
como diría Bolaño. Y comprueba que ahora, narcoexcitado, lo hace
cualitativamente mejor y cuantitativamente más rápido. Pero Glynn
no es tonto, y sabe que un best-seller si quiere serlo debe tener
enjundia, debe narrar algo. Así que hace que su personaje, que
gracias al consumo indiscriminado de la droga mantiene una
inteligencia exacerbada, abandone la escritura en favor del fin
universal cuya moda no decae por más tiempo que pase: el dinero. Se
dedica a operar en bolsa y se hace millonario en un abrir y cerrar de
ojos. Después suceden más cosas (he aquí la mejor característica
de los auténticos best-sellers: la necesidad de spoilers; la
literatura de hoy, en general, no los necesita, pues en sus páginas
nunca sucede nada digno de ocultamiento). Como las posibilidades
tanto de la droga como de la novela son casi ilimitadas, Glynn y el
personaje van evolucionando de una manera brillante, delirante, tanto
desde un punto de vista ficcional como narrativo e incluso, y aquí
está el quid de la cuestión, literario...
Es decir, ¿literario?
¿No he dicho más arriba que Sin límites es un best-seller?
Pues, la verdad, no lo sé. Antes dije que los best-sellers se
caracterizan en el imaginario lector por ser simples, fáciles,
banales y tontos, pero a esta novela no le cuadra ninguno de esos
adjetivos. Quizá entonces aquella tentativa definitoria estuviera
sesgada. Quizá fuera mejor hablar, por un lado, de libros fáciles,
banales y simples, y por otro de libros no encasillables en ese
conjunto de adjetivos. Sin límites no es una novela fácil,
aunque no indigerible; no es simple, pero su lectura tampoco requiere
de un gran esfuerzo de concentración; y no es banal ni estúpida
porque plantea varias realidades candentes que esta sociedad sin
historia no acierta a ver, o no quiere verlas.
Más o menos a la par que
este texto aparecerá la (verdadera) crítica del propio Juan
Francisco Ferré en letra impresa. Recomiendo no perderse su lectura.
Como también recomiendo no perderse la novela. Ya tengo overbooking
en mi lista de lectores prestatarios y espero que quienes aún no se
hayan decidido por la adquisición de la última novedad literaria de
cualquiera de los habituales mindundis desvíe su camino hacia los
expositores de best-sellers y compre Sin límites. Os aseguro
que será la mejor inversión en literatura que hagáis esta
primavera.
8 comentarios:
¿Kafka también escribía best-sellers?
Bien, entonces digamos que, siendo optimistas, un 99% del Betseller es malo frente a un 1% que es (o se puede considerar) bueno. ¿Acaso no ha sido siempre así? ¿No somos al fin y al cabo los lectores habituales algo así como buscadores de oro? Entre los buscadores de oro (ver Deadwood para más información) había algunos que venían con los deberes hechos (geólogos y profesionales del medio) frente a otros que simplemente llegaban siguiendo a la masa esperando que sólo con cavar junto al rio diesen con el milagro amarillo. Yo soy muy vago y por eso nunca seré millonario y por eso tiendo a no buscar en el betseller: acabé hasta los huevos, con perdón, de gastar la pasta en productos que generaban clones sin parar y en los que ya no distingo unos de otros. (Anoche, mirando mi estantería, me dio por llorar).
Pero ese 1% bueno, el que vale la pena.... éste de Glynn, por lo que veo: ¿no deberíamos llevarlo al laboratorio a estudiarlo? ¿O no sabemos, a estas alturas, cuál es el secreto del éxito? ¿No es acaso una historia adictiva que incluya narración a dos niveles y que trate al lector como un ente inteligente; que utilice una prosa y un montaje aparentemente sencillo? Parece fácil pero el problema es el de siempre: una buena historia y no caer en el tópico; ser capaz de estar a la altura.
Yo también la vi recomendada por Ferré y desde entonces ando detrás de ella (todo lo detrás de ella que se puede estar sin querer gastar un pavo) pero parece que se resiste.
Una entrada muy interesante, JL, sobre la que deberías escribir una segunda y tercera parte, como todo betseller que se precie.
Buen post. ¿Dónde publica Ferré su reseña?
Kafka escribía most-reads y must-reads, pero que yo sepa vendió poco.
Cómprala, Carlos, no te arrepentirás. Yo también soy vago, y a ratos no lo soy, pero no pierdo la esperanza de ser millonario, aunque sea por vías alternativas a las habituales...
Ferré publicará su crítica en el diario Sur, del Grupo Correo, el domingo que viene, creo. Acostumbra a, un tiempo después, publicarla en su blog. Si no puedes hacerte con el periódico, hazte seguidor suyo o, alternativamente, visita su blog todos los días.
Yo más bien encasillo los libros en dos categorías: libros que me gustan y libros que no me gustan, y libros que considero buenos y libros que no considero buenos. Estas categorías no siempre coinciden (hay libros buenos que simplemente no me han gustado por el tema y libros malos que me gustan porque sí). Listo. Me ahorra muchos dolores de cabeza :-)
Interesante, y personal...
Ayudaría conocer tus gustos.
Saludos.
Mis géneros favoritos son la fantasía, la ciencia ficción y el horror. Tristemente, en estos tres géneros es más fácil hallar libros entretenidos que libros bien escritos. Por suerte hay excepciones.
Supongo que te refieres al terror cuando escribes horror, pero está bien: sería genial que hubiese un género clasificable como “de horror”.
Si te gusta la ciencia ficción, a un paso está la ciencia especulación o la socio especulación. Al fin y al cabo las mejores obras de ciencia ficción son aquellas que no se detienen en detalles y exploran el qué pasaría si... Los mejores en este tipo de desarrollos, según lo veo yo, fuero Philip K. Dick y Stanislaw Lem, y después vino William Gibson para dejar la plusmarca tan alta que fuera imposible de superar.
Creo que “Sin límites” te gustaría.
En el futuro y en la medida de lo posible, procuraré dejar volar mi imaginación un poco más.
Un saludo.
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