“Me encanta como escribe esta mujer”, dice un escritor en su muro de facebook refiriéndose a un artículo de Ángeles Caso en La Vanguardia, y lo veo por casualidad e intento leerlo, el artículo, de 603 palabras, y ya en la tercera frase adivino su contenido íntegro, tema, “mensaje” y conclusión. Pero no lo dice en broma. Aunque el texto de Caso sea una basura objetiva que hace innecesaria cualquier exégesis, se ve que a él le gusta de veras. Es amigo de un amigo que sabe de literatura, pero su otro amigo de “escritura” no tiene ni idea.
Lo anterior en realidad es una excusa para entrar en materia. La escritura de Ángeles Caso es pésima y su pensamiento es acomodaticio al del “común de los mortales” (pero si uno se limitara a relacionarse con gente que entiende y sabe con fundamento qué es escribir y, sobre todo, pensar bien, la mayoría de los días acabaría hablando con la pared, y por ahora me resisto a estrechar tanto el círculo). El común de los mortales es corto de entendederas (“hay realmente poquísi¬ma gente que tenga el instrumental necesario para tratar con lo obvio”, David Foster Wallace en La niña del pelo raro), entiende de dinero —de forma binaria: lo tengo, no lo tengo— y de poco más. “Hijo mío, trabaja para los pobres, que hay muchos”, decía el abuelo de un socio que tuve. Si sustituimos pobreza por imbecilidad, el target se amplía considerablemente. Los editores lo saben, y quienes, además de entenderlo, asumieron y pusieron en práctica el consejo adulterado anterior se han hecho de oro. Ángeles Caso fue premio Planeta; otro.
Javier Marías ya sabía que sabía que el libro se iba a vender bien. Un poco menos que el anterior, es lo malo de las trilogías. O quizá no, aquél podía reactivar las ventas del primero de la serie; fácil imaginar entonces lo que sucedería con el tercero: todo ese suspense fermentando euros durante el tiempo que tardara en escribirlo —y además avisando en alguno de sus artículos de que iba para largo: “hoy he escrito una página agotadora”, más o menos—. Sin embargo dice —dijo— haber escrito sobre asuntos que sus lectores sabían pero que no sabían que sabían. No tiene reparo en ofrecer su fórmula alquímica: escribir lo obvio, masticándolo un sinnúmero de veces, como aquel olvidable personaje de Isabel Allende (léase, si se puede, La casa de los espíritus), para que los estúpidos de sus lectores dejen de serlo un poco y se graben a fuego en el córtex lo que siempre estuvo escondido en un pedazo semiinerte de carne gris. Marías, facilitador de lo obvio y explotador de un sempiterno determinismo cultural. En uno de sus libros menos leídos, Miramientos, practica el arte de mirar señalando fotografías de personajes famosos; en su literatura, ejerce la práctica artesana de la variatio bajo un formato artístico de alto voltaje y pocas vitaminas: lo que cuenta es lo que para el lector cuenta —el verdadero contrapunto— y no lo que especula y sobre lo que caracolea coma tras coma.
“Me asombra la ceguera y la falta de sentido común generalizadas. Me deja perplejo que, con tanta estupidez que surge, no haya nadie que las señale”, revista citada, p. 64. Pero como aconseja Sergio Bulat en El arte de inventarse profesiones, Javier Marías se apodera de las consecuencias lógicas de su comentario y se pone manos a la obra, pocos años después de que se cortara públicamente la coleta —si se trata de una estrategia de marketing es lo de menos: no todo el que apela a la estupidez del contrario para atraerlo al redil acaba consiguiéndolo (triunfando); siguen siendo mayoría quienes, aun estando dotados de media luz, son más atrevidos y comprenden que el dominio de la idiotez será eterno y se dedican a ejercer de explotadores de esa enorme e inagotable mina de riqueza—. Los enamoramientos es el resultado. Como no tiene constancia de ningún escritor que se dedique a poner de relieve esas dolencias sociales —i. e., que sea tan leído como él, naturalmente; no valen los ejemplos de autores de culto que no escriben tan claro ni lo dan todo tan mascado como él—, ni corto (casi 400 páginas) ni perezoso (es de ley reconocerlo), se lanza a escribir sobre el amor o más bien sobre las locuras que se pueden llegar a cometer en estado de enamoramiento. La trama es lo de menos, cien por cien previsible y de interpretación final falsamente abierta (es decir, el final es cerrado), porque en Los enamoramientos el protagonismo pertenece al estilo rotundo que se desarrolla sin pudor, enseñoreándose de su amo.
Es ese estilo precisamente lo que intentan menoscabar sus detractores, alguno leído pero la mayoría iletrados, errando el tiro o yendo a golpear en su punto fuerte y, por tanto, quedando tanto o más atontados de lo que ya estaban. Marías, en su afán de depuración, que no de superación, supura al Marías más puro y perfecto que cabe imaginar, entregando finalmente la mejor versión de sí mismo, aunque acabe siendo más de lo mismo. Prescindible para quienes ya quedamos agotados con su prescindible tercer tomo (“Veneno y sombra y adiós”) de la trilogía, cuya lectura fue decepcionante. Y con ello no quiero decir que pueda obviarse su obra, como concluyen con rapidez y sin fundamento quienes se inician en esto de leer a destiempo o sin tiempo o con el tempo acelerado. Su forma de escribir es heredera de grandes genios como Shakespeare, Bernhard, Nabokov y Benet. Con todo, es precisamente la ausencia de centralidad en sus mejores libros (en Todas las almas pero mucho más en Negra espalda del tiempo, su obra maestra) lo que para mí lo singulariza frente al grupo de escritores españoles de su generación, y lo que ha hecho que insistiera en su lectura todos estos años, para ver —al fin y al cabo la mayoría de los libros publicados son tan malos— si el genio se recuperaba o había que seguir dándolo por desaparecido. No se pierde el tiempo leyendo a Javier Marías, ni siquiera al Javier Marías de Los enamoramientos, eco consistente de lo que fue y todavía es susceptible de descubrimiento para quien no haya leído nada suyo.
En esta novela sus lectores habrán agradecido la recuperación histórica de algunos de sus gags o trucos más recurrentes: “la nuca” vulnerable; los “uno, dos, tres” pasos y “cuatro, cinco, y seis…”; los motivos shakesperianos, a los que se añaden aquí uno principal balzaquiano y otro secundario dumasiano; la “iluminación” idiomática; las “chanzas” a costa de Francisco Rico; por supuesto nuestra querida Luisa (a la que en volúmenes anteriores, como dijo Whitman, no veía), de quien estamos perdidamente enamorados; la elegancia de los personajes —que lo son en todo: porte, comportamiento, pensamiento, dicción, ascendencia, cultura, círculo social, maneras de despreciar, maneras de amar— que viene a reforzar —o a dotar de sentido, elíjase lo que más guste— la elegancia de su escritura; la aparición del gañán de turno —retrato de caballero y escudero—, seductor chabacano con posibles culturales ahora envejecido y delincuente, etc. Personalmente me da igual la inclusión de estas recurrencias —ese citarse a sí mismo—, características de quienes entienden que la progresividad es compatible con la acumulación de un cierto patrimonio de tics e incluso de melodías enteras (óigase, en el campo del rock progresivo, un par de cedés cronológicamente consecutivos de Dream Theater); me trae sin cuidado si las introduce o no para que quienes le han leído todo lo anterior digan, por ejemplo, “Mira, esto es de Todas las almas…”. Patéticos son, en cambio, los ataques a la raza de escritores jóvenes, “cibernéticos” llega a denominarlos, más propios de un blog de “línea editorial” indignada pero indignos de una novela de las suyas: qué le importan a él lo que hagan o dejen de hacer unos diletantes. La literatura no va a perderse por falta de buenas novelas sino por falta de lectores. Y esta pérdida tiene mucho menos que ver con los aventurados buscadores de la novedad “cibernética” facilona y ramplona que con la inundación de banalidad en el sector del libro —donde conviven, pero malviven, los nuestros–. Además de que en Los enamoramientos Marías generaliza y frivoliza sobre este tema de manera apresurada y parca —y entonces para qué lo incluye—, prueba quizá de su desconocimiento por ¿esclerosis lectora? De alguna manera intenta morder un trozo de la mano que le da de comer, pero yerra el bocado como sus contrarios fracasan en los suyos.
Así y todo, merece la pena leerlo para conocer de primera mano la historia de un agotamiento, de cómo un estilo y una forma de contar pueden llegar a exprimirse tanto que acaben secas y sin gracia; de cómo la resistencia a evolucionar acaba transformando nuestros actos de hoy en fotos fijas de nuestros antiguos yos.
Lo anterior en realidad es una excusa para entrar en materia. La escritura de Ángeles Caso es pésima y su pensamiento es acomodaticio al del “común de los mortales” (pero si uno se limitara a relacionarse con gente que entiende y sabe con fundamento qué es escribir y, sobre todo, pensar bien, la mayoría de los días acabaría hablando con la pared, y por ahora me resisto a estrechar tanto el círculo). El común de los mortales es corto de entendederas (“hay realmente poquísi¬ma gente que tenga el instrumental necesario para tratar con lo obvio”, David Foster Wallace en La niña del pelo raro), entiende de dinero —de forma binaria: lo tengo, no lo tengo— y de poco más. “Hijo mío, trabaja para los pobres, que hay muchos”, decía el abuelo de un socio que tuve. Si sustituimos pobreza por imbecilidad, el target se amplía considerablemente. Los editores lo saben, y quienes, además de entenderlo, asumieron y pusieron en práctica el consejo adulterado anterior se han hecho de oro. Ángeles Caso fue premio Planeta; otro.
Otro Caso práctico (bastante menos vergonzante)
En la portada del número 93 (noviembre de 2004) de la revista Qué Leer aparece un Javier Marías ya fondón al lado de esta frase suya: “Me asombra la estupidez generalizada”. Es uno de sus mantras, lo utiliza en sus artículos y en sus libros —hablo de memoria, hace más de cinco años que no compro periódicos, ninguno—. Los amigos de la revista le hacen un buen publirreportaje porque en aquellas fechas está a punto de sacar a la venta la segunda parte de su trilogía Tu rostro mañana, secuela, como todo el mundo sabe, de Todas las almas. Y la compré precisamente por la tipografía contundente de la palabra “estupidez”, no para que me convenciera de que leyera —o comprara— el libro de marras; ya estaba convencido por mi cuenta: quería saber qué narices le iba a suceder al protagonista y quién era en realidad Tupra, y leer cómo le daban de hostias al Rafita, porque estaba cantado que Marías lo iba a poner hecho un Cristo…
En la portada del número 93 (noviembre de 2004) de la revista Qué Leer aparece un Javier Marías ya fondón al lado de esta frase suya: “Me asombra la estupidez generalizada”. Es uno de sus mantras, lo utiliza en sus artículos y en sus libros —hablo de memoria, hace más de cinco años que no compro periódicos, ninguno—. Los amigos de la revista le hacen un buen publirreportaje porque en aquellas fechas está a punto de sacar a la venta la segunda parte de su trilogía Tu rostro mañana, secuela, como todo el mundo sabe, de Todas las almas. Y la compré precisamente por la tipografía contundente de la palabra “estupidez”, no para que me convenciera de que leyera —o comprara— el libro de marras; ya estaba convencido por mi cuenta: quería saber qué narices le iba a suceder al protagonista y quién era en realidad Tupra, y leer cómo le daban de hostias al Rafita, porque estaba cantado que Marías lo iba a poner hecho un Cristo…
Javier Marías ya sabía que sabía que el libro se iba a vender bien. Un poco menos que el anterior, es lo malo de las trilogías. O quizá no, aquél podía reactivar las ventas del primero de la serie; fácil imaginar entonces lo que sucedería con el tercero: todo ese suspense fermentando euros durante el tiempo que tardara en escribirlo —y además avisando en alguno de sus artículos de que iba para largo: “hoy he escrito una página agotadora”, más o menos—. Sin embargo dice —dijo— haber escrito sobre asuntos que sus lectores sabían pero que no sabían que sabían. No tiene reparo en ofrecer su fórmula alquímica: escribir lo obvio, masticándolo un sinnúmero de veces, como aquel olvidable personaje de Isabel Allende (léase, si se puede, La casa de los espíritus), para que los estúpidos de sus lectores dejen de serlo un poco y se graben a fuego en el córtex lo que siempre estuvo escondido en un pedazo semiinerte de carne gris. Marías, facilitador de lo obvio y explotador de un sempiterno determinismo cultural. En uno de sus libros menos leídos, Miramientos, practica el arte de mirar señalando fotografías de personajes famosos; en su literatura, ejerce la práctica artesana de la variatio bajo un formato artístico de alto voltaje y pocas vitaminas: lo que cuenta es lo que para el lector cuenta —el verdadero contrapunto— y no lo que especula y sobre lo que caracolea coma tras coma.
“Me asombra la ceguera y la falta de sentido común generalizadas. Me deja perplejo que, con tanta estupidez que surge, no haya nadie que las señale”, revista citada, p. 64. Pero como aconseja Sergio Bulat en El arte de inventarse profesiones, Javier Marías se apodera de las consecuencias lógicas de su comentario y se pone manos a la obra, pocos años después de que se cortara públicamente la coleta —si se trata de una estrategia de marketing es lo de menos: no todo el que apela a la estupidez del contrario para atraerlo al redil acaba consiguiéndolo (triunfando); siguen siendo mayoría quienes, aun estando dotados de media luz, son más atrevidos y comprenden que el dominio de la idiotez será eterno y se dedican a ejercer de explotadores de esa enorme e inagotable mina de riqueza—. Los enamoramientos es el resultado. Como no tiene constancia de ningún escritor que se dedique a poner de relieve esas dolencias sociales —i. e., que sea tan leído como él, naturalmente; no valen los ejemplos de autores de culto que no escriben tan claro ni lo dan todo tan mascado como él—, ni corto (casi 400 páginas) ni perezoso (es de ley reconocerlo), se lanza a escribir sobre el amor o más bien sobre las locuras que se pueden llegar a cometer en estado de enamoramiento. La trama es lo de menos, cien por cien previsible y de interpretación final falsamente abierta (es decir, el final es cerrado), porque en Los enamoramientos el protagonismo pertenece al estilo rotundo que se desarrolla sin pudor, enseñoreándose de su amo.
Es ese estilo precisamente lo que intentan menoscabar sus detractores, alguno leído pero la mayoría iletrados, errando el tiro o yendo a golpear en su punto fuerte y, por tanto, quedando tanto o más atontados de lo que ya estaban. Marías, en su afán de depuración, que no de superación, supura al Marías más puro y perfecto que cabe imaginar, entregando finalmente la mejor versión de sí mismo, aunque acabe siendo más de lo mismo. Prescindible para quienes ya quedamos agotados con su prescindible tercer tomo (“Veneno y sombra y adiós”) de la trilogía, cuya lectura fue decepcionante. Y con ello no quiero decir que pueda obviarse su obra, como concluyen con rapidez y sin fundamento quienes se inician en esto de leer a destiempo o sin tiempo o con el tempo acelerado. Su forma de escribir es heredera de grandes genios como Shakespeare, Bernhard, Nabokov y Benet. Con todo, es precisamente la ausencia de centralidad en sus mejores libros (en Todas las almas pero mucho más en Negra espalda del tiempo, su obra maestra) lo que para mí lo singulariza frente al grupo de escritores españoles de su generación, y lo que ha hecho que insistiera en su lectura todos estos años, para ver —al fin y al cabo la mayoría de los libros publicados son tan malos— si el genio se recuperaba o había que seguir dándolo por desaparecido. No se pierde el tiempo leyendo a Javier Marías, ni siquiera al Javier Marías de Los enamoramientos, eco consistente de lo que fue y todavía es susceptible de descubrimiento para quien no haya leído nada suyo.
Francisco Rico |
Así y todo, merece la pena leerlo para conocer de primera mano la historia de un agotamiento, de cómo un estilo y una forma de contar pueden llegar a exprimirse tanto que acaben secas y sin gracia; de cómo la resistencia a evolucionar acaba transformando nuestros actos de hoy en fotos fijas de nuestros antiguos yos.
El Coronel Chabert
Es el relato de Balzac en que Javier Marías basa un buen puñado de páginas de Los enamoramientos, y que se llevaron de regalo los lectores que compraron su novela en navidades, como fue mi caso. (Mi ejemplar pertenece la 3ª edición del libro de Marías, aunque después he vuelto a la FNAC varias veces y he podido comprobar que, misteriosamente, han repuesto una torre de ejemplares de la 2ª… #estrategiasdeventa) En sus cien páginas traducidas por Mercedes López Ballesteros, gran trabajo, se narran las consecuencias prácticas de la vuelta a París del susodicho coronel, dado por muerto, años atrás, en la batalla napoleónica de Eylau contra tropas rusas. Balzac va al grano, excepto cuando se trata de describir a alguien, de dar cuenta de su grado de abyección o de su rango, lo que es de agradecer aunque esa historia habría dado para un folletín en toda regla; aquí se queda en un buen relato. A destacar la maldad de la ¿ex? esposa, capaz de cualquier maniobra para quitar de en medio al espectro de su ¿difunto? El coronel acaba mal, en una institución para locos —decir psiquiátrica sería un anacronismo— y emborrachándose los fines de semana, y también algún lunes. París y la sociedad parisina, teatro de operaciones del relato una y suministradora de caracteres la otra, no salen mejor parados —sin olvidar que su escritura se llevó a cabo hace 168 años, en lengua original y por un oriundo de allí, y que esta versión de la que hablo fue traducida en 2010, cuando Canal+ daba poca o ninguna guerra en estos dominios—. En definitiva, cien páginas que se leen con placer moderado.
Es el relato de Balzac en que Javier Marías basa un buen puñado de páginas de Los enamoramientos, y que se llevaron de regalo los lectores que compraron su novela en navidades, como fue mi caso. (Mi ejemplar pertenece la 3ª edición del libro de Marías, aunque después he vuelto a la FNAC varias veces y he podido comprobar que, misteriosamente, han repuesto una torre de ejemplares de la 2ª… #estrategiasdeventa) En sus cien páginas traducidas por Mercedes López Ballesteros, gran trabajo, se narran las consecuencias prácticas de la vuelta a París del susodicho coronel, dado por muerto, años atrás, en la batalla napoleónica de Eylau contra tropas rusas. Balzac va al grano, excepto cuando se trata de describir a alguien, de dar cuenta de su grado de abyección o de su rango, lo que es de agradecer aunque esa historia habría dado para un folletín en toda regla; aquí se queda en un buen relato. A destacar la maldad de la ¿ex? esposa, capaz de cualquier maniobra para quitar de en medio al espectro de su ¿difunto? El coronel acaba mal, en una institución para locos —decir psiquiátrica sería un anacronismo— y emborrachándose los fines de semana, y también algún lunes. París y la sociedad parisina, teatro de operaciones del relato una y suministradora de caracteres la otra, no salen mejor parados —sin olvidar que su escritura se llevó a cabo hace 168 años, en lengua original y por un oriundo de allí, y que esta versión de la que hablo fue traducida en 2010, cuando Canal+ daba poca o ninguna guerra en estos dominios—. En definitiva, cien páginas que se leen con placer moderado.
12 comentarios:
Meter la portada y las páginas de la revista ha sido genial.
Mavi.
Puedo opinar porque he leído ese libro en concreto de Marías (y aunque no, pues opinaría, pero al caso): un bodrio. Con todas las letras. Llegó un momento que ya me daba igual lo que pasara, no lo dejé porque me pilló de buenas. Una novela me puede gustar o la puedo odiar, pero la indiferencia es lo peor. Personajes tontos, argumento simplón, escritura pretenciosa ("de señorito de Madrid", me dijo alguien). Voz de la protagonista totalmente malhallada. ¡Si lo único que me gustó fue la escena de Rico! (con reacciones totalmente verídicas de catedrático universitario).
Llevo todas las Navidades choteándome de que Babelia (oh, casualidad) la escogiera la mejor novela de 2011. Por favor, apaga y vámonos. O mejor, pásame el Balzac (como quien dice "pásame el veronal").
Por cierto, José Luis, estoy, como dice Magalí, desasosegada: se me caen todos los libros de las manos, no sé qué leer, estoy en crisis. Necesito algo bueno de verdad que enganche con urgencia. Recomiéndame algo... (nada muy experimental, no es el momento, y tampoco es del de DFW, lo dejo para más tarde).
Arte
Pienso como Anónimo 2. Yo la terminé para poder completar la reseña de mi blog, pero me parece de lo peorcito de Marías. Ver, si queréis: http://viparnaso.blogspot.com/2011/09/los-enamoramientos-javier-marias.html (Y felicidades por el blog)
A mí sí me gustó el argumento de la novela, a pesar de lo pesada que me resultó su lectura. He oído muchas veces que el escritor no debe ser demasiado explícito y debería dejar que el lector piense y relea. No es el caso de esta novela. Marías le da tantas vueltas a los pensamientos que no da la oportunidad al lector. Se los da "mascados" y resulta un poco cargante. A pesar de todo me gustó leerle.
Saludos.
Mavi: Ha sido más bien un ejercicio de relleno, pero va.
Arte: La escena con Rico es la mejor, sin duda. Por lo demás, nada que añadir. Esta novela es lo que es, la historia de un agotamiento.
¿Has leído El mapa y el territorio? No hay nada experimental ahí, sino narración y literatura de las mejores, actual y con mala leche (recuerdo cuando dijiste de Bernhard: "¡Ah, invectiva! Voy a por él"). Te la recomiendo mucho, mucho, mucho. Y si puedes hacerte con El plantador de tabaco, también. No hay nada experimental, es literatura de altísimo nivel, divertidísima y escrita a la antigua usanza, mala leche a tutiplén, y más de 1.200 páginas. Es posible que en la Biblioteca Provincial tengan un ejemplar.
Jose: no se me había ocurrido esto tuyo: "la foto de la portada es un buen resumen de todo el libro; una feliz pareja pero vista como reflejo, no como realidad". Gracias por 3el comentario.
Pilar: ¿Has leído las otras dos que recomiendo suyas? Ahí está el mejor Marías. Si te ha gustado Los enamoramientos, las otras son infinitamente mejores.
Gracias.
No, José Luis, no he leído esas dos novelas que recomiendas, pero he tomado nota. De Marías leí su libro de relatos "Cuando fui mortal". Entre "Los enamoramientos" y estos relatos, prefiero al Marías de los cortos, pero intensos, relatos. Por lo menos hasta que lea algo más de él. Gracias por las recomendaciones.
Saludos
Leí bastante a Javier Marías hace unos cuantos años y recuerdo que entonces me gustaba. Lo último que leí fue "Negra espalda del tiempo", que me gustó bastante. Después le perdí la pista porque dejó de interesarme. Supongo que me cambió el gusto. Pero con el bombo que le han dado a "Los enamoramientos" pensé que debía leerlo y lo intenté. No pude soportarlo, aunque es inequivocamente Marías, pero ya digo que en algún momento de mi vida me cambió el gusto. No es una novela y tampoco me lo parecen ahora el resto de libros de Marías. En una novela hay personajes mientras que en los libros de Marías me parece que hay un único personaje (él) que conforme le conviene se disfraza de otros. Pero ninguno se define por sus actos, todo es una acumulación de pensamientos y reflexiones del mismo estilo, sin que puedas diferenciar a unos personajes (cómo los llamos, si no) de otros porque todos parecen clones de él mismo. Además, ¿hay alguien en la vida real que piense (en la "forma", no entro en el fondo, seguro que hay quien comparte sus opiniones) como piensan los personajes de Marías? ¡No piensan, escriben mentalmente tochos pesadísimos mientras deambulan! El pensamiento vivo es otra cosa. Sin entrar en si es buen escritor o no, a mí no me parece que eso sea escribir buenas novelas.
Arte, te recomiendo un libro nada experimental. "Stoner" de John Williams, publicado por ed. Baile del Sol. Escritura sencilla y nada artificiosa pero que emociona como pocas. Personajes (estos sí) excepcionalmente bien perfilados con pocas palabras y que se te quedan dentro. A ver si te gusta tanto como a mí.
Julia
Ya te digo, parece una colección para maríasmaníacos de 400 páginas + Chabert. Yo también me apunto el libro de Williams. Y apuntaos todos otro más: "La jungla" de Upton Sinclair, recién (re)editado por Capitán Swing; tocho premio pulitzer con un cerdo desangrándose en la portada; lo tengo aquí al lado a punto.
Saludos.
Tu argumento ref. Articulo de Angeles Caso... hace tb innecesaria cualquier exégesis dl mismo... refleja bien tu imbecilidad... y hostilidad.....
Bastante tienes con aguantarte a ti mismo.... q pereza das...
Angeles ...sencillamente: genial
¿Hostilidad? Vaya memez.
En fin. Lo mismo te digo.
Me gustaría que alguien me explicara cómo es posible que yo disfrute con Los Enamoramientos y, casi al mismo tiempo, con El Mapa y el Territorio. Con McCarthy y con Reig. Con Murakami y con Bolaño. Con Paul McCartney y con Dave Liebman. Con las rubias y con las morenas. La playa y la montaña. La carne y el pescado. ¿Me lo tengo que hacer ver? A propósito: no soy un robot.
Si me lo preguntas te diré que a mí me pasa lo mismo. Aunque, claro, con las parejas que has puesto es fácil (me gustan todas). Yo no me lo haría ver, sino que seguiría disfrutando.
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