Hace casi un año leí el por entonces nuevo libro de relatos de Sergi Pàmies, el escritor español nacido en París. Los relatos me gustaron. El estilo y la literatura de Pàmies se alejan de lo que suelo comentar aquí, pero tampoco comento aquí todo lo que leo, por razones de tiempo, que no de “espacio”. En ese libro de Pàmies era apreciable la diferencia temática y tonal entre sus relatos de juventud y los de ahora, ya entrado en la madurez. Que lo bizarro se iba quedando atrás fue otra de las sensaciones. Me dije que el escritor había iniciado o un declive o una transición, o una mutación o metamorfosis, llámeselo X. Pensé que no añadía nada escribiendo sobre él y decidí quedarme quieto sobre La bicicleta estática, que así se titula el libro.
Pero al cabo de unos días se me ocurrió una idea. ¿Y si titulaba el artículo con un par de insultos al escritor y a renglón seguido los desmintiera? Sería algo así como encabezar el texto con la frase: El otoño en Pekín, y luego hablar de otra cosa totalmente distinta. ¿Y si además el texto estuviera escrito con el estilo estándar de la crítica impresa (salvo excepciones) pero a modo de reseña bufa, por llamarlo de alguna manera? Al fin y al cabo la parodia la inventaron los griegos y la perfeccionaron los romanos, y desde entonces no hemos hecho sino imitarnos unos a otros, irrespetuosamente pero también a modo de homenaje —y de sumisión—, añadiendo menos innovación que mera cháchara a las letras tanto universales como suburbiales.
Como quería que tuviera la visibilidad necesaria para que los resultados del “experimento” fuesen concluyentes, lo envié a Revista de Letras. Allí lo publicaron, y no pasó nada. Nada de nada. Hubo un pico de visitas causadas por la curiosidad, pero fue flor de un día y adiós, al cajón del olvido. Será verdad que tiene más tirón la sangre que las alabanzas, pero según de quién sea la sangre derramada y si el navajazo es intencionado o tan sólo un amago.
Cervantes ya demostró que rajar de la escritura de los demás podía convertirse en un arte además de en un entretenimiento para la masa aburrida y ávida de mala leche. Su intención era erradicar, a base de sacarles los colores tanto a lectores como impresores, los best-sellers de la época. En nuestros días, no sólo la lasitud lectora facilita que la literatura dominante sea banal y esté copada por malas obras (la vagancia intelectual es connatural al ser humano), también la complacencia crítica —tanto profesional como amateur— ayuda no poco a que la mediocridad de los muchos oculte el genio de unos pocos. En serio que sería fantástico disponer de tiempo, que no de “espacio”, para gastarlo en denunciar todo lo malo que pulula por ahí; imagino que sería una ocupación tan divertida como a Cervantes tuvo que resultarle escribir sus críticas ácidas insertas en Don Quijote. Pero por otra parte genios como aquel ha habido y hay pocos, y esto es un blog y no una epopeya paródica ni un manual de satanismo literario, por lo que hacerlo desde presupuestos distintos al mencionado me pareció siempre una actitud de alguna manera paternalista con el lector (“No seas tonto, no leas esto”). Por no hablar de que el esfuerzo invertido en elogiar un libro es idéntico al de redactar una crítica feroz ferozmente fundamentada, y de que los libros malos se empiezan pero no se terminan, a no ser que uno se tenga tan poco respeto a sí mismo, o en tan poca estima, como para desperdiciar su poco tiempo de vida útil con lecturas insufribles. De ahí que los ataques lanzados desde este sitio hayan sido siempre genéricos y no específicos, hacia la multitud que ha devaluado el concepto libro hasta los niveles actuales pero sin pararme a señalar objetivos concretos, ni mucho menos a meter el dedo en el ojo o a recubrir de cera derretida los genitales de quienes tienen los huevos de inundar de porquería nuestras bibliotecas: para huevos los de quienes no los tienen para salir del bucle de tontería y zafiedad con que se entretienen cada día a la vuelta del trabajo, se supone que leyendo.
La mala literatura ha impedido que autores de la talla de William Gaddis, John Barth, Donald Barthelme, Cynthia Ozick, William Gass y Kathy Acker, por nombrar sólo unos pocos, tengan la visibilidad que merecen por su enorme literatura. El concepto de “mala literatura” comprende tanto a escritores y editores como a lectores. La telebasura existe porque su audiencia está más que demostrada. Los malos libros se escriben e imprimen porque mucha gente los lee. Así que me dije basta de quejas y maldiciones y vudú, mejor concentrar esfuerzos y prestar atención sólo a lo que vale la pena; mejor poner de relieve que hundir en el lodo y mancharse las manos de barro; mejor cortar la luz de vez en cuando y encender una linterna; mejor bajar el volumen al mínimo y contar una historia sobre otra historia, siempre habrá alguien que la escuche.
Había una vez un tipo llamado Donald Barthelme. Otro tipo apellidado O’Hara le hizo una excelente entrevista hace treinta años que publicó la excelente The Paris Review. Barthelme le dijo a O’Hara que a su biografía “nadie le prestaría atención”. De más está aclarar que Barthelme era escritor, murió en 1989. En aquella mítica entrevista reveló que debajo del escritor satírico con la sociedad había una excelente (van tres) persona. (“La magia viene del subconsciente. Si es que existe alguna magia.”) Excepto por El rey, publicado en España por Círculo de Lectores, de su obra se han hecho cargo exclusivamente editoriales indies: Anagrama (cuando lo era), Reverso Ediciones y Sexto Piso. Sigue habiendo cosas suyas inéditas, algunas tan buenas como su primera novela, Snow White [Blancanieves]. No he leído El padre muerto, pero aquí lo han descubierto y les ha gustado por duplicado. (Acabo de leer unas páginas en Google Books y, sí, está bien; además es más "fácil" que Snow White.)
Al final de la entrevista, la conversación deriva hacia el estado de la literatura, las editoriales y la crítica. Se demuestra que con muy pocas palabras se pueden decir un montón de cosas:
Pero al cabo de unos días se me ocurrió una idea. ¿Y si titulaba el artículo con un par de insultos al escritor y a renglón seguido los desmintiera? Sería algo así como encabezar el texto con la frase: El otoño en Pekín, y luego hablar de otra cosa totalmente distinta. ¿Y si además el texto estuviera escrito con el estilo estándar de la crítica impresa (salvo excepciones) pero a modo de reseña bufa, por llamarlo de alguna manera? Al fin y al cabo la parodia la inventaron los griegos y la perfeccionaron los romanos, y desde entonces no hemos hecho sino imitarnos unos a otros, irrespetuosamente pero también a modo de homenaje —y de sumisión—, añadiendo menos innovación que mera cháchara a las letras tanto universales como suburbiales.
Como quería que tuviera la visibilidad necesaria para que los resultados del “experimento” fuesen concluyentes, lo envié a Revista de Letras. Allí lo publicaron, y no pasó nada. Nada de nada. Hubo un pico de visitas causadas por la curiosidad, pero fue flor de un día y adiós, al cajón del olvido. Será verdad que tiene más tirón la sangre que las alabanzas, pero según de quién sea la sangre derramada y si el navajazo es intencionado o tan sólo un amago.
Cervantes ya demostró que rajar de la escritura de los demás podía convertirse en un arte además de en un entretenimiento para la masa aburrida y ávida de mala leche. Su intención era erradicar, a base de sacarles los colores tanto a lectores como impresores, los best-sellers de la época. En nuestros días, no sólo la lasitud lectora facilita que la literatura dominante sea banal y esté copada por malas obras (la vagancia intelectual es connatural al ser humano), también la complacencia crítica —tanto profesional como amateur— ayuda no poco a que la mediocridad de los muchos oculte el genio de unos pocos. En serio que sería fantástico disponer de tiempo, que no de “espacio”, para gastarlo en denunciar todo lo malo que pulula por ahí; imagino que sería una ocupación tan divertida como a Cervantes tuvo que resultarle escribir sus críticas ácidas insertas en Don Quijote. Pero por otra parte genios como aquel ha habido y hay pocos, y esto es un blog y no una epopeya paródica ni un manual de satanismo literario, por lo que hacerlo desde presupuestos distintos al mencionado me pareció siempre una actitud de alguna manera paternalista con el lector (“No seas tonto, no leas esto”). Por no hablar de que el esfuerzo invertido en elogiar un libro es idéntico al de redactar una crítica feroz ferozmente fundamentada, y de que los libros malos se empiezan pero no se terminan, a no ser que uno se tenga tan poco respeto a sí mismo, o en tan poca estima, como para desperdiciar su poco tiempo de vida útil con lecturas insufribles. De ahí que los ataques lanzados desde este sitio hayan sido siempre genéricos y no específicos, hacia la multitud que ha devaluado el concepto libro hasta los niveles actuales pero sin pararme a señalar objetivos concretos, ni mucho menos a meter el dedo en el ojo o a recubrir de cera derretida los genitales de quienes tienen los huevos de inundar de porquería nuestras bibliotecas: para huevos los de quienes no los tienen para salir del bucle de tontería y zafiedad con que se entretienen cada día a la vuelta del trabajo, se supone que leyendo.
La mala literatura ha impedido que autores de la talla de William Gaddis, John Barth, Donald Barthelme, Cynthia Ozick, William Gass y Kathy Acker, por nombrar sólo unos pocos, tengan la visibilidad que merecen por su enorme literatura. El concepto de “mala literatura” comprende tanto a escritores y editores como a lectores. La telebasura existe porque su audiencia está más que demostrada. Los malos libros se escriben e imprimen porque mucha gente los lee. Así que me dije basta de quejas y maldiciones y vudú, mejor concentrar esfuerzos y prestar atención sólo a lo que vale la pena; mejor poner de relieve que hundir en el lodo y mancharse las manos de barro; mejor cortar la luz de vez en cuando y encender una linterna; mejor bajar el volumen al mínimo y contar una historia sobre otra historia, siempre habrá alguien que la escuche.
Había una vez un tipo llamado Donald Barthelme. Otro tipo apellidado O’Hara le hizo una excelente entrevista hace treinta años que publicó la excelente The Paris Review. Barthelme le dijo a O’Hara que a su biografía “nadie le prestaría atención”. De más está aclarar que Barthelme era escritor, murió en 1989. En aquella mítica entrevista reveló que debajo del escritor satírico con la sociedad había una excelente (van tres) persona. (“La magia viene del subconsciente. Si es que existe alguna magia.”) Excepto por El rey, publicado en España por Círculo de Lectores, de su obra se han hecho cargo exclusivamente editoriales indies: Anagrama (cuando lo era), Reverso Ediciones y Sexto Piso. Sigue habiendo cosas suyas inéditas, algunas tan buenas como su primera novela, Snow White [Blancanieves]. No he leído El padre muerto, pero aquí lo han descubierto y les ha gustado por duplicado. (Acabo de leer unas páginas en Google Books y, sí, está bien; además es más "fácil" que Snow White.)
Al final de la entrevista, la conversación deriva hacia el estado de la literatura, las editoriales y la crítica. Se demuestra que con muy pocas palabras se pueden decir un montón de cosas:
Entrevistador: ¿Qué piensa del mundo editorial? ¿Aumenta el Publishers Weekly su ritmo cardíaco? ¿Se le eriza el vello? ¿Y sobre la crítica? Si escribiera críticas, ¿sobre quién le gustaría escribir?
Barthelme: Hablando como miembro de la materia prima, he sido bien editado, pienso, con coherencia. No cabe duda de que mucho de lo que se publica en este país es algodón de azúcar y que el abarrotamiento de las librerías perjudica a los escritores. Por no hablar de lo que una dieta como esa le hace al estómago del cerebro, si eres lector. Aunque no puedes quejarte demasiado de todo eso; se trata de un pluralismo que permite que R. Crumb y Walter Benjamin y William Gaddis y Julia Child vivan todos juntos en el cielo de los libros de bolsillo. Pero estoy argumentado como un editor, lo que resulta ridículo. Algo más de vergüenza sería saludable.
E.: En el mundo académico lo habitual es señalar la atención que Ashbery recibe de los medios y los premios que ha ganado y así tratar de evidenciar que la poesía se encuentra en un momento nefasto, que la crítica carece de calidad, y que nadie sabe lo que pasa.
B.: Ashbery sería condenadamente difícil de atrapar, si fueras crítico. Los premios y tal son un indicio de que la gente entiende que él está haciendo algo importante, incluso si no entienden con precisión el qué. La primera vez que leí La tierra baldía, cuando era un crío, no tenía ni la más mínima idea de lo que tenía enfrente pero sin embargo dije “¡Hostias!” o algo así. Creo que el mismo Elliot escribió sobre que algo te sorprenda antes de comprenderlo. También hay una reacción negativa característica hacia la fama que es tan corriente como las judías, contar con ella.
E.: Se supone que un académico pone el mismo cuidado en un artículo erudito sobre usted que el que usted pone en uno de sus textos, porque ese es su oficio.
B.: Peter Yates, el crítico musical, dijo que el verdadero trabajo del crítico es elogiar, y que lo que no se puede elogiar debería envolverse con un apreciativo y premeditado silencio. Me gusta eso.
Barthelme: Hablando como miembro de la materia prima, he sido bien editado, pienso, con coherencia. No cabe duda de que mucho de lo que se publica en este país es algodón de azúcar y que el abarrotamiento de las librerías perjudica a los escritores. Por no hablar de lo que una dieta como esa le hace al estómago del cerebro, si eres lector. Aunque no puedes quejarte demasiado de todo eso; se trata de un pluralismo que permite que R. Crumb y Walter Benjamin y William Gaddis y Julia Child vivan todos juntos en el cielo de los libros de bolsillo. Pero estoy argumentado como un editor, lo que resulta ridículo. Algo más de vergüenza sería saludable.
En cuanto a la crítica, me habría gustado, si hubiera tenido la ocasión, haber escrito algún reconocimiento de Corrección, de Thomas Bernhard, o de El hombre aparece en el holoceno, de Max Frisch, o de alguno de los libros de Ashbery. Habría aprendido algo durante el proceso.
E.: En el mundo académico lo habitual es señalar la atención que Ashbery recibe de los medios y los premios que ha ganado y así tratar de evidenciar que la poesía se encuentra en un momento nefasto, que la crítica carece de calidad, y que nadie sabe lo que pasa.
B.: Ashbery sería condenadamente difícil de atrapar, si fueras crítico. Los premios y tal son un indicio de que la gente entiende que él está haciendo algo importante, incluso si no entienden con precisión el qué. La primera vez que leí La tierra baldía, cuando era un crío, no tenía ni la más mínima idea de lo que tenía enfrente pero sin embargo dije “¡Hostias!” o algo así. Creo que el mismo Elliot escribió sobre que algo te sorprenda antes de comprenderlo. También hay una reacción negativa característica hacia la fama que es tan corriente como las judías, contar con ella.
E.: Se supone que un académico pone el mismo cuidado en un artículo erudito sobre usted que el que usted pone en uno de sus textos, porque ese es su oficio.
B.: Peter Yates, el crítico musical, dijo que el verdadero trabajo del crítico es elogiar, y que lo que no se puede elogiar debería envolverse con un apreciativo y premeditado silencio. Me gusta eso.
12 comentarios:
Siempre se aprende de los grandes. Por eso no todo está perdido. Como lectora cuido mi estómago cerebral leyendo a los mejores. No sólo a escritores. Y los críticos también lo hacen. Aprenden de los grandes para tomar su testigo cuando ya no estén. Por eso el otro día, leyendo un artículo en El País titulado "El arte que agoniza", estaba de acuerdo con muchas cosas, pero no con que el arte de la crítica agonice. No, para nada. Se van los grandes, pero llegan otros con la lección aprendida.
De Barthelme me gusta su amplio punto de mira. El ver el lado bueno de la jungla editorial. Un gran tipo e inteligente. Al igual que él, pienso como Peter Yates, aunque a veces se me escape la vena guerrera y suelte: ¡vaya mierda!
Al fin y al cabo, Pilar, el opinador —crítico, reseñista, amateur o dummie— es parte de un mercado, quiere que su opinión sea consumida. Si un escritor se presta a juegos de marketing con tal de que su “figura” destaque, y para ello se duplica a sí mismo en tantas identidades digitales y físicas como medios tenga a su alcance, ese opinador tenderá a hacer lo propio. La utilidad de su opinión queda relegada a un segundo o tercer plano o incluso llega a desaparecer, lo importante es su situación, y si para ello ha de adoptar la pose del damnificado, la adoptará. El “No leas esto”: consejo paternalista si de veras es fundamentado —casi nunca—, o tiempo desperdiciado porque únicamente añade más estridencia al ruido, más desperdicio al vertedero. Casi siempre el silencio es más elocuente, y más bello, que el aullido.
Es algo así como la contaminación lumínica que no nos deja ver las estrellas. Tienes que subir muy alto para escapar de ella, o viajar a lugares casi deshabitados. El arte no agoniza, su voz está oculta por toda esa contaminación, todo ese ruido.
Sigues colocando raíles. Gracias, José Luis.
¿Por qué no empiezo a leerlos en su lengua? Supone más esfuerzo pero supongo que merecerá la pena.
La próxima generación, Bernardo, si lee, lo hará en versión original. Esa debería ser una de las metas de nuestro establishment cultural. Aunque destrozara parte de la industria actual, los españoles podrían convertirse en editores en varias lenguas.
Es Sergi Pàmies, no Pamiés.
Corregido.
Curioso experimento.
Estoy con Barthelme (al que no he leído, por cierto, ¿qué tal "El rey"?): yo leo "La tierra baldía", y no entiendo la mitad, pero te atrapa. Y no sé por qué.
Por cierto, después de una experiencia friki-literaria total, estoy enganchadísima al "Ulises". Hay poco tiempo en esta vida como para leer basura (tanto en crítica como en ficción).
Arte
"El rey" es friki, desde luego, y corta. Podrías probar.
Ulises de Joyce engancha como pocas novelas. Hay ahí de todo, y para todos los gustos (quienes tengan de eso, claro). Aunque no sea precisamente de los mejores capítulos, en el sentido que los académicos darían a ese "mejores", recuerdo el divertidísimo comienzo de uno de ellos dedicado al Padre Conmee. Hace ya muchos años que la leí, quizá deba releerla ya.
También a mí me han entrado ganas de releer "Ulises". Lo cierto es que, en realidad, cuando la leí, sólo estaba en español la traducción de José María Valverde, traductor tan prestigioso en tiempos como generalmente reprobado en la actualidad. Veo que ahora están también la de José Salas en Círculo (entre otras editoriales) y la de María Luisa Venegas en Cátedra. Curioso: consultando el ISBN, veo que son dos traductores que sólo han traducido esta obra. ¿Alguna recomendación al respecto?
Hola, Francisco.
Yo tengo la traducción de José Salas, que es la única que he leído, en la edición de Planeta, Clásicos Universales. Recuerdo estar sumergido en el libro, sin preocuparme de detalles tipo "esto no suena bien", "esto parece literal o forzado", etc. Quiero decir que no recuerdo haberlos encontrado, tú que eres traductor sabes a qué me refiero.
Lo de Valverde, o lo de Miguel Sáenz, ya puestos, no lo comprendo. En el caso de Sáenz, los lectores españoles echamos los dientes leyendo "su" Bernhard, y aquí todo el mundo alucinaba y alucina. Pero ahora resulta que el trabajo no fue todo lo fino que debió ser, que los traductores se tomaron "libertades", e incluso que no sabían el suficiente inglés o alemán o que no se tomaron la molestia de comprender al ciento por ciento (expresión bernhardiana vía Sáenz) lo que estaban traduciendo. Vale: ¿y qué? Por mi parte, leyendo estos últimos años algunas cosas de esas que son vergonzosas de verdad, los pecadillos de Valverde y Sáenz (como no he leído las obras originales me resulta imposible hacer más valoraciones que las que dicta la emoción) me traen sin cuidado.
Si todos los que hemos escarbado un poco más allá de la superficie largáramos sobre los "pecadillos" de los traductores actuales, el mundo de la edición importada se vendría abajo en más de un sentido. Creo que es mejor disfrutar de un libro.
Saludos.
De lo del Bernhard de Sáenz no sé nada (y si me aportaras información, te lo agradecería), pero el problema con Valverde es que lo suyo, al parecer, eran más que pecadillos... Incluso creo recordar que el propio José Salas justificó en su momento la necesidad de una nueva traducción en español.
Es extraordinariamente complicado, al menos para mí, criticar una traducción (y me irritan mucho quienes, ante un error que perfectamente puede ser aislado o que a veces ni siquiera lo es en realidad, se "cargan" en los medios de comunicación "oficiales" un trabajo de centenares o miles de horas), aunque lo cierto es que durante mi ejercicio profesional me he encontrado con casos de mala práctica absolutamente flagrantes, algunos de ellos perpetrados por todos unos señores premios nacionales de traducción, en los que en muy pocas páginas la suma de bestialidades era tremenda. Dicho esto, tal vez la única crítica realmente constructiva fuera la de volver a traducir la obra para intentar solventar los aspectos que a uno le han parecido defectuosos, que es lo que estoy haciendo yo con dos colegas, con uno traduciendo a Henry James y con otro a Heine.
Traducir literatura es, según el propio Sáenz, manjar de dioses, pero es poco menos que imposible no errar o en la interpretación o en la redacción en la propia lengua de todas y cada una de las palabras y las frases de la obra en cuestión. Sería poco menos que milagroso encontrar una traducción de un monumento lingüístico como el "Ulises" que fuera irreprochable, pero, pese a todo, siempre las habrá mejores y peores. El colega con el que estoy haciendo el James tiene muchísimas traducciones de la obra que estamos traduciendo en castellano, catalán, francés e italiano, y, cuando la frase es especialmente delicada de resolver o muy ambigua, consultamos esas traducciones. Las españolas suelen ser las peores, las que más veces, ante una dificultad evidente de traducción, sencillamente la omiten u ofrecen una solución que en castellano no se sostiene. Eso, por ejemplo, me parece un error evidente.
En fin, el tema de para mucho (y, en efecto, a poco que se rascara, el "negocio de la traducción importada" quedaría expuesto como una gran impostura, por su propia naturaleza: mala preparación del traductor, tarifas bajas de las editoriales, márgenes de tiempo escasos...), pero sólo quiero felicitarte por escribir tan bien y promover la lectura de obras difíciles, pero esenciales.
Se me pasó el comentario, Francisco. He estado fuera y volví ayer. Lo siento.
Lo de Sáenz me lo comentaron sin ejemplos, y de Bernhard sólo tengo "Amras" en v.o. y en español, y la verdad veo innecesario ponerse a darle al lápiz. Es más que posible que esos comentarios intenten abrir hueco, más que aportar algo constructivo a un panorama muy relajado por las prácticas de las grandes editoriales.
Creo que la mayoría de literatura que se traduce coge el impulso por la fama y/o ventas del autor en otros mercados, sin tener demasiado en cuenta las características propias del producto en sí. Y creo que esto ha sido así, mayoritariamente, desde siempre, no sólo ahora. Una editorial compra los derechos de un libro en español y le encarga el trabajo a un traductor, y ese traductor tiene un plazo determinado para entregar su trabajo y una serie de bocas que alimentar (o sólo la suya, da lo mismo) y hasta es posible que, en la mayoría de ocasiones, no haya leído al autor antes y no conozca su idiosincracia y tics lingüísticos, etc. Cuánto se pierde ahí, sea por la prisa o por mero desconocimiento, cuántos dobles sentidos y cosas escondidas, etc. La técnica de comparar ediciones en varios idiomas es genial, y evita muchos quebraderos de cabeza.
Gracias por la lectura, y por la paciencia.
Saludos.
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