No me apetece escribir sobre ninguna novela en concreto. Tengo varias lecturas comenzadas y un par acabadas que podría recomendar, pero estar hasta arriba de trabajo, aunque no me quita las ganas de leer —es más, las potencia—, me deja poco espacio para pensar qué decir. Por otro lado, aun cuando todavía queda bastante para disponer de unos días libres, no dejo de darle vueltas a qué hacer con ellos. Las opciones son muchas y las ocasiones, escasas. Salir de aquí, eso seguro. Es decir, viajar pero no por imperativos del trabajo. Probablemente fuera de España. Probablemente no: seguro.
El año pasado fui, entre otros sitios, a Normandía. Quería ir por varios motivos, uno de ellos para “leer” un tapiz. Este:
¿Se puede reseñar un tapiz?
No lo sé, pero voy a intentarlo:
Toda esa sangre me recuerda que en junio de 1835 Pierre Rivière, de 20 años de edad, degolló a su madre, a su hermana y a su hermano y se dio a la fuga. Sucedió en la aldea de La Faucterie, en Aunay-sur-Odon, a 30 kilómetros al sur de Caen. Michel Foucault hizo un gran trabajo de recopilación de textos sobre este parricidio múltiple. A Rivière lo detuvieron tiempo después y lo encarcelaron, lo juzgaron, fue condenado a muerte y lo ajusticiaron. Casi analfabeto funcional y considerado un loco y un imbécil, escribió en su celda el relato del crimen y los motivos que lo movieron a cometerlo. El documento foucaltiano, titulado precisamente Yo Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano…, gira alrededor de esa declaración escrita. Lo anteceden y suceden declaraciones de funcionarios y gentes de su entorno, artículos de prensa, dictámenes médicos, las actas del tribunal; hay incluso un mapa sobre el que se traza la deriva de Rivière el tiempo que estuvo huyendo; pasó por Bayeux. Su lectura es recomendable desde un punto de vista estrictamente literario, pero también como prueba de que la alfabetización —los llamados “estudios” o las simples “lecturas”— es insuficiente a la hora de “escribir”.
Y por si fuera poco, a escasos kilómetros al norte de Bayeux se encuentran las playas en las que se produjo el desembarco aliado múltiple de 1944. Dominando parte de esa costa, el colosal cementerio americano; el alemán está más al este, al margen de la N13; el británico en la misma Bayeux.
Normandía, y más específicamente Calvados, es una región turística además de agrícola. En la franja de costa que va desde Cabourg a Honfleur veranean los pijos parisinos. Fue en el Grand Hotel de Cabourg donde Marcel Proust escribió buena parte de A la sombra de las muchachas en flor. Las más altas cotas de estupidez pueden constatarse en Deauville, preferentemente por la tarde, por supuesto en verano. Al este, pero al sudoeste de Rouen, se ubica Tostes, el villorrio en el que a Enma Bovary se le escapaban los días mientras su marido, Charles, hacía sus consultas a domicilio siguiendo unas rutas hoy prefijadas como atracción turística; es posible atravesar una de ellas camino de Lyons-la-Forêt (“Respirez!”).
En Normandía no hace calor, salvo si se tiene la ocurrencia de visitar el Mont Saint-Michel —disputado a Bretaña— un día despejado y subir hasta la parte más elevada de la abadía en medio de dos millones de personas que hayan tenido el mismo pensamiento desafortunado ese mismo día. La comida local es de calidad —la del Mont Saint-Michel no, sin importar el presupuesto—, la sidra imprescindible y los mejillones, ubicuos. En el pequeño restaurante frente a la iglesia de Sainte-Marie-du-Mont —donde se celebró la primera misa tras el desembarco— sirven unas galettes à la normanda más que generosos y sabrosos. El rosado de la casa, de todas las “casas”, suele ser de tetrabrik, aunque se sirva en pulcros pichets.
A unos 10 kilómetros al sur de Bayeux hay un pequeño pueblo llamado Juaye Mondaye por una enorme abadía cuyos trabajos de restauración en pro de su modesta contribución al parque temático europeo son eternos e imposibles. En una de sus aldeas, Bernieres, se puede alquilar una vivienda en plena naturaleza incontaminada. Estilo siglo XVIII por fuera, interior siglo XXI. Natalie, la dueña, vive de lo que produce su ravissante ferme (encantadora granja) y de las rentas modestas que le procuran los alquileres de tres casas anejas a la construcción principal, cuyo jardín está dominado por los manzanos.
Al lado hay una escuela hípica rural. No hay ruido. La señal de televisión es deficiente. Las verduras del huerto están exquisitas. Por la noche hace frío fuera.
Una lista de poblaciones que visitar y en las que entretenerse sería enorme. No hay guía mainstream adecuada para orientarse, mejor preguntar e informarse uno mismo. Lo habitual suele ser ir cambiando de alojamiento conforme se visitan lugares, como quien hace zapping. La ventaja de este método es la posibilidad de utilizar transporte público sin perder demasiado tiempo en desplazarse, pero las desventajas son demasiadas: desubicación, no poder repetir visitas, hacer y deshacer maletas, imposibilidad de “adueñarse” virtualmente de un lugar…
Formas de ir. En coche propio, si se vive cerca de la frontera norte con Francia es un paseo. También hay trenes, supongo, y autobuses. Nosotros fuimos en avión hasta París y en el aeropuerto alquilamos un coche en una de esas agencias tan baratas que te cabe la duda de si en realidad los vehículos tienen motor en su interior, y que encima permiten kilometraje ilimitado. Fantástico.
El año pasado fui, entre otros sitios, a Normandía. Quería ir por varios motivos, uno de ellos para “leer” un tapiz. Este:
¿Se puede reseñar un tapiz?
No lo sé, pero voy a intentarlo:
Una experiencia sensorial que combina historia, arte, imagen, texto, audio on demand e iluminación. El, dicen, primer cómic de la historia. Setenta metros lineales de tapiz de mil años de antigüedad, con notas “a pie de página” a modo de narración paralela a la “trama” principal, anotaciones al margen y superiores complementarias, único ejemplar disponible expuesto para su visualización y lectura en una vitrina semicircular cuyo perímetro excede en poco las dimensiones del cómic antediluviano. Una historia pulp sobre la conquista normanda de Inglaterra.
Para leerlo hay que acercarse a Bayeux, Calvados, Normandía, una de las regiones más literarias del mundo, meca de proustianos y flaubertianos y azote de la desesperada necesidad de pensar de Descartes, amén de una tierra de gran belleza.
Se recomienda ir con tiempo. De los lugares hay que llegar a hartarse.
Toda esa sangre me recuerda que en junio de 1835 Pierre Rivière, de 20 años de edad, degolló a su madre, a su hermana y a su hermano y se dio a la fuga. Sucedió en la aldea de La Faucterie, en Aunay-sur-Odon, a 30 kilómetros al sur de Caen. Michel Foucault hizo un gran trabajo de recopilación de textos sobre este parricidio múltiple. A Rivière lo detuvieron tiempo después y lo encarcelaron, lo juzgaron, fue condenado a muerte y lo ajusticiaron. Casi analfabeto funcional y considerado un loco y un imbécil, escribió en su celda el relato del crimen y los motivos que lo movieron a cometerlo. El documento foucaltiano, titulado precisamente Yo Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano…, gira alrededor de esa declaración escrita. Lo anteceden y suceden declaraciones de funcionarios y gentes de su entorno, artículos de prensa, dictámenes médicos, las actas del tribunal; hay incluso un mapa sobre el que se traza la deriva de Rivière el tiempo que estuvo huyendo; pasó por Bayeux. Su lectura es recomendable desde un punto de vista estrictamente literario, pero también como prueba de que la alfabetización —los llamados “estudios” o las simples “lecturas”— es insuficiente a la hora de “escribir”.
Normandía, y más específicamente Calvados, es una región turística además de agrícola. En la franja de costa que va desde Cabourg a Honfleur veranean los pijos parisinos. Fue en el Grand Hotel de Cabourg donde Marcel Proust escribió buena parte de A la sombra de las muchachas en flor. Las más altas cotas de estupidez pueden constatarse en Deauville, preferentemente por la tarde, por supuesto en verano. Al este, pero al sudoeste de Rouen, se ubica Tostes, el villorrio en el que a Enma Bovary se le escapaban los días mientras su marido, Charles, hacía sus consultas a domicilio siguiendo unas rutas hoy prefijadas como atracción turística; es posible atravesar una de ellas camino de Lyons-la-Forêt (“Respirez!”).
En Normandía no hace calor, salvo si se tiene la ocurrencia de visitar el Mont Saint-Michel —disputado a Bretaña— un día despejado y subir hasta la parte más elevada de la abadía en medio de dos millones de personas que hayan tenido el mismo pensamiento desafortunado ese mismo día. La comida local es de calidad —la del Mont Saint-Michel no, sin importar el presupuesto—, la sidra imprescindible y los mejillones, ubicuos. En el pequeño restaurante frente a la iglesia de Sainte-Marie-du-Mont —donde se celebró la primera misa tras el desembarco— sirven unas galettes à la normanda más que generosos y sabrosos. El rosado de la casa, de todas las “casas”, suele ser de tetrabrik, aunque se sirva en pulcros pichets.
A unos 10 kilómetros al sur de Bayeux hay un pequeño pueblo llamado Juaye Mondaye por una enorme abadía cuyos trabajos de restauración en pro de su modesta contribución al parque temático europeo son eternos e imposibles. En una de sus aldeas, Bernieres, se puede alquilar una vivienda en plena naturaleza incontaminada. Estilo siglo XVIII por fuera, interior siglo XXI. Natalie, la dueña, vive de lo que produce su ravissante ferme (encantadora granja) y de las rentas modestas que le procuran los alquileres de tres casas anejas a la construcción principal, cuyo jardín está dominado por los manzanos.
Hace unos días, en el blog literario flowerville leí un pequeño post acerca de un documental sobre Ton Lemaire, un antropólogo holandés que en la década de 1980 trasladó su residencia desde Holanda hasta el sur de Francia. Allí vive casi exclusivamente de lo que cultiva, como Natalie. No entiendo el holandés, pero flowerville dice que en él Lemaire explica su punto de vista particular sobre la actual crisis ecológica y espiritual de Occidente. “El hombre occidental, en la creencia de un progreso perpetuo, tiene puestas todas sus esperanzas en el futuro. Y por dicha causa ha sacrificado un montón de conocimiento y de tradiciones. Lo que implica que, en caso de que el sistema industrial se derrumbara, podría quedarse con las manos vacías.”
Ton Lemaire por rerunproducties
Ton Lemaire por rerunproducties
Al lado hay una escuela hípica rural. No hay ruido. La señal de televisión es deficiente. Las verduras del huerto están exquisitas. Por la noche hace frío fuera.
Una lista de poblaciones que visitar y en las que entretenerse sería enorme. No hay guía mainstream adecuada para orientarse, mejor preguntar e informarse uno mismo. Lo habitual suele ser ir cambiando de alojamiento conforme se visitan lugares, como quien hace zapping. La ventaja de este método es la posibilidad de utilizar transporte público sin perder demasiado tiempo en desplazarse, pero las desventajas son demasiadas: desubicación, no poder repetir visitas, hacer y deshacer maletas, imposibilidad de “adueñarse” virtualmente de un lugar…
Formas de ir. En coche propio, si se vive cerca de la frontera norte con Francia es un paseo. También hay trenes, supongo, y autobuses. Nosotros fuimos en avión hasta París y en el aeropuerto alquilamos un coche en una de esas agencias tan baratas que te cabe la duda de si en realidad los vehículos tienen motor en su interior, y que encima permiten kilometraje ilimitado. Fantástico.
5 comentarios:
Podrías dar algo más de información? Como ya has estado no hay que buscarla en otro sitio :-)
Has destapado la caja de los recuerdos. Yo estuve por allí años ha. Cuando la ciudad amurallada estaba en reconstrucción. Daba pena verla toda llena de obras. Tal vez algún día vuelva a visitarla. Donde sin duda pienso volver y te recomiendo si no lo conoces, es a Rocamadour. Un poco más arriba de Toulouse, ubicado en un parque natural, por el que da gusto perderse. Cualquiera de los pueblecitos que lo rodean son una maravilla. Pero mi favorito es Rocamadour. Dos veces he estado allí. Una de día y otra de noche. La primera vez, visto desde la carretera parecía la estampa de un cuento y pasear por sus calles fue una delicia. La segunda se nos hizo de noche y por un error de ruta llegamos hasta él por un camino que bien podría ser transitado a caballo. Fue fantástico llegar y ver esa estampa iluminada y volver a pasear por sus calles a la tenue luz de las farolas. He de volver y pasar la noche allí. Para mí es un lugar mágico. Genial para desconectar.
Hola, Carmen, aquí sería un fárrago ponerlo. Si te parece, escríbeme a la dirección que hay en el apartado "Contacto".
Hola, Pilar, por ciudad amurallada supongo que te refieres a Mont Saint-Michel. No he estado en Rocamadour. Como vivimos en el sur, se nos hace muy "cuesta arriba" ir según a qué sitios. En Toulouse sí he estado, hace... 24 años, volviendo de Polonia, y también nos perdimos. Recuerdo que ya se hablaba allí de construir la Ciudad del Espacio porque querían competir con el Futuroscope de Poitiers. Algo así. !Ah, Europa temática!
genial reseña, no sé si del tapiz en sí o de la bella Normandía y sus múltiples intereses en general. no hay que olvidar el queso de la región o el maravilloso Calvados, licor de manzana con el que las gentes de la zona llevan siglos aliñando cafés contra el frío en invierno... y el aburrimiento en verano :)
de los casinos y el lujo millonario a los rincones más rurales y las costumbres de antaño. de la plaza de Juana de Arco a los tesoros de Arsenio Lupin escondidos, dicen, y algunos gustamos de creer, en la aguja de piedra de Etretat... Normandía impresiona, y siempre es un placer encontrarse con más gente que le hace justicia.
Gracias, Nacho.
No llegamos a Etretat, nos la perdimos, por ahora... Sí estuvimos un día en Rouen y pasamos por la famosa plaza (había políticos haciéndose fotos, casualidad) que ahora es un mercado. De hecho recorrimos 3.500 kilómetros en coche. Digan lo que digan, en Europa hay todavía mucho que hacer.
Publicar un comentario