Cuando encuentro una obra en la que su autor ha plasmado aquello que le ha parecido sin tener in mente un determinado grupo o nicho de lectores sólo puedo quitarme el sombrero, porque ese autor, además de ser verdaderamente libre, confía en la inteligencia de quienes van a leer su obra, y no hay mejor reconocimiento por parte de un escritor hacia sus lectores que esa confianza casi ciega en ellos. Hablo de Óscar Gual, uno de esos raros narradores delante de cuyas obras uno ha de quitárselo, el sombrero. Uno de esos narradores difícil de encontrar aun en catálogos multidisciplinares y por ello poco comunes. Gual escribe ficciones imposibles, como esos anuncios que aparecían en aquellas revistas semipulp de nuestra infancia y cuyo único objetivo era cambiar ilusión por algo de calderilla y unas semanas de espera. Aunque en su caso, en ese cambio quien sale perdiendo es él, porque a cambio de esas monedas entrega verdadero arte y no sucedáneos ni facsímiles. Además, y para común regocijo, dice pasarse la vida tecleando incluso sin teclado bajo sus dedos. Si no me creéis, leedlo y comprobadlo por vosotros mismos. Todos tenemos montones de manías, al menos todos los vivos vivos. Por suerte, Gual está vivo vivo y tiene un puñado de excelentes fijaciones que son carne de escritura de cinco estrellas.
Os cuento: me quedan veintiséis páginas para terminar la lectura de Fabulosos monos marinos, el último libro de Óscar Gual, y he parado para escribir esto —que aviso será un texto nada ortodoxo y contrario a las más elementales normas publicitarias, por si queréis ir dejándolo tras este párrafo y no perder el tiempo en su lectura íntegra—. Antes leí Cut and Roll, su anterior novela, y quienes dicen que no es necesario leer la primera para comprender la segunda no andan descaminados, no, pero yo recomiendo mantener el orden de las dos obras publicadas por Gual. Primero Cut and Roll y después Fabulosos monos marinos. Y mejor si las lecturas son seguidas, una detrás de otra. ¿Por qué? Principalmente por dos razones (y luego doy más a quien pueda interesar): 1) porque las alternativas literarias son escasas, y las de Gual están en el Top Twenty-two de las maníacas, perdón, magníficas listas de lecturas que llevo ponderando por escrito en estos meses; y 2) porque os lo pasaréis en grande, literaria y lúdicamente hablando, lo que es mucho pedirle a un único autor, incluso si sólo ha publicado dos veces. [Opción A: dejar de leer esto y leer a Óscar Gual]
[Opción B: leer más sobre las novelas de Óscar Gual antes de leer las novelas de Óscar Gual] Por lo que veo todavía seguís aquí tres o cuatro. Bien, ya me encargaré de que abandonéis antes de llegar al final. Soy más fuerte que vosotros, y vuestra paciencia es inversamente proporcional a mi capacidad para insertar excentricidades entre las líneas de una crítica literaria. A Óscar Gual le gusta el heavy metal, si no no se explica la temática de las novelas que escribe. En Cut and Roll el protagonista se dedica a reconfigurar la fisionomía de los clientes de su jefa, un ser demoníaco con quien aquéllos pactaron para alcanzar determinados objetivos artísticos o de notoriedad. Un pie a cambio de ser la modelo number one, el cuero cabelludo por convertirse en un dj de la leche, ambos brazos por perfeccionar el método interpretativo más revolucionario de la historia teatral. Una trama ingeniosa centrada, por una vez, en quienes reclaman el cumplimiento de un contrato y no en los firmantes. En quienes cobran deudas a los contratantes o los abajo firmantes. Por el ambiente creado en la novela, al principio me venía a la mente el Señor Lobo, de Pulp Fiction, ya sabéis, ese que solucionaba “problemas”. Pero pronto se me fue de la cabeza, no entiendo cómo me he acordado ni por qué lo escribo aquí ahora. No importa, ya lo utilizaré más adelante. Quedaos con que el tipo recauda trozos de cuerpos por el famoso método del corte (Cut) y que le gusta el rock (and Roll). Además es informático, y el autor —que también lo es— ha introducido trozos de scripts narrativos para redondear el estilo.
Después vino Fabulosos monos marinos. Si en Cut and roll el escritor despedaza seres humanos, ciudades y hasta las rancias concepciones artísticas pasto de las mass e incluso mid-cults, en la siguiente es la propia concepción de temática, personaje, escenario y mundo quienes son rociados con gasolina. El proceso de su lectura es como asistir al lento ritual de sacar un cigarrillo, un Zippo, prender la llama, encender la brasa, dar una primera calada, expulsar el humo y, tras soltar una carcajada escalofriante, lanzar el mechero hacia las páginas.
Recapitulemos: Tarantino, heavy metal, sangre, demonios, javascript, arte, destrucción de: Cut and Roll; Fabulosos monos marinos. ¿Pueden hacerse novelas con estos ingredientes? Falta el estilo fundamental, sí. He leído alguna crítica tonta que dice que Óscar Gual plagia el de Chuck Palahniuk. Quienes hayan absorbido todo Palahniuk no habrán caído en que su forma de escribir la había patentado a su nombre. Los de la penúltima frase parecen afirmar que si a alguien se le ocurre redactar la mayor parte de su relato en presente de indicativo, con frases cortas e intercalando puntos entre sintagmas está plagiando o parodiando al admirador declarado de Amy Hempel. Que si además escribe imágenes crudas y no se corta un pelo en introducir descuartizamiento y alguna evisceración en sus párrafos, es un discípulo del discípulo de Tom Spanbauer. Y ya puestos, pero sin el ánimo de una inservible exhaustividad, si supieran abrir algo más el campo, dirían que si ese autor intercala en su desarrollo críticas y biografías de grupos musicales está copiando la idea de... Bret Easton Ellis en American Psycho, ¡bingo! Gran descubrimiento: autores que parece que se inspiran en otros autores por el mero hecho de utilizar determinados ritmos narrativos (sintaxis, verbos). El único escritor contemporáneo claramente homenajeado en la narrativa de Óscar Gual es Robert Juan-Cantavella vía su creación punkjournalista Trevor Escargot; vía el inserto paródico que narra una experiencia de inmersión cultural de las del antropólogo polaco Bronisłav K. Malinowski; y vía la inclusión de otro punto de vista de una determinada y magnífica escena de su novela El Dorado (ésta también es conveniente leerla junto con Cut and Roll y Fabulosos monos marinos y os diré por qué con un ejemplo: ¿qué es mejor, comer un plato de jamón de pata negra a palo seco, o un plato de jamón de pata negra con una botella de Pesquera y unos taquitos de queso de Zamora —un método como cualquier otro para colocarse—?; vosotros mismos).
Venga, abandonad ya y no perdáis más tiempo sin leer a Gual y a su aportado compañero Juan-Cantavella. [Opción C: Exit and Read]
[Opción D: continuar asistiendo a este pastiche antes de leer las recomendaciones literarias anteriores] Vamos quedando menos. Vosotros dos y yo, que aún tengo pendientes esas veintiséis páginas finales. Aunque antes he de haceros una pregunta importante:
¿Os gusta el heavy metal?
La historia de los grupos musicales puros y no prefabricados por las discográficas o el dinero de papá es, en general, fascinante. Gual se extiende sobre algunas de ellas con el detalle y sentido de la oportunidad de un maestro. No al modo del citado Bret Easton Ellis (magnífico también), que aislaba las de determinados discos de Génesis, Pink Floyd y otros artistas más en capítulos estancos. Óscar Gual prefiere colocarlas dentro de la narración principal, como si ésta fuese una chupa de cuero que decorara y autentificara con las historias de Black Sabbath, Judas Priest, Kyuss y Metallica. Biografías grupales perfectamente narradas por las que, estoy seguro, los literatos puros habrán pasado de puntillas, al igual que en el caso de las referencias al Black Metal en la última narración de Javier Calvo.
Hay lectores a quienes nos pirran leer esas biografías. El suicida Zweig conocía esta histórica debilidad humana y obtuvo su cuota de éxito mediante la actividad de contar vidas ajenas (con unos objetivos y estilo que, no sin razón, horrorizaban a su compatriota Canetti). Ahora, cuando la blanda wikipedia ha barrido al Who is who, extrañamos autores que, sin aquellos tintes melodramáticos, enriquezcan sus ficciones con miradas estimulantes a vidas verdaderamente vividas. Queremos más, y queremos que nos sean contadas como lo hace Gual: existencias reales como recurso narrativo anexo a la actividad principal, la literaria, sin menoscabo ni sacrificio de ésta. Y de nuevo en tal terreno Óscar Gual es un genio. El día de mañana, si un recaudador llamado Joel no me corta las manos, yo quisiera escribir su biografía, plagiando su estilo. [Opción E: ésta ha sido rápida: date prisa, la librería aún no ha cerrado]
[Opción F: tu cabeza es de mármol y le das al pegamento a falta de verdadera droga dura..., pues toma candela] La fidelidad a la pureza en la era del mestizaje es una de las manifestaciones de la inopia. Ese tipo de monogamia cultural caducó y las estanterías de género derraman una peste inconcebible. Porque las formas artísticas evolucionaron hacia una suerte de hibridación sin vuelta atrás, sin ctrl+z ni operaciones cosméticas que rehabiliten sus raíces fundacionales. Quienes advirtieron y celebraron la tendencia supieron convertir sus propias obras en ese arte bastardo mal clasificado como inclasificable. Ya no se es más, por citar ejemplos, autor de novela negra o de ciencia ficción o de ensayo. Se es autor. Y el arte es únicamente calificable como bueno o malo. Afiliarlo a un determinado género por vía de su temática —o su forma— es práctica trasnochada que sólo pudiera ser válida para consumidores, no para lectores o, como acaso sería mejor decir, espectadores.
Sí, hay historias escritas que, más que lectores, demandan asistentes, auditorio, público. Una es Cut and Roll, otra Fabulosos monos marinos. El lector no lee estos libros, asiste a su representación. En esta representación hay concursos televisivos, torturas, juicios, escenas carcelarias, escenas detectivescas, trazas de amor, robos, escenas eróticas, tecnoficción, asesinatos, política, motines, música, entrevistas, filosofía, performances bioartísticas, antropología, teatro, socioficción, extinciones masivas: li-te-ra-tu-ra en grado superlativo a la que se asiste sin la ácida sensación de no pertenecer a un reducido grupo falsamente high-cult ni a una vergonzante y masificada versión beta del Homo erectus. Mentes inteligentes. Pero sobre todo mentes abiertas y festivas. Mentes inclasificables. [End Sub]
[Out of memory] Cuando hice la lista de las lecturas que más había disfrutado en 2010, sabía que corría el riesgo de precipitarme. No: me precipité a sabiendas, buscando un efecto de redondeo que una vez le vi hacer a otro lector empedernido que llamaré Viejo Crítico. Había leído Cut and Roll pero no Fabulosos monos marinos, y hojeando éste me había dado cuenta de que era una especie de secreción evolucionada de aquél. Una refinada vuelta de tuerca. Por eso preferí no incluir ninguna de las dos obras, aunque sí dije en otro texto que Gual me parecía uno de los veintidós mejores jóvenes narradores en español. Por eso hago coincidir ahora ambos guarismos, el de las veintiuna obras más disfrutadas del año y el de los veintidós mejores narradores en español, añadiendo al primero un doble volumen imprescindible: C&R y FMM. Como un doble CD grabado en directo y adquirido tal que un bootleg en el mercado negro cultural.
La literatura de Óscar Gual ha puesto el broche del año literario para mí. Con esto ya estoy colocado hasta las cejas. [Merry Christmas]
[Post scriptum construido por el Viejo Método del reciclaje de párrafos desechados]
1. Como decía Arthur Schopenhauer, toda música «hay que escucharla dos veces», para poder apreciar su valor más allá de su mera apariencia estética. Me temo que Óscar Gual y yo hemos pervertido dicha norma respecto de determinadas músicas, respecto de determinadas literaturas. Me temo que la reincidencia con las obras de este escritor vaya en un futuro más allá de aquel escueto par.
2. Absurdo continuar manteniendo un zoológico de formatos artísticos lleno de jaulas abiertas y vacías. Ya no cabe hablar de novelas, ni de relatos, ni por supuesto de géneros. Es pertinente convenir literatura, representación, escritura sin más ornamentos artificiales ni taxonomías que la binaria y simple buena/mala. Y ésta puede y debe expandirse vertical y horizontalmente, y no limitarse al plano tridimensional del formato y el género.
3. Ni Cut and Roll es una novela de detectives, ni Fabulosos monos marinos es un libro de relatos interconectados entre sí por medio de ingeniosos y/o caprichosos mecanismos literarios. Ambos títulos encierran un ejercicio de performances —literaria, musical, identitaria, biológica, filosófica, psicológica, informática— barajadas en un cúmulo de poses —detectivesca, punk, ensayística, periodística, televisiva— que devienen dos grandes capítulos de la historia literaria de nuestro arruinado país.
4. La expresión eres un artista implica el mismo nivel de reconocimiento que eres un monstruo o eres la polla. El lenguaje experimenta una evolución más allá de su sentido estético, más allá de una mera adaptación del reconocimiento formal a la jerga suburbial. Dependiendo del contexto, el autor es transformado por el espectador en virtuoso, en prodigio o en falo, ya sea por por un acto o una creación suya. Dependiendo de la obra, ese autor pasa de ser mero artista a convertirse en agón, y los espectadores de su obra en sucesivos agonístes celebradores de su arte y, por ello, cómplices del mismo.
5. He terminado de leer Posdata, aquellas páginas finales. He terminado de leer Fabulosos monos marinos.
5 comentarios:
Llevo algún tiempo leyendo tus posts, y uno nunca sabe por dónde vas a salir en la próxima. Pero con esto ya me quedo de piedra... Voy a hacerte caso y a comprar el primero de los dos libros que recomiendas, y si me gusta te lo haré saber. Feliz Navidad.
Gracias por la lectura y el seguimiento, Jaime. La lectura de Cut and roll no te defraudará, seguro (ni tampoco la de Fabulosos monos marinos y El Dorado).
Te deseo felices fiestas a ti también.
Vale, vale, ¡maldita sea, ya vamos! No tendría que haber leído esto a estas horas. Hasta mañana, nada que hacer.
Rubén, una idea: te la cambio por una de Pynchon que no me sepa
uh, te tengo por imbatible y yo me sé perfectamente batible. Prefiero esperar que se haga la madrugá mañana y asaltar una librería.
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