16 jun 2011

Una noche con Roberto Bolaño

Lo que sigue a continuación es una fiel reproducción escrita de los sucesos acaecidos en mi domicilio particular el día 12 junio de 2011 entre las 03:00 am y las 06:00 am, aproximadamente.

El sábado por la noche estuve conversando con Roberto Bolaño, el escritor fallecido en 2003. Pude haber conocido a Bolaño mucho antes de que se hiciera famoso con su literatura, mucho antes de que los gringos lo descubrieran y con sus libros pasara lo que ha terminado pasando, por supuesto muchos años antes de que el término bolañista fuera acuñado para designar a sus seguidores, a sus fans, a sus lectores reincidentes, a sus mejores (pero también a sus peores) plagiarios tanto de pose como de estilo. Bolaño me dijo el sábado por la noche que el escritor vive de la exageración y se da a conocer con malentendidos, lo que me dejó pensando un buen rato mientras él se dedicó a examinar mis libros y, como buen fantasma que es ahora, a trastocar algunos posts de mi blog, llegando incluso a eliminar un par de ellos. Estos son muy malos, dijo Bolaño, y en estos de aquí se nota demasiado el odio y en estos otros el miedo. Fue entonces cuando borró dos, uno de los malos y otro de los del odio. Los del miedo te los dejo, dijo, nunca sabes cúando los puedes necesitar. ¿Y el del odio que falta?, pregunté. “Ése también podrías necesitarlo en el futuro” fue su respuesta, enigmática como buena parte de su literatura.

Roberto Bolaño era el sábado por la noche, huelga decirlo, una presencia vagamente incorpórea. Conservaba sus gafas de grandes lentes redondas de las que siempre pensé que, más que ayudarle a ver mejor el mundo, le defendían de éste. Yo llevaba puesto el pijama pues era muy tarde y la culpa de que no estuviera durmiendo la tenían los imbéciles de mis vecinos, que me desvelaron con sus gritos y carcajadas alcohólicas. Cuando esto sucede —casi nunca en invierno, a menudo en verano pues se ve que el aburrimiento les invade e intentan ahuyentarlo bebiendo whisky barato del Lidl— me levanto y me pongo a leer, pero ayer por la noche pensé en escribir y por eso subí y encendí el ordenador sin antes prender la luz. Cuando la pantalla se iluminó, me di cuenta de que Bolaño ya estaba allí sentado, en el pequeño sofá que hay tras la silla donde trabajo. El escritor leía, sin abrirlo, un volumen de las Obras Completas de Elias Canetti. Mi primer sentimiento fue de vergüenza pues, como he dicho, yo estaba en pijama y Bolaño lucía ropa de calle: vaqueros y camisa beige. No te preocupes, hombre, dijo, en tu lugar yo iría vestido igual. Como era evidente que estaba ante el fantasma de un escritor (pero un escritor al que yo, sin ser bolañista, admiro), mi primer impulso fue cederle el asiento y que lo que tenía pensado escribir mientras la juerga de mis vecinos arreciaba lo escribiera él. Pero entonces dijo: Ni lo pienses, y añadió: El mito es una historia cuya frescura aumenta con la repetición. A lo que yo respondí: La muerte no calla nada... Seguimos así unas cuantas frases más, jugando un ping-pong aforístico con base en Canetti. Fue entonces cuando se levantó y comenzó a curiosear los demás libros. Pensé en ofrecerle, no sé, un café, una cerveza o un zumo, pero él se anticipó y me dijo que, por fortuna, ya no necesitaba nada de eso para entretenerse o mantenerse despierto o dormido, según los casos. Ahora siempre es vigilia, y lo veo todo mucho más claro. Como ¿por ejemplo? Pues que también la inmortalidad tiene usureros (de nuevo Canetti). ¿Y eso te molesta? Qué va, lo digo sólo por aprovechar la frase antes de dejar el libro, tampoco hubiera podido traerme aquí, donde estoy, mi historia, ni mi verdad ni mi literatura, tanto la publicada como la inacabada. ¿Echas de menos algo? Claro: la familia, los amigos, la gente. Aquí no hay gente, sólo muertos (risas).

La cosa siguió así, de este tenor, como solía decirse. Saqué todos los libros suyos que tengo para que me los firmara, pero no fue capaz de agarrar un boli ni aun visionando la parte de Ghost en que Patrick Swayze aprende a hacerlo; solamente logró que volara en círculos, sin el afinamiento necesario para producir trazos escritos.


Le conté cosas de mi vida, pues dijo que yo de la suya sabía ya demasiadas y no era justo tal desequilibrio. Así fue como acabó curioseando en mi blog, borrando un par de textos y luego entrando en mi cuenta de facebook, todo ello con un extraño poder paranormal cuyo funcionamiento me explicó bajo juramento de guardar el secreto hasta que también yo muriera. Al entrar en facebook, quedó decepcionado por el grado de estupidez geométrica que pueden llegar a alcanzar los vivos. ¿Una herramienta como esta y este es el uso que se le da?, preguntó de forma retórica. Antes de que pudiera responderle, los sonidos guturales (como de sesión orgiástica de primates) provenientes de la casa de al lado se intensificaron de tal manera que temí despertaran a mi familia. Hasta entonces sólo yo parecía escucharlos, y con Bolaño hablaba en susurros. Vaya salvajes, dijo. Sí, dije, él es un pobre sarasa que no ha salido nunca del armario. Trabaja como falso ingeniero en una fábrica de faros para automóviles. Hace veinticinco años la conoció a ella haciendo la calle en el polígono industrial donde está la fábrica. Ella lo vio primero a él, sondeando plan y, cuando se dio cuenta de que buscaba un hombre y no una mujer, le amenazó con contar su desviación a los bestias de la fábrica, a los machos ibéricos del consejo directivo, a las viejas de la limpieza y a los calvos que atendían el bar adonde iba todos los días a desayunar. A cambio de su silencio sólo quería un puesto de trabajo bien remunerado. Además de amenazas, también hubo algunas lágrimas y la confidencia de que tenía un hijo pequeño al que mantener. Al ingeniero no le quedó otra opción que contratarla en la fábrica como limpiadora. Lo que a la postre resultó ser semidesastroso, pues la prostituta excallejera ejercía ahora de despacho en despacho. Antepongo semi al desastre porque la virilidad del ingeniero, antes en entredicho por la mera sospecha de su mariconismo rampante, se vio reforzada al haber sido él y no otro quien trajera semejante putón verbenero a un entorno tan aburrido y tan dado a la mariconería como el fabril. El ingeniero, aunque irreversiblemente homosexual, era listo y vio la oportunidad de fabricar un simulacro familiar redondo: llegar a un trato con la fulana mediante el cual ella dejara de pelear por un sobresueldo y él pudiera continuar sus devaneos de loca sin preocuparse ya de pullas y habladurías. Y para cerrar el círculo tuvieron una hija que ahora tiene veintitantos años y está en el paro, sosteniendo la estadística nacional. ¿Y el otro hijo?, preguntó Bolaño. Se fue hace unos meses. ¿Y tú cómo sabes todo eso? Por la portera.

No hacía falta pegar la oreja al tabique para darse cuenta de que las voces al otro lado eran reproches a tres bandas llenas de insultos. Un drama bernhardiano a la española. Fue entonces cuando le propuse a mi nuevo amigo que provocara un poltergeist en la casa de al lado, para asustarlos, como venganza por el escándalo nocturno. No hace falta tanto, dijo él. Espera. Y desapareció. Al cabo de un par de minutos el ruido cesó y Bolaño volvió a materializarse a mi lado. ¿Qué has hecho?, le pregunté. Y me contó otro truco paranormal bajo el mismo juramento que he explicado más arriba.

La noche no era ya tan oscura y de nuevo empezaba a tener sueño. Pero ahora Bolaño, estimulado por la historia de maricas que yo le había contado, recordaba sus clasificaciones de poetas. Como siempre tuve claro por qué recurría a las relaciones entre homosexualidad y poesía, no le pregunté la razón de tanta insistencia en el tema, aunque sí si pensaba que el asunto era extensible a los novelistas. Por supuesto, respondió, todos son locas sin excepción. Sólo hay que ver cómo se buscan entre ellos, los orgasmos que tienen cada vez que se escribe sobre sus figuras o sus obras, ese histrionismo al abrazarse, el constante hablar los unos de los otros: maricones perdidos, sin duda alguna. ¿Y los críticos?, pregunté con un bostezo. Ésos son aún peores. Se dice que cada vez que escriben una de sus críticas tienen las más fuertes erecciones (ahora su mirada descansaba en el lomo de un Lichtenberg viejo), aunque evidentemente les gusta dar más que recibir. ¿Y los críticos que también son novelistas o poetas y viceversa? En realidad no se puede ser las dos cosas a la vez, dijo, y normalmente el mal crítico es un genial novelista secreto, aunque por sus obras no lo parezca, o el mal novelista es un crítico buenísimo, aun cuando sus críticas sean infumables. Si pudieran tener el Olimpo para ellos solos, añadió, serían felices.

Seguimos hablando un rato más y amanecía cuando decidió que ya era hora de marcharse. Me di cuenta entonces de cómo había malgastado el raro privilegio de estar con un inmortal de la literatura (a lo que Bolaño dijo, entre paréntesis, que me merecía una bofetada) y se me ocurrió pedirle su número de teléfono. “O alguna otra forma de hablar contigo de vez en cuando”. Entonces abrió el Photoshop y retocó hábilmente una imagen de una ouija cibernética que tenía archivada en el PC. Con esto podemos comunicarnos. Colócala en el blog para que quienes lo deseen puedan también hacerme preguntas, ya me pensaré a cuáles contestaré y a cuáles no. De acuerdo, respondí. Y me quedé dormido. No recuerdo si nos dijimos adiós.

Te desmayaste, buey, y no pude decirte que había cogido prestado un libro que ya te devolveré.
El de la Ibarz, “No hables de mí cuando me vaya” o “No parlis de mi quan me’n vagi”.
De acuerdo. Y tú no olvides escribir un texto sobre mi última novela inacabada…
Bueno, bueno, bueno… He ido a tu blog, González, y me he asomado al mismísimo abismo, he visto la cara insondable e irremediable de la puta novedad… Si de verdad quieres salvarte, si no quieres quedarte el resto de tu vida enganchado a una mesa de Novedades, a un eterno presente insustancial y vanidoso en su fugacidad, Carlos, VE HACIA LA LUZ pero ANTES DE MORIRTE, COÑO.
Esa novela no acaba nunca, Anónimo. Esa novela está inconclusa, inacabada, irresuelta. Esa novela no es una novela como tal sino un puñado de papeles cosidos con el mejor argumento y la mejor factura que nuestro creador supo y quiso darnos. Esa novela la puedes terminar tú mismo (¿o misma?), Anónimo (¿Anónima?).
Esa pregunta capciosa me toca responderla a mí, que estuve enganchado a todo, hasta a la literatura (en general) y a los hombres (en particular). Como siempre, este tipo de leyendas la alimentan los gringos, que a falta de materia sobre la que escribir, cogen lo primero que les cae a mano y lo deforman hasta hacerlo parecer realidad. De la burda.
Tú, tú, siempre tú... Obsesionado por nada, amor, si acaso por un buen guagüis. Quizá preocupado tú (que tampoco) por que te haga salir del armario (pero nunca entraste), bujarrón.
Ya lo sé, querido amigo. Pero piensa que una de les primeres lliçons pràctiques de la postmodernitat és que la ruïna és desitjable (Mercè Ibarz, 21). Así, en nuestra ruina hecha deseo naceremos cuando estemos muertos. Cuando no haya sangre ni carne que cuidar y todos los abismos se hayan igualado… No te preocupes por la imagen, aunque parezca de Arcimboldo “bibliotecario”, soy yo. Siempre soy yo.
Siento decepcionarte querido (¿querida?) M. No hay “otro mundo”. Eso que llamamos la “otra vida” está realmente aquí al lado, a la vuelta de una esquina que no podemos ver como no podemos “ver” los rayos infrarrojos, como no podemos apreciar, desde nuestra posición de enanos, que la Tierra es redonda, y como no podemos (o no queremos) advertir que la variedad de lenguas es más una tara del desarrollo humano que una muestra de su acervo cultural. Roberto cogió esa novela porque antes había leído otra de la misma autora, “La tierra retirada” (que también “cogió prestada” de la misma vivienda, sólo que del buzón postal), en castellano, editada por una editorial minúscula. Respondo yo en su lugar porque anoche estuvo de juerga y se acostó entrada la mañana, aún duerme.
¡Bien dicho! ¡Ole!
Amalfitano se siente inclinado a cuidarme, puesto que yo cuidé de él en su momento. Y como en cierto modo lo dejé inconcluso, tiende a completarse por su cuenta aunque sea con teorías robadas. No se lo tengas a mal. Respecto del catalán, lo leo igual que el francés y el inglés, e incluso que el alemán (aunque en un relato en el que yo era viajante de comercio tirara una novela policíaca en ese idioma a la basura por incomprensible…) y el portugués y el italiano. E incluso que el castellano y el gallego y el valenciano (el euskera no me dio tiempo a asimilarlo y tuve que conformarme con sus traducciones…). Para mí las lenguas no fueron otra cosa que vehículos de expresión, cada una con su personalidad, claro, y con sus poetas y escritores, sus sarasas y sus bujarrones y sus magníficas negras, o rubias. En realidad yo no prefería a ninguna, las prefería a todas.

12 comentarios:

José Luis Amores dijo...

Roberto, ¿estás ahí?, manifiéstate... Cuéntame, ¿nos dijimos adiós?

José Luis Amores dijo...

¿Cuál, macho?

José Luis Amores dijo...

Muy apropiado… Bueno, ya ves que he montado lo que me dijiste de la ouija y tal. Al lado de cada comentario, si lo has respondido, aparecerá un icono pinchando en el cual nosotros, literatos semivivos, podremos ver y leer una grabación de tu respuesta. No olvides decirme si el libro de la Ibarz te ha gustado o no, cuando acabes de leerlo.

La Medicina de Tongoy dijo...

¡Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte! No me lo puedo creer. Bien, deja que me serene.

[...]

Ya está. ¿Me permites, JL? Perdón, es que estoy un poco nervioso. Tengo muchas ganas de participar pero sólo se me ocurren tonterías. Bueno, hay una cosa que siempre he querido saber y nunca he tenido a quien preguntar. Bueno, había una señora paralítica en casa de mi abuela, cuando vivía, que dice mi madre que ahora es un fantasma que grita por las noches pero sólo se la escucha con una de esas viejas grabadoras que no tengo. Dice también mi madre que la grabadora del móvil no sirve pero yo creo que me miente. Bueno da igual, el caso es que hay algo que me atormenta desde niño, cuando ví Poltergeist por primera vez y recordé el otro día que pasaron por la tele la reposición. Pensé en irme en cosa a casa abandonada de mi abuela a preguntárselo a la pobre enferma pero si está el Sr.Bolaño aquí casi que se lo pregunto a él y así me ahorro la gasolina que va carísima.
La pregunta, sí, perdón. Sr.Bolaño, Sr.Bolaño, por favor contésteme a esta pregunta que para mí es vital: cuando uno se muere, ¿debe o no debe ir hacia la luz?
Ya sé que debería preguntarle algo de sus libros o por Carlos Cano, a quien yo quería mucho o si había pensado en usar este sistema para escribir algún libro más pero la verdad es que con todo lo que tengo por leer casi me hace un favor si se está quieto.

Nada mas, Sr. Bolaño, me ha gustado mucho hablar con usted o lo que sea esto. Si algún se quiere pasar por mi casa le prometo que al contrario que JL yo sí le pondré pastitas y una copita de vino dulce.

Anónimo dijo...

Señor Bolaño, por favor, necesito saber cómo termina “Los sinsabores del verdadero policía”. Es vital para mí, señor Bolaño. Gracias.

Sargento dijo...

Roberto. Estuviste enganchado a la heroina? De ser cierto, como influyó en tu obra esa adicción?
La sargento Margaret

La Medicina de Tongoy dijo...

Sargento, yo no sé si lo estuvo o no (enganchado) pero si lo estuvo se ve que influyó muy positivamente. Bolaño le dirá que no porque sabe que este blog lo leen los niños y bastante tiene con estar muerto para encima que lo acusen de ser un mal ejemplo. Angelito.

Anónimo dijo...

Hola, Roberto, soy yo, jamás me dijiste por qué esa obsesión por los maricas sarasas maricones damiselas, y tanto olvido de mí, tu negra. ¿Estás ahí, puto?

José Luis Amores dijo...

Te voy a contar, Roberto, cosas que la otra noche no te conté porque era tarde (o demasiado temprano) y no había entre los dos la confianza de ahora. La literatura está mal, España está mal. Pero eso ya lo sé, me dirás (moviendo enloquecidamente la pieza esa de arriba), sé que Borges vendió 37 ejemplares de “Historia de la eternidad”, y que Beckett malvivía en una chambre de bonne, y que la pobreza es adicta a la literatura o la literatura no casa bien con la prosperidad, lo sé y siempre lo supe. Me dirás también que no hizo falta que murieras para obtener algo de reconocimiento en vida y también la cuota normal de enemigos y de plagiarios y parásitos, pero que sí fue necesaria (tu muerte) para que aquel cacho de reconocimiento fermentara y rebosara de los bordes del pozo seco en que la literatura se hundió hasta convertirse tu nombre tan castellano en algo a repetir por personas que no te han leído y nunca te leerán. España está mal, Roberto, y la literatura peor que mal. Si en lugar de manifestarte tú el pasado sábado en casa se hubieran manifestado algún político inepto, una famosa casposa, un torero follador de coños folclóricos cazafortunas o algún entrenador/jugador de fútbol iletrado (de los que suman con los dedos y escupen sobre sus parejas), este blog hubiera hecho crack. Si me hubiera cagado en los delincuentes hambrientos (en los clochards profesionales) que han estropeado la estética flower del 15M, el blog se hubiera partido en pedazos. Si hubiera dicho las cuatro verdades tópicas sobre Botín el delincuente (cuya familia se forró, se forra y se forrará a costa de, literalmente, sangre y muertos prematuros), Google hubiera cerrado ya el blog. Si hubiera denunciado la brutal corrupción existente en el Sistema Societario Mundial (donde cabemos todos pues todos estamos retratados y todos aceptamos defecar los unos encima de los otros)…, probablemente tampoco hubiera habido mucho más “movimiento” que ofreciendo tú, como ofreces, la posibilidad de dar a tu imagen póstuma una dimensión divertida y no la trágica y mendaz que te otorgan tus falsos fans… Así están las cosas, Roberto. Gente muerta sin que medie certificación clínica alguna. La dominación de la idiocia genéticamente avanzada. Gente de mierda en un país de mierda en un continente de mierda en un mundo de mierda. La gran “torre de mierda” en el desierto (con su aburrimiento y sus oásis de horror), como dijiste alguna vez. Y la mayor mierda de todas: la literatura, esa puta. Lo siento, tío.

M. dijo...

Bolaño leyendo una novela catalana, en catalán quiero decir... Hummmmm. ¿Será cosa del otro mundo? ¿Tantos poderes tiene el otro mundo?

M. dijo...

Qué poco sentido del humor tiene este Amalfitano... Como si no supiéramos lo de la "otra vida" desde el joven R y sus mundos que están en éste y en la publicidad... Eso de la tara del desarrollo humano que da lugar a la torre de Babel está más visto que el tebeo. Bolaño, boludo, ponga desorden en todo esto, ande, que este su Amalfitano es demasiado convencional, no me de la lata con las lenguas, caramba. Y de paso deje ya de mangar libros, hombre, que vaya lío le está causando a Bolmangani.

Anónimo dijo...

No conozco mucho la obra de Bolaño, es una asignatura pendiente.
Pero el último libro de Mercè Ibarz me ha gustado mucho...
Dice mucho sobre Barcelona, las cosas escondidas para la mirada de una extranjera, como yo...

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