En un libro que, para no perder la costumbre, no habéis leído, Jessica Livingston, periodista, supongo, realiza treinta y dos (32) entrevistas a sendas/os fundadoras/es de empresas tecnológicas —norteamericanas, naturalmente—. El libro se llama Founders at work. Stories of Startups' early days, y fue publicado en 2007 por Apress, editorial un tanto alegre con sus selecciones pero que con esta obra obtuvo el pleno al quince. Supongo que no habrá traducción al castellano, y para qué, si en España a esto de trabajar —traba ¿qué?— se le está perdiendo la poca costumbre que había.
Livingstone se reunió con esos fundadores de empresas tecnológicas, enfocadas fundamentalmente en negocios basados en la Red, e intentó escarbar en los orígenes de sus éxitos, con el ánimo didáctico de ofrecer a los lectores un pelotazo motivador que desterrara miedos y los moviera a la acción. Todos los casos presentados son atractivos y reveladores de la creatividad, ingenio y verdadero esfuerzo invertido por los fundadores, además de la confianza puestas en éstos por quienes se atrevieron a financiar aventuras que, sólo después de múltiples traspiés, devengaron pingües beneficios. Pero los que más me llamaron la atención fueron los de PayPal, Blogger, ArsDigita, TripAdvisor y Flickr, precisamente por la combinación de tesón y afán de remoción de los obstáculos que se interpusieron en los senderos de gloria de sus dueños. Para que os hagáis una idea traduzco un par de párrafos del caso Blogger: “Evan Williams cofundó Pyra Labs en 1999. En sus orígenes, Pyra pretendía construir una herramienta de gestión de proyectos web. Williams desarrolló Blogger para gestionar su bitácora personal, y rápidamente se convirtió en pieza importante para compartir ideas internamente en Pyra. Una vez lanzado públicamente, Blogger creció con rapidez, y Pira Labs decidió focalizarse en él a tiempo completo. Pero Blogger no generaba muchos ingresos al principio, y como la Burbuja Tecnológica estalló en 2001, Pyra estuvo al borde de la muerte. Williams permaneció como único empleado, y gestionó la vuelta de la compañía desde el abismo. En 2003, Blogger tenía un millón de usuarios registrados, lo que atrajo la atención de Google, que hizo de Pyra su primera adquisición”. Fijaos en los intervalos: 1999-2001-2003. Un puñado de meses. Impresionante, ¿no? Un párrafo más del propio Williams a una pregunta de Livinsgtone (“¿Hubo algún otro momento verdaderamente estresante?”): “¿Bromeas?, muchos. Por ejemplo, cuando la web fue hackeada el día de Navidad. Yo estaba en Iowa, visitando a mi madre, y no tenía más opción que intentar resolver el problema la mañana siguiente. Alguien tuvo la idea de actualizar la base de datos cambiando las contraseñas de miles de usuarios por el número 1, de lo que la gente empezó a darse cuenta cuando no podían logearse y usaban la funcionalidad de recuperación de contraseña vía email. Tener tu site hackeado ya es bastante estresante, pero si además estás en Iowa intentando reparar el daño mediante una conexión analógica y un pequeño portátil... Y no tenía administrador de sistemas ni nadie más trabajando para mí en aquel momento”.
Huelga decir que la lectura de este libro es bastante más fructífera que la de la mayoría de basura literaria que circula por las decadentes librerías de nuestro acabado país.
Pues bien, he ido a ver La red social, porque gentes de cuyo criterio uno puede fiarse me dijeron que era una obra maestra que además versaba sobre estos temas. Sus creadores han dramatizado personajes, situaciones, anécdotas. La pura verdad es engorrosa y no interesa a nadie. Los cuentos pierden con la verborrea del escritor. El cine vino para ahorrarle a los antiguos lectores esos detalles superfluos perfectamente intercambiables por un combo XXL de palomitas de maíz. Yo lo sé, David Fincher lo sabe. En La red social se utiliza esta, por lo que parece, desconocida técnica narrativa. Como sé que no vais a verla, os resumiré de qué va.
Mark Zuckerberg es un estudiante de Harvard que tiene una cita en un pub con Erika Albright, estudiante de la Universidad de Boston. Erika es guapa, Mark no. La conversación de Mark versa sobre todo lo contrario a lo que las habilidades sociales convencionales le aconsejarían utilizar como temas idóneos para este tipo de ocasiones. Insulta a Erika mediante un largo script que pivota sobre varios nodos de mordacidad e ironía, en lo que a él podría parecerle una forma de desplegar su inteligencia ante ella, a modo de pavoneo, y así mostrarle su sincero interés emocional, pero que a ella le suscita rechazo. Erika se va, lo deja plantado. Mark corre a lo largo de interminables avenidas, parques y jardines. Llega a su habitación en el campus y, al mismo tiempo que introduce minientradas en su blog denigrando la fisonomía y carácter de Erika, construye una web en la que puede votarse a la tía más maciza de múltiples pares de fotografías robadas de diferentes directorios universitarios. La web recibe 22.000 visitas en dos horas. Es reconvenido por los responsables del campus. Debido al éxito de la idea, un par de gemelos con dinero le proponen la construcción de una web de citas entre universitarios. Mark acepta, pero sin embargo se pone manos a la obra para construir TheFacebook. El resto es conocido por todo aquel que lea algún titular de periódico: construye la web con la financiación mínima de un amigo, la hace pública, tiene éxito, los gemelos se cabrean, conoce al fundador de Napster, deja TheFacebook en simplemente Facebook, obtiene financiación de unos business angels, se expande a otras universidades, otros países, se enfrenta a juicios a pares, tiene más éxito, recibe más dinero para la empresa, se quita de en medio al amigo que financió sus orígenes, también al fundador de Napster. La película termina con Zuckerberg en la sala de reuniones del bufete de abogados que le defiende, solo, conectado a Facebook, con la ficha de Erika Albright en pantalla. Hace clic sobre el botón Agregar como amiga. Inmediatamente, pulsa Actualizar. Y otra vez. Y otra. Y otra...
La historia que se cuenta en La red social no es la del fundador de Facebook, sino la de un joven extremadamente creativo que se enamora de una chica y no sabe bien qué hacer para ser correspondido tras una sucesión de torpezas sin parangón. La falta de tacto de Zuckerberg es manifiesta. No es solamente un friki, es peor que eso porque casi ningún friki es inteligente y Zuckerberg sí lo es. Por lo que el rechazo es aún más doloroso. La comprensión cabal del fracaso se torna insoportable, y la venganza —recuérdese que, al fin y al cabo, Zuckerberg es un crío— es desproporcionada respecto al desdén recibido.
Podemos interpretar que sólo para tener la oportunidad de volver a ser amigo de Erika, Mark —sí, ahora lo tuteamos porque ya hemos asumido su punto de vista y nos ha llevado al huerto— lleva a Facebook hasta donde la conocemos: un mix de Orgullo y prejuicio con el James Dean de Gigante como protagonista antiatractivo y Erika la Beatrice dantesca, anhelada y no conseguida. Todo ha sido hecho, pues, por algo tan antiguo como el ser humano: el amor. También es válida la conjetura de que sólo para elevar su idea hasta sus máximas posibilidades, Mark se esfuerza al máximo personalmente y va atrayendo a quienes le aportan valor, a la par que aleja de sí a todo aquel que pudiera transformarse en parásito de su éxito o en un lastre en el camino hacia la cima. Finalmente, estarán los que vean en Mark a un simple ladrón de ideas, aunque la película lo equipare en determinados momentos —dada la diferencia socioeconómica entre él y los gemelos ricachones que, en definitiva, sólo quieren aprovechar su inteligencia para lucrarse— a un nuevo Prometeo que roba el fuego posmoderno para ofrecerlo, gratuitamente, a los mortales que terminarán adorándolo por ello.
Pero más allá de las interpretaciones, la brillantez de la película está en el enfoque dado a unas circunstancias que, de no haber llegado Facebook a donde ha llegado, serían tan banales como las de cualquier otra historia empresarial exitosa con prospecto de pareja de por medio. No hay mito en La red social. Salvo en un par de cortas escenas sobrantes, no encontraréis la habitual recreación sobre brechas intelectuales aunque, eso sí, se dé un justo papel a cierta clase de jerga especializada que puede desorientar a más de uno. Hay soledad, incomprensión, por supuesto odio; recuérdese que Mark acaba solo. El dinero aparece poco, y como medio para alcanzar fines sin límites mensurables, sólo señalados por hitos arbitrarios y, en cierto modo, propiedad de las sencillas cábalas del hombre común. Es el eslogan publicitario de la película lo que la define a la perfección: “No haces 500 millones de amigos sin ganarte algunos enemigos”. Una frase que me recordó la historia particular de Evan Williams, creador de Blogger: jodido pero luchando por algo en lo que cree ciegamente y, en cierta forma como Mark Zuckerberg, totalmente solo.
4 comentarios:
la historia tal como la cuentas se enmarca perfectamente en la teoría de las fuerzas reactivas de Nietzsche, el resentimiento como motor de la acción en este mundo de filisteos- ahora parece que nos llamamos frikis.
Tengo que ver la peli, pero tal como la cuentas, parece aquella vieja historia del chico que se supera a sí mismo de pura rabia, tipo Paris, el de la de Troya, pero más feíto (¿es por eso lo de friki, Anónimo?). ¿No tengo a la chica? voy y la armo. No sé si va por ahí. Creo que a los chicos de USA les van mucho las pelis de griegos que no soportan el fracaso. Tienen el umbral bajísimo en esa sociedad (dicen). De todas formas, iba a verla, por Fincher.
Saludos repartidos.
Un friki es aquel que se sale de los menús de la moda estética, pero también dialéctica. Sin embargo, el término ha perdido fuerza, como todo cuyo uso termina desgastando. Se generaliza y se incluye a quienes no deberían pertenecer a dicha clasificación. Como gustan de decir ahora: accedieron al mainstream, o a la Main Street. Y, sí, el resentimiento es uno de los motores, el otro es el amor. Dos fuerzas cuya unión mueve, y destroza, montañas.
Hay rabia, sí, pero también creatividad e inteligencia bien dirigidas. No se escatima la muestra de malas artes. Si se simpatiza con el protagonista es porque, por fin, estamos aprendiendo a colocarnos no siempre en el lado políticamente correcto.
Un saludo.
Uff, explicarse. Sí , lo de friki era por lo de feo por fuera y por dentro dios sabrá. Desear algo desde la rabia no puede ser bueno, aunque es casi la única manera que tiene el individuo de hacerse con el objeto de su deseo. De ahí dos consecuencias: que haya individuos que "triunfen" al fracasar y que, cosa mucho más frecuente, casi todo el mundo encuentre en la copa del triunfo el más agrio de los vinagres del espíritu.
-Hoy tengo a Oblomov subido a la chepa.
saludos
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