Preliminares. El sábado fui a comprar libros y casi no me llevo ninguno. En la librería vi una gran torre de ejemplares de Libertad, de Jonathan Franzen, al increíble precio de 25 euros. Cierto que la novela se anuncia como la novedad literaria más esperada del año (o algo así), y que tanto su envergadura como la alcurnia de sus blurbs prometen un buen rendimiento de la inversión. Pero 25 euros. Entonces me acerqué hasta la sección de literatura en otros idiomas para buscar Freedom, también de Franzen, y encontré dos formatos a precios distintos: el más majo, 13 euros; el de bolsillo, sólo 8.
Finalmente gasté 13. Soy un sibarita.
Marchando. Con los 12 euros que me sobraron del intento de estafa español me propuse redondear la tarde. Tenía dos opciones: aumentar mi fondo de bolsillo, porque a la tapa dura hispánica no llegaba con esas dos mil pesetas antiguas, o cambiar las monedas por tapas blandas y alguna cerveza, pues por aquí todavía hay barras en las que por tan poco entregan un montón (y bueno) a cambio.
Materia. Porque otro problema era elegir bien entre tanto libro. Aquella librería no representaba mal el mercado en tanto que diversidad de gustos y opiniones, y tampoco en cuanto a variedad de la oferta disponible en cuestión de editoriales, autores y títulos. Es decir, según como se mire, demasiados libros. Y sin estar todos: esa misma mañana había acabado la lectura de uno de relatos de un autor novel de reciente edición cuya calidad, a mi juicio, superaba a buena parte de los allí expuestos. Me lo regaló precisamente el editor, quien ya sabe que, aunque agradezca su contribución a aumentar mi caos doméstico, no por eso pensaba dedicarle al susodicho más de cinco minutos y, encima, en plan borde. (Pero releo y es mentira: ni soy borde ni dedico a un libro menos de cinco minutos, aunque sean malos, que no es el caso.)
Digresión (1). Acabo de soltar un par de vulgaridades: Si un editor te regala un libro, No es por Impulso; automáticamente autor y título son sospechosos vicarios de urdimbre antirreglamentaria, de compadreo, de intento de soborno. Lo que lleva implícito el otro tópico: que él es alguien, que yo no soy menos y que vosotros tampoco os quedáis atrás; el juego paraliterario de toda la vida, exportadas sus reglas y consecuencias a un ecosistema de relaciones que no hace uso del papel, ni del dinero.
Continuación. Sin embargo ya hacía algunos meses que no recibía este tipo de obsequios sin haberlos solicitado. Vale que el verano y las vacaciones y la crisis, pero también mi mutismo respecto de antiguas liberalidades promocionales y tanto hablar, en cambio, de obras canónicas, privilegiadas, complicadísimas y casi imposibles de encontrar. (Y es que no sé por qué se escribe siempre sobre los mismos libros, los más nuevos o los más famosos. Que algo tan fuera de onda como la literatura tenga que adherirse también a las modas y usar sus mismas armas: la novedad, la fama, el salir en muchas pantallas y direcciones, el estar bien posicionado, llamar una atención que se sabe esquizofrénica para al final lamentarse de que todo haya sido para nada, una mierda.) Y, con todo, me regaló aquel libro. Quizá también por eso el sábado nos gastamos el excedente libresco en lo que nos pedía el estómago y no el cerebro. Pero además porque, ya lo he dicho, en aquella librería famosa no estaba la literatura tan bien representada como sus gestores y adláteres del business literario piensan.
Presentación. El libro de marras se titula Fricciones (juego de palabras con el Ficciones borgiano y las caricias, roces, abrazos o lo que se tercie entre humanos) y lo ha escrito Pablo Martín Sánchez; lo que equivale a decir, fuera de su ámbito familiar, sus amigos y su editor —y yo, ahora—, Nadie. Años: 34; origen: Cataluña; formación: Arte Dramático, Teoría de la Literatura, Literatura Comparada, máster en Humanidades (graduado en el primero, licenciado en el resto); ocupaciones conocidas: perpetrador de varias revistas literarias, investigador en Francia, librero, coleccionista, pertenencia a banda letrada, cuentista premiado, doctorando y novelista en ciernes; además, lector empedernido; no lo he encontrado en facebook. Su currículum deja a las claras cuáles son sus pasiones, o su pasión: no una reputación basada en lo espurio sino un hacer asentado en el conocimiento exhaustivo; no unas clases en un tallercillo barato sino años de codos y un continuo acarreo de libros; no una inspiración caprichosa y aleatoria sino un desechar constante por saberlo ya concebido, hecho y publicado.
Industria del libro. El editor y yo hicimos una parada para refrescar nuestras gargantas en un apartado bar donde en ese momento, me avisó, se homenajeaba a un poeta, en su día muy activista, muerto por sobredosis siendo aún una joven promesa. Y fue allí donde, ajenos a la cháchara aburridísima con que un par de oradores intentaban anestesiar a la escasa audiencia, el editor me sugirió que leyera un relato concreto del libro pero yo, que quería llevarle la contraria en todo, empecé por el principio: un tipo que abre los ojos al son del despertador y sale atropelladamente de casa para darse de bruces con un mundo donde todos están dormidos, portero, transeúntes, presentadoras de televisión, y que al clamar al cielo, “¡¿Pero se puede saber qué cojones es esto?!”, recibe “como única respuesta un atronador ronquido que resuena urbi et orbi”. A buen entendedor pocas palabras bastan. Tenía que leer ese libro en un sitio tranquilo. Así que despachamos tres o cuatro cervezas más, nos hicimos socios de un club de fumadores, bebimos sendos gintonics de hielo y humo y nos despedimos hasta la siguiente.
Volver. ¿Qué tiene que contar el tal Pablo (iba a poner David) que no sepamos ya? ¿O acaso no se trate del qué sino más bien del cómo (otro escritor más derrochador de estilo, estética y cosmética), del dónde (que ha viajado y quiere vender su diario en lugar de colgar las fotos en Flickr) o del cuándo (de aquel su enamoramiento/descenso a los infiernos en Calvados, Hokkaido o San Vicente del Raspeig)? Porque no quería pensar en el quién; si la tónica era la del primer relato, el sujeto sería lo de menos y lo importante estaría al fondo. Sí, esta crítica iba a ser difícil, o de las buenas (de las que me gustan).
Clasificando. Ante todo quería extraer de la lectura una filiación distinta de la que el editor me había sugerido (para darle más caña): perequiano, de Perec, Georges. Por fortuna la olvidé y sólo la he recordado ahora, al consultar el prólogo de Monterroso y comprobar que el autor dividió sus relatos en tres grupos en los que no reparé por la glotonería de ir pasando páginas.David Pablo es, de acuerdo, francés en el sentido lúdico del gentilicio. Su capacidad para convertir la seriedad en golpes de efecto, la literatura en fábula, la filología en temática, la ciencia en dislate, la antigüedad en modernidad, la metaliteratura en relato y el futuro en palabras es sorprendente para un, no se olvide, autor novel. No estaba ante un primerizo en el sentido exacto del término. Allí había materia, como suele decirse, por un tubo. Y por debajo de las cosas que dice hay otras cosas, unas obvias y otras no tanto. Seguro que llevaba tiempo dudando si saltar o no. Dándole vueltas a las ideas, escribiendo, tachando, corrigiendo. Si no, no se explica. (Digresión (2)) Que un tipo así aparezca de la nada. Quiero decir que no ha habido anuncios ni fuegos artificiales. Escribió un libro de relatos, lo mandó a editoriales y ha sido mi amigo quien ha tenido la suerte de atraparlo. Suponemos que envió el libro a otros que callaron, se acojonaron, quebraron, murieron o dijeron No. Y que de los que dijeron sí mi amigo ha sido el elegido. Qué suerte poder editar un primer libro como este. Y también de poder leerlo. Yo mismo he tenido esa gran suerte. Si no llego a llamar al editor para proponerle tomar una cerveza, ahora no sabría determinadas cosas que he aprendido de y en este libro de relatos. (Un momento: voy a hacer la crítica y sigo con lo mío, que me gusta mucho más: “El propio autor, colocando aquel texto de Monterroso al inicio, se inhibe de clasificarse, y yo voy a incurrir en el tercer tópico de este texto adjudicándole el de inclasificable por misceláneo y el de fantástico por bien escrito”. Ya está. Sigo.) He leído pocos relatos tan buenos, aparte los de Borges, los de Cortázar, algunos españoles y otros norteamericanos. Exagero, he leído muchos relatos buenos. No pertenezco al grupo de aquellos que odian el relato; es más, de alguna manera, los colecciono. Cierto que hay muchos relatos malos, no porque no tengan “mensaje” o no sean “literarios”, ni tan siquiera porque estén “mal escritos”. Todo eso es excusable. La mayoría de relatos malos lo son por culpa de que se les nota a la legua la nerviosa búsqueda de efectismo. La sorpresa, o el chiste, el gag. Pablo Martín ofrece efectos que no se ven venir, que te explotan en la cara. Entrega ingenio, y el lector —desagradecido como pocos— sigue leyendo y termina el libro. A ese lector le ha parecido bueno, aún más: magnífico. Incluso lamenta que algunas ideas se le ocurrieran a él y, por pereza, no las llevara a la práctica y haya sido Martín quien las pusiera por escrito en su lugar. A otros les pasó lo mismo, verbigracia, Baudelaire: “Se me acusa, a mí, de imitar a Edgar Poe. ¿Sabe Vd. por qué he traducido con tanta paciencia a Poe? Porque se me parecía. La primera vez que abrí un libro de él, vi, con horror y alborozo, no sólo temas soñados por mí, sino frases pensadas por mí y escritas por él veinte años antes” (p. 125). También pensó en trasladar la literatura a campos excéntricos, como por ejemplo el de los prospectos farmacéuticos, pero también aquí se le adelantó Martín: “Ósculos® (Vía Oral) … Interacciones: El uso simultáneo de componentes alcohólicos y/o psicotrópicos puede ocasionar un aumento de los efectos de ambos … Posología: … La administración de dosis excesivas y a largo plazo puede crear dependencia” (p. 47 a 50). No se le ocurrió, sin embargo, hacer “poesía métrica” (p. 137), ni abordar a Bolaño cuando ambos vivían en Blanes (p. 127) tras haber recibido calabazas de un Fresán mohíno, ni tampoco relatar un juego con la metaliteratura a modo de banalización de sus procesos y sus lugares comunes (p. 69) ni hacer malabares con los logros de Sócrates, Descartes y Einstein tal que fallos del famoso entretenimiento de Rubik (p. 81). Y así hasta terminar el libro entero. No, ya no se fabrican relatos como éstos. Que narren con inteligencia y sin la sensación de que el autor se ha dedicado a cubrir el expediente; que no ha escrito por el mero hecho de escribir, de arrancar o de seguir escribiendo. Merecería la pena discutir por qué el relato ha llegado a la situación que ha llegado en España. Cuáles son las causas y quiénes sus causantes. Inanidad y banalización presiden el panorama cuentístico español. Menos mal que aún surgen escritores como este Pablo, que entregan tanto (y tan bueno) a cambio de tan poco.
P.S.: Tampoco pensé jamás buscar un periódico del día en que nací (aunque a él se lo regalaron) y llamar a los teléfonos de los anuncios clasificados. Qué cabrón el Pablo Martín Sánchez.
Finalmente gasté 13. Soy un sibarita.
Marchando. Con los 12 euros que me sobraron del intento de estafa español me propuse redondear la tarde. Tenía dos opciones: aumentar mi fondo de bolsillo, porque a la tapa dura hispánica no llegaba con esas dos mil pesetas antiguas, o cambiar las monedas por tapas blandas y alguna cerveza, pues por aquí todavía hay barras en las que por tan poco entregan un montón (y bueno) a cambio.
Materia. Porque otro problema era elegir bien entre tanto libro. Aquella librería no representaba mal el mercado en tanto que diversidad de gustos y opiniones, y tampoco en cuanto a variedad de la oferta disponible en cuestión de editoriales, autores y títulos. Es decir, según como se mire, demasiados libros. Y sin estar todos: esa misma mañana había acabado la lectura de uno de relatos de un autor novel de reciente edición cuya calidad, a mi juicio, superaba a buena parte de los allí expuestos. Me lo regaló precisamente el editor, quien ya sabe que, aunque agradezca su contribución a aumentar mi caos doméstico, no por eso pensaba dedicarle al susodicho más de cinco minutos y, encima, en plan borde. (Pero releo y es mentira: ni soy borde ni dedico a un libro menos de cinco minutos, aunque sean malos, que no es el caso.)
Digresión (1). Acabo de soltar un par de vulgaridades: Si un editor te regala un libro, No es por Impulso; automáticamente autor y título son sospechosos vicarios de urdimbre antirreglamentaria, de compadreo, de intento de soborno. Lo que lleva implícito el otro tópico: que él es alguien, que yo no soy menos y que vosotros tampoco os quedáis atrás; el juego paraliterario de toda la vida, exportadas sus reglas y consecuencias a un ecosistema de relaciones que no hace uso del papel, ni del dinero.
Continuación. Sin embargo ya hacía algunos meses que no recibía este tipo de obsequios sin haberlos solicitado. Vale que el verano y las vacaciones y la crisis, pero también mi mutismo respecto de antiguas liberalidades promocionales y tanto hablar, en cambio, de obras canónicas, privilegiadas, complicadísimas y casi imposibles de encontrar. (Y es que no sé por qué se escribe siempre sobre los mismos libros, los más nuevos o los más famosos. Que algo tan fuera de onda como la literatura tenga que adherirse también a las modas y usar sus mismas armas: la novedad, la fama, el salir en muchas pantallas y direcciones, el estar bien posicionado, llamar una atención que se sabe esquizofrénica para al final lamentarse de que todo haya sido para nada, una mierda.) Y, con todo, me regaló aquel libro. Quizá también por eso el sábado nos gastamos el excedente libresco en lo que nos pedía el estómago y no el cerebro. Pero además porque, ya lo he dicho, en aquella librería famosa no estaba la literatura tan bien representada como sus gestores y adláteres del business literario piensan.
Presentación. El libro de marras se titula Fricciones (juego de palabras con el Ficciones borgiano y las caricias, roces, abrazos o lo que se tercie entre humanos) y lo ha escrito Pablo Martín Sánchez; lo que equivale a decir, fuera de su ámbito familiar, sus amigos y su editor —y yo, ahora—, Nadie. Años: 34; origen: Cataluña; formación: Arte Dramático, Teoría de la Literatura, Literatura Comparada, máster en Humanidades (graduado en el primero, licenciado en el resto); ocupaciones conocidas: perpetrador de varias revistas literarias, investigador en Francia, librero, coleccionista, pertenencia a banda letrada, cuentista premiado, doctorando y novelista en ciernes; además, lector empedernido; no lo he encontrado en facebook. Su currículum deja a las claras cuáles son sus pasiones, o su pasión: no una reputación basada en lo espurio sino un hacer asentado en el conocimiento exhaustivo; no unas clases en un tallercillo barato sino años de codos y un continuo acarreo de libros; no una inspiración caprichosa y aleatoria sino un desechar constante por saberlo ya concebido, hecho y publicado.
Industria del libro. El editor y yo hicimos una parada para refrescar nuestras gargantas en un apartado bar donde en ese momento, me avisó, se homenajeaba a un poeta, en su día muy activista, muerto por sobredosis siendo aún una joven promesa. Y fue allí donde, ajenos a la cháchara aburridísima con que un par de oradores intentaban anestesiar a la escasa audiencia, el editor me sugirió que leyera un relato concreto del libro pero yo, que quería llevarle la contraria en todo, empecé por el principio: un tipo que abre los ojos al son del despertador y sale atropelladamente de casa para darse de bruces con un mundo donde todos están dormidos, portero, transeúntes, presentadoras de televisión, y que al clamar al cielo, “¡¿Pero se puede saber qué cojones es esto?!”, recibe “como única respuesta un atronador ronquido que resuena urbi et orbi”. A buen entendedor pocas palabras bastan. Tenía que leer ese libro en un sitio tranquilo. Así que despachamos tres o cuatro cervezas más, nos hicimos socios de un club de fumadores, bebimos sendos gintonics de hielo y humo y nos despedimos hasta la siguiente.
Volver. ¿Qué tiene que contar el tal Pablo (iba a poner David) que no sepamos ya? ¿O acaso no se trate del qué sino más bien del cómo (otro escritor más derrochador de estilo, estética y cosmética), del dónde (que ha viajado y quiere vender su diario en lugar de colgar las fotos en Flickr) o del cuándo (de aquel su enamoramiento/descenso a los infiernos en Calvados, Hokkaido o San Vicente del Raspeig)? Porque no quería pensar en el quién; si la tónica era la del primer relato, el sujeto sería lo de menos y lo importante estaría al fondo. Sí, esta crítica iba a ser difícil, o de las buenas (de las que me gustan).
Clasificando. Ante todo quería extraer de la lectura una filiación distinta de la que el editor me había sugerido (para darle más caña): perequiano, de Perec, Georges. Por fortuna la olvidé y sólo la he recordado ahora, al consultar el prólogo de Monterroso y comprobar que el autor dividió sus relatos en tres grupos en los que no reparé por la glotonería de ir pasando páginas.
P.S.: Tampoco pensé jamás buscar un periódico del día en que nací (aunque a él se lo regalaron) y llamar a los teléfonos de los anuncios clasificados. Qué cabrón el Pablo Martín Sánchez.
7 comentarios:
Jo, ya estamos. Tú y tus lecturas imposibles. Imposibles de encontrar, digo.
A mí me ha ocurrido lo mismo con la novela de Franzen. Creo que me pasaré por la biblioteca. Para compensar mi paseo por la librería, mis ojos dieron con un título y un autor que guardaba en la memoria después de leer a Barnes: "Pelo de zanahoria" de Jules Renard. Vamos que directa o indirectamente te has adueñado de mis lecturas.
Creo que es de las críticas más positivas, entusiastas (y sin embargo sinceras) que he leído en tiempo.
Y me ha convencido para comprar/buscar el libro, al final.
Querida Pilar, sí, lo del Franzen castellano es un robo injustificable. suerte que existen las bibliotecas y las ediciones originales. Y esas conexiones entre autores y libros, tan nutritivas...
Guillem, gracias. A los dos os dejo el link del distribuidor donde podéis pedir el libro (aunque sale a la venta el día 10 y podréis encontrarlo en las principales librerías): http://www.udllibros.com/libro-fricciones-9770050017
¿Haciendo amigos JL?
El libro suena bien pero ya supongo que será malo de conseguir. La reentré de este año se come las estanterías. De todos modos ya sabes que lo mío no son los relatos. Me lo anoto igualmente por si en el futuro...
¿El de Franzen 13 euros en original y 25 en español? Qué caro el traductor, no? Es broma. Yo vengo de recogerlo de la biblioteca. 0 euros me ha costado. Estoy muy contento con la no-compra.
Un saludo,
¿Lo dices por el eunuco de los chupachups? No te preocupes, vino rebotado. Ya se sabe, la hora era mala y el pobrecico se encontraba solo y se derramó...
Importar es lo caro, Carlos. Y la traducción también, en más de un sentido: prueba a poner uno y otro al lado, a ver si te gusta más lo que escribió Franzen o lo que has pedido prestado.
Pues aqui una que lo ha comprado, vaya el de 25 €.
Leyendolo estoy.
Genial reseña José Luís.
Un abrazo
Gracias, Madison.
Abrazos.
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